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MANUEL MALAVER: El chavismo: entre la sobrevivencia o el naufragio



“Tiempo de estadistas
y no de políticos..”

 

Es cierto que ni Chávez, ni el chavismo, han admitido hasta ahora la más remota posibilidad de el “Gran Líder” y “Supremo Conductor” esté condenado a renunciar a la presidencia y, mucho menos, a la candidatura presidencial.

Sin embargo, una lectura atenta de su retórica gestual y oral, y más todavía, de las políticas que instrumentan sin aparente causa ni oportunidad, no hacen sino convencernos de que hacen arreglos para el día en que el “Comandante en Jefe” ya no esté en el poder.

Momento que, a efectos de la historia venezolana contemporánea, no puede percibirse como más dramático, y para el chavismo, como un trauma histórico difícil de digerir y superar.

Es, típicamente, lo que podría ocurrirle a cualquier movimiento político de origen mesiánico, a uno que decidió por su cuenta y riesgo que había nacido con el mandato de los padres-fundadores de la Patria, y casi del Gran Dios Todopoderoso, de refundar la república, crear el reino de Dios en la tierra y salvar a la humanidad.

Para todo lo cual, no tuvo mejor idea que desenterrar de los escombros del Muro de Berlín, los restos mortales del comunismo que habían quedado enterrados después del colapso del Imperio Soviético, maquillando con nuevos afeites y atuendos lo que restaba como pesadilla del modelo original.

Venezuela pasó, entonces, a comportarse como una suerte de teatro del absurdo con ideas, personajes y tramas desencajadas de la contemporaneidad, y literalmente remitidas al pasado de 50 o 90 años atrás, donde no era extraño encontrarse con las réplicas de escenas, slogans, y frases que ya se habían estrenado y agotado en las revoluciones rusa, china y cubana, pero que nuestros revolucionarios ultra anacrónicos saboreaban con la fruición de quien las descubría por primera vez.

Pero el remake trajo también propósitos menos inocentes y risibles, como fue remacharle al país una suerte de dictadura militar con jefes y jefecillos salvadores de los pobres, partidarios de la igualdad absoluta y del bien absoluto, que debían implantarse echando manos a cualquier método, expediente o recurso, obviando o pateando la ley, porque proporcionarles la felicidad a millones de excluidos y condenados, era una meta que no podía aplazarse por remilgos más, remilgos menos.

Y cuyo subproducto más indigesto era este “Caudillo, Comandante en Jefe y Líder Supremo” que llegaba para gobernar por los siglos de los siglos, a aspirar a la presidencia vitalicia y quizá inmortal, pues no desechaba la idea de extenderse en una dinastía como la que dejó, Kim Il Sung en Corea del Norte e intentan perpetuar los hermanos Fidel y Raúl Castro en Cuba.

Delirio o extravío que empezó a desmoronarse en junio del año pasado cuando el “Padre Fundador y Héroe de la Patria Nueva”, Hugo Chávez, fue diagnosticado con cáncer e inició una vida de enfermo que, con distintos resultados y alternativas, con demostraciones de que a veces mejora, o a veces empeora, rubricó la fatalidad de que, en una escala de tiempo relativamente corta, debía ir pensando en su retiro.

De modo que, para el chavismo, el momento de la verdad o las chiquiticas, como se dice en criollo, ya que, se trataba ahora de explicarse, y de explicarle a los suyos, a los millones de seguidores, de que también eran “humanos, demasiado humanos” y debían atenerse, por tanto, a las reglas que conducen los asuntos de la especie sin otra ayuda que la que impone la racionalidad o el sentido común,

Me refiero a temas de una vulgaridad sin par como puede ser buscarle un sustituto a Chávez en la presidencia, y de otro más rupestre, cómo es decidir cuál de los hombres y mujeres más cercanos al también llamado “comandante-presidente”, es el elegido para continuar su legado, preservar la revolución y derrotar a Henrique Capriles Radonski en las elecciones presidenciales del 7 de octubre próximo.

Nudo, el primero, que es el más fácil de desatar porque la fórmula está contemplada en la Constitución, pero que, en cuanto el segundo, cómo Chávez había proclamado que era el “presidente vitalicio” y tal vez inmortal, plantea los escenarios más sombríos para un movimiento político que no está en absoluto educado para que su padre-fundador, el hombre que había nacido con el mandato de la historia o de los cielos de refundar la república, se vaya sin empezar siquiera a reconstruir lo que ha destruido.

O sea que, eventualmente, se retira de la historia sin dejar siquiera un recuerdito, un dije, una minucia para los pobres de Venezuela que han visto en 13 años de autocracia desmantelados sus campos, pueblos y ciudades, su vialidad e infraestructura de servicios reducida a cero, sin viviendas, ni mejoras en las instituciones hospitalarias y educativas, con el aparato productivo público y privado disolviéndose en el polvo, la herrumbre y el moho, una inflación del 30 por ciento anual y la paridad bolívar-dólar cada día más volatilizada.

De modo que, las urgencias se atropellan, porque se trata, no solo de que un Chávez moribundo o que el candidato que él nomine, derrote a Henrique Capriles Radonski, sino de que, una vez que ya no esté, pueda decirse: “Esta trocha la dejó el comandante Chávez”, o “Estas cunetas para que no se empoce el agua durante la temporada lluvias las construyó en San Fernando”, o “Esta línea de busetas entre Santa Elena de Guairén y Boa Vista también es obra del comandante-presidente”.

Si no, todo lo que quedará del “Comandante en Jefe” y “Líder Máximo” serán escombros, ruinas, derrumbes, inundaciones, deslaves, y su ejercicio de la presidencia de Venezuela durante 13 años, evocará más bien a los huracanes que a su paso de horas o días por el Caribe no dejan sino imágenes de sufrimiento, muerte y desolación.

Claro que si habría que comparar la devastación en la que deja Chávez a Venezuela, con las que provocan los huracanes en los países del Caribe oriental y occidental, debería subrayarse que estos últimos se suceden durante días o horas desatados por fenómenos incontrolables de la naturaleza, en cambio que los huracanes provocados por los regímenes marxistas, totalitarios y neototalitarios se han extendido por décadas y sus sequelas aún se discute si pueden ser reparadas a la vuelta de períodos iguales a los que duraron o más largos.

Desastres que también alcanzan a los millones de ciudadanos que se dejaron embaucar por tales engañifas como el mesianismo y los caudillos redentores, y que, una vez que se encuentran con que ellos también son objetos de los accidentes humanos, no saben cómo reaccionar, ni cómo comportarse.

Y este puede ser el centro de la tragedia a la que lenta pero implacablemente se acerca el chavismo en estos días, sin un líder fundamental disponible para continuar la utopía de la revolución y unos medio líderes que, cómo nunca se plantearon la opción de la sucesión, ellos mismos no saben ni como exigirla, ni como ejercerla.

Tragedia que, como en los casos de las muertes de Lenin o de Stalin en la Unión Soviética, de Mao en China, de Kim Il Sung en Corea del Norte y de Fidel Castro en Cuba, puede conducir o a la transición menos traumática, o a la más traumática.

¿Cuál será el caso venezolano? Dificil predecirlo, aunque ya puede atisbarse que halcones y palomas, águilas y buitres rondan sobre los despojos del chavismo.

Drama que también incumbe, y de manera fundamental, a la oposición democrática que intenta suceder a Chávez y al chavismo el 7 de octubre próximo y, para la cual, preservar la paz y la gobernabilidad, es tan importante como ganar las elecciones.

Tiempo entonces de estadistas y no de políticos, de aquellos líderes a quienes aconsejaba, Winston Churchill, pensar más en las futuras generaciones que en la próxima elección.

Por: Manuel Malaver
Politica | Opinión
DOMINGO, 13 Mayo, 2012