“De acuerdo con el artículo
251 de la Constitución..”
El recién creado Consejo de Estado es un órgano consultor del Presidente de la República. O sea, un organismo meramente decorativo en el marco de una autocracia de facto. Y en verdad tan decorativo que nadie lo había echado de menos hasta ahora.
Entonces, ¿qué motivo pudo haber impulsado a Hugo Chávez a darle vida a su criatura de repente, 12 años después de promulgada la Constitución, a escasos 6 meses de las elecciones, precisamente cuando su existencia luce más innecesaria? Sin la menor duda, una razón sin razón aparente para justificar el momento de rescatar del olvido este Consejo de Estado, cuya súbita e imprevista aparición en el escenario ha provocado toda suerte de especulaciones sobre su finalidad real.
Sobre todo si tenemos en cuenta la particular significación política que caracteriza a la mayoría de sus miembros principales, hombres que combinan su lealtad absoluta a Chávez y la disposición al diálogo con el adversario político, y que a su vez nunca se han mostrado partidarios de las tendencias internas que corroen vorazmente las entrañas del Gobierno y del PSUV desde hace un año.
Otro aspecto que contribuye a la incertidumbre de unos y otros es el hecho de que esta decisión presidencial se produce al cabo de más de una década de supuesta fluidez y sensatez política, como si, en efecto, la grave enfermedad que se ha alojado en el abdomen presidencial haya pasado a ser, en la conciencia del enfermo, una amenaza que pone en auténtico peligro la continuidad normal de su proyecto.
Nada más natural, pues, que todas las especulaciones que se hacen sobre el presente y el futuro de Venezuela, desde que hace un par de semanas Chávez regresó brevemente de Cuba para firmar la Ley Orgánica del Trabajo y anunciar la creación del Consejo de Estado, desemboquen en dos conceptos que parecían haber desaparecido para siempre del lenguaje nacional: diálogo y transición. O, para ser más exactos, diálogo para la transición.
Eso, y con razonamientos impecables, lo han señalado, entre otros, dos de los más agudos analistas de la realidad política nacional, Manuel Felipe Sierra y Carlos Blanco. Según ellos, la presencia de José Vicente Rangel a la cabeza política e intelectual de los cinco miembros principales del Consejo seleccionados por Chávez sirve para identificar el propósito dialogante de la nueva institución. Sólo que pocos días después, Elías Jaua, presidente del Consejo por ser vicepresidente ejecutivo de la República, arrojó un balde de agua helada sobre la esperanza de muchos sobre la posibilidad de que finalmente, entre los diversos factores políticos que se entrecruzan en los tortuosos corredores del poder en Venezuela, pudiera producirse un diálogo constructivo que le devuelva al país el clima de entendimiento necesario para abordar juntos la extremadamente difícil tarea de afrontar la crisis que nos acosa sin prejuicios ideológicos ni alucinaciones infantiles.
Para despejar cualquier otra teoría sobre los objetivos del Consejo de Estado, Jaua también advirtió, de manera muy tajante, que de ningún modo habría diálogo con la oposición lacaya y, por supuesto, nada de transición como tema de negociación. Para Jaua, sencillamente es imposible plantearse un espacio político sin Chávez. En este sentido, recordó que la Constitución le fijaba al Consejo de Estado sus coordenadas, y pensar en otras opciones significaría pensar en fórmulas no constitucionales.
De ser esto así, insisto en preguntarme: ¿por qué Chávez, en su hora más menguada, ha creado este Consejo de Estado y ha puesto a Rangel a manejarlo? ¿Será que el diálogo que se presume sólo abarca el ámbito del oficialismo con el único propósito de mantener bajo control las pugnas internas en el PSUV y en la Fuerza Armada Bolivariana? En fin, si hablamos de diálogo bajo la sombra acogedora de este Consejo de Estado, ¿de qué diálogo estamos hablando? ¿Y de un diálogo con quién? En cuanto a la transición, ¿cuál transición? ¿O acaso sólo nos referimos a la transición para describir la figura de un jugador emergente prevenido al bate desde ya por si algún día se le impone al régimen la necesidad de salirle al paso a desconciertos irreparables? ¿Será que este Consejo a lo mejor sólo resulta ser un fin en sí mismo, la propia transición según la interpretación dialéctica de Chávez, sin pendejadas y sin dejar nada a las ligerezas del azar? La próxima semana continuaremos reflexionando sobre este tema.
Por: ARMANDO DURÁN
Política | Opinión
EL NACIONAL
UNES 14 DE MAYO DE 2012