HomeÚltimas NoticiasWilly Mckey: Ciudad de despedidas y alicates 2.0

Willy Mckey: Ciudad de despedidas y alicates 2.0



El derecho a opinar incluye abrazar, al
menos por un rato, nuestras opiniones

 

Durante ese abrazo es que los demás opinan y opinan porque les toca. Si nos vamos, si no hay abrazo, no estamos hablando del derecho a opinar sino de alguien que nos deja algo dicho. Una nota con un imán de nevera. Un mensaje de voz. Una cuña de tevé. Un pedacito de discurso con el cual no se puede interactuar.

Los soportes que tienen las nuevas generaciones para opinar no sólo son diversos: son compatibles tecnológicamente con sus biografías, son económicos y tienen una velocidad feroz para difundir esas opiniones con las que pueden rellenar esos soportes.

Pero el discurso siempre correrá peligro cuando hasta las mejores intenciones necesitan del “Yo lo que quise decir fue…”. Es lo implacable del discurso: cuando no coincide lo dicho con lo que se quiso decir llega la condena inacabable que obliga al veloz a explicarse o desdecirse o retractarse. Pero para poder convertir en acción cada uno de estos verbos hay que quedarse cerca de lo dicho. Cerca. Y ésa es una distancia que depende, creo, del soporte que elegimos para colgar nuestras opiniones.

Y es aquí donde la dimensión de lo glocal es peligrosa por ser (y disculpen que me repita)compatible tecnológicamente con nuestras biografías, económica y ferozmente veloz para difundir opiniones que luego no van a poder abrazarse durante mucho rato.

En la web estamos:

Y digo estamos porque aquí dentro, donde usted lee este texto, una bandeja de entrada titila avisando un mensaje nuevo, un par de pestañas están abiertas para satisfacer una curiosidad pendulando entre Google y Wikipedia y, hace minutos, le pidieron que legitimara su identidad para poder entrar.

Usted entra a esta dimensión si lo decide. Usted lee este texto si lo decide. Usted ve un video de 17 minutos si lo decide. Estar acá son decisiones, creo, y en una opinión el enunciado es la decisión articuladora. Usted opina si lo decide.

Y por eso uno tiene opiniones que cuenta en la intimidad doméstica mientras se afeita. Y tiene otras que enmascara detrás de un chiste con los amigos y la noche. Y tiene otras que mastica y rumia hasta que algo dentro las digiere. Y tiene otras que intenta poner sobre un soporte.

Atacar a las personas que aparecen en un video con el cual alguien está en desacuerdo es un delirio similar al del arquetipo de la señora que le grita al villano de la telenovela que no dispare. Pero estar en desacuerdo con la opinión que articula ese video no puede etiquetarse como la negación a la existencia de una opinión: es, creo, sumar una opinión nueva mientras los dueños del enunciado abrazan la suya.

A muchas herramientas de la cotidianidad se les ha confundido con juguetes por la joven manera de habitar el tiempo que tenemos los humanos. Pasó con las armas. Pasó con los automóviles. Pasa ahora con Internet.

Quizás todo esto también tenga que ver con este nuevo apetito, esta nueva condición en la que estar en todas partes del mundo en un minuto y una nueva manera de medir la felicidad mediante la velocidad de conexión. Y en el asunto del apetito, creo, ni la juventud ni la vejez deben convertirse en alcabalas de la excusa.

No estoy de acuerdo con el vilipendio y mucho menos con el ataque personal a partir de un desencuentro de opiniones. Pero tampoco con las defensas hechas a partir de datos etarios o de generalizaciones inabarcables basadas en el “quién no ha dicho eso antes”. Creo que si nos servimos de esa estratagema, vamos a tener que dividir a los vilipendiadores en grupos segmentados por edades y perdonarles a la lista juvenil el desatino en el insulto.

Por eso, creo, que el problema no es un video al cual se le ha subido el volumen más de lo que merece. No sucedió lo mismo con Zoológico (1991) de Fernando Velutini, por ejemplo. Nadie podía ponerlo en un minuto en todo el mundo. Creo que lo que se nos olvidó fue discutir sin esperar que haya apenas dos tribunas en las cuales sentarse.

Y no se vale.


Por: Willy McKey
Politica | Opinión
Educación | Sociedad
Domingo 6 de Mayo, 2012