“Que un hombre joven escriba sus
memorias no es un hecho común..”
Tampoco lo es que esas memorias relaten una vida de plenitud. Antes de intentar esta aventura, Orlando Ramírez se preguntó si alguien que, a su juicio, “carecía de importancia”, podía asumir el riesgo. La respuesta se la dieron los días. A medida que avanzaba en el relato y se refugiaba en la memoria, para usar la expresión del historiador Tony Judt, sus confesiones validaban el intento.
Estas páginas espontáneas y transparentes de Voluntad y alternativa son como el autorretrato de un hombre que, muy joven, decidió ponerse a prueba, y con indudable audacia desafió el azar. Apenas graduado de bachiller en Maracaibo, con breve estadía en Caracas, se le metió en la cabeza la idea de que debía estudiar en Europa. Fue un gesto de ambición.
Sus recursos eran muy escasos, suficientes tal vez para pagar la travesía en un barco, y llegar al puerto de destino con los bolsillos vacíos. No era un viaje de aventuras ni de probar suerte y regresar con cuentos fantasiosos. Era mucho más.
Nada menos que el de cursar una carrera universitaria, cuya duración no podría ser menor de cinco años, y los gastos, de cierta consideración.
La apuesta estaba cargada de riesgos, y las posibilidades de éxito eran verdaderamente pocas. Y aquí está el secreto de por qué estas memorias son las de un hombre importante. En la vida no hay mayor complacencia que saber vencer y saber imponerse poniendo en juego la voluntad, sabiendo adónde se quiere ir, qué se pretende conquistar y, finalmente, qué papel se propone jugar en la sociedad.
Un día de octubre de 1963 Orlando Ramírez se embarcó en un trasatlántico italiano rumbo a Roma. Todos los caminos conducen a Roma, pero, a veces, cuando uno ya está en Roma, no sabe para qué ha venido, y tendrá que desandar caminos. El capítulo de la primera navegación comienza a mostrar un aspecto de estas memorias que conviene resaltar. A Orlando nunca lo abandona el optimismo.
Tampoco el disfrute cotidiano, la alegría de vivir, la capacidad de comunicación con los viajeros y viajeras, la relación humana que va tejiendo a lo largo de sus viajes, en cada escala aparece una mujer que lo acompaña, que le hace la vida amable y contribuye a darle confianza en sí mismo. El llegar a Italia de la mano de una amiga como Ángela marcó la diferencia. Los que hemos llegado solos a una ciudad desconocida y en circunstancias adversas, entendemos lo que el gesto significó para el desprevenido viajero.
Orlando probó suerte en Italia, y luego decidió aventurarse a un país que ofrecía otras condiciones, la Yugoslavia del mariscal Josip Broz Tito, que cortejaba el liderazgo mundial de los No Alineados y mostraba su solidaridad con los estudiantes del Tercer Mundo otorgándoles becas y posibilidades de estudios.
Era otoño de 1963 cuando Orlando apareció inesperadamente en Belgrado. Yo era embajador de Venezuela, disfrutaba de una escena política singular, un país pequeño y pobre como Yugoslavia enfrentado simultáneamente a los dos pontífices todopoderosos del comunismo mundial, José Stalin, que oficiaba desde el Kremlin, y Mao Zedong, que oficiaba desde la Gran Muralla China. Ambos se querellaban entre sí y pretendían monopolizar el evangelio de Marx, pero al tiempo lanzaban rayos y centellas contra Yugoslavia y su mariscal, el gran disidente que danzaba entre Occidente y Oriente.
De pronto me entero de que un joven natural de Santa Cruz de Mora, paisano mío, y de nombre Orlando Ramírez, ha llegado a Belgrado y quiere estudiar en Yugoslavia. Entonces comenzó nuestra amistad, tal como él lo relata, y por mi parte, seguí sus pasos, sus estudios del endemoniado serbo-croata en Belgrado, siempre ayudado por una amiga, llámese Gordana o como se llame.
Leyendo los capítulos yugoslavos de Voluntad y alternativa he hecho a mi turno un pequeño y rápido viaje al tiempo pasado en los Balcanes, a mis amigos pintores (Generalic, Kovacic, Vecenaj) poetas, escritores, como el gran Ivo Andric, premio Nobel de Literatura y biógrafo de Bolívar. Vuelvo a visitar los rostros de los grandes personajes de la primera Conferencia de los No Alineados, Tito, Gamal Abdel Nasser, Jawaharlal Nehru, y tantos otros de África y de Asia.
Sólo quienes podían medir los peligros de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS, la amenaza nuclear que prometía destruir el mundo en unos minutos, podrán comprender la misión cumplida por los No Alineados.
Este fue el escenario que Orlando encontró en Yugoslavia. No abrigo dudas, también contribuyó a su formación de ciudadano y de hombre, a su visión del mundo. Cinco años después, se graduó de ingeniero en Producción Animal en la Universidad de Zagreb. Regresó a Venezuela y se dedicó a la formación de jóvenes en universidades de los Andes, hasta culminar con la categoría de profesor titular. Escribe libros sobre nuestros grandes problemas, como su obra El mercado del Café Oro en Venezuela. 1830-1993. Estudió para enseñar, recorrió el mundo para ver y disfrutar, siempre acompañado del buen humor. Así lo relata en estas páginas de fe y de entusiasmo.
Por: SIMÓN ALBERTO CONSALVI
sconsalvi @el-nacional.com
Política | Opinión
EL NACIONAL
DOMINGO 14 DE MAYO DE 2012