La actriz de cine, teatro y televisión,
falleció el miércoles a los 48 años
■ Durante un tiempo se empeñó en decir que era un patito feo. Y ciertamente, la suya no era la estampa de una diosa; mucho menos en un país donde la silicona se vende en los anaqueles de las farmacias.
[P]ero Lourdes Valera (junio de 1963), actriz de teatro, cine y televisión, se las arregló con su arte, su carácter afable, siempre dispuesta a la mueca graciosa, para alcanzar la belleza más genuina y convertirse en el cisne que todos volteaban a ver.
Un cisne que el miércoles pasado, a los 48 años, alzó el vuelo víctima del cáncer del pulmón que le había sido diagnosticado cuatro años atrás, y dejó una inmensa tristeza entre sus colegas artistas y público en general, que la consideraba sin mezquindad como una de las mejores actrices del país.
Egresada de las aulas de la Universidad Central de Venezuela, Lourdes Valera fue, por encima del título -ganado a pulso- de “actriz”, una gran comunicadora. Pero no de noticias, sino de emociones, que supo canalizar a partir de los 16 años en el programa El niño de papel, con Carlos Villagrán, y luego a través de telenovelas, piezas teatrales y películas.
La escritora de melodramas Delia Fiallo le dio su primera oportunidad en Leonela y luego la bendijo con el rol de “Cerebrito” -sin duda el más emblemático de su carrera- en Cristal. José Ignacio Cabrujas la convirtió en su actriz “fetiche” en los ochenta. José Simón Escalona la incluyó en sus producciones en Marte Televisión. Y César Miguel Rondón, Mónica Montañés y Leonardo Padrón la eligieron como ficha de sus dramas.
Con todos ellos hizo telenovelas como Señora, Cristal, Topacio, Leonela, Las dos Dianas, Cruz de nadie, Contra viento y marea, El país de las mujeres, Amantes de luna llena, Guerra de mujeres, Las González, Cosita rica -en la que, por cierto, se inspiró en una de las activivistas más radicales del régimen chavista para dar vida al personaje de “La Chata”- Ciudad bendita y La vida entera.
Su esposo, el realizador Luis Alberto Lamata, con quien contrajo matrimonio en 1993, la hizo en cambio su musa del cine. Y ella no lo defraudó, primero en la hermosísima Desnudo con naranjas (1994), más tarde en El enemigo, en la que Valera interpreta con furia desgarradora digna de un Óscar a la madre de un delincuente juvenil que espera la muerte en la cama de un hospital; y finalmente en Taita Boves.
Ganas no le faltaron a Lourdes Valera de hacer más películas. Y sin embargo, entre sus compromisos con la televisión logró rodar filmes como Rosa de Francia, 13 segundos y Cuidado con lo que sueñas, que aguarda estreno para este año.
Fue por vanidad, llegó a decir ella, que se enteró de su enfermedad. “Estaba haciendo Confesiones de mujeres de 30 en el teatro e iba a hacerme una liposucción, por insistencia de Crisol (Carabal) y Elaiza (Gil), que decían que podía sacarme un poquito de cintura para la nueva novela. Yo me había negado a las cirugías estéticas, pero en esta oportunidad la idea se me metió en la cabeza, lo que demuestra que Dios obra misteriosamente. Visité varios cirujanos. Todos insistieron en hacerme exámenes médicos completos antes de intervenirme. Me hice la hematología y una placa de tórax. Cuando el médico la vio, había un círculo rojo y me pidió que regresara en una hora para hacerme una prueba”.
Cáncer en el pulmón, fue el diagnóstico fatal, que pese al trance inmediato supo encarar con gran fortaleza. “Yo no perdí tiempo preguntándome ‘¿por qué a mí?’, pues si me lamentaba no luchaba y no me enfocaba en recuperarme. Sólo le pedí a Dios: ‘ayúdame a superarlo'”, agregó en la entrevista de la revista Estampas.
Se llenó de dudas. Se le cayó un poco el cabello. Perdió el apetito. Se deshidrató. Se angustió. Y su pecho, que mostraba sin pruritos cuando alguien le preguntaba cómo estaba, se convirtió en una extensa quemadura. Pero ella nunca perdió la fuerza.
Seis sesiones de quimioterapia y 33 de radiaciones después, Valera se sintió con ánimo de regresar al trabajo año y medio después. “Voy poco a poco, sin esforzarme mucho”, dijo antes de subirse a las tablas para interpretar a una mujer con trastornos obsesivos compulsivos en la obra teatral Toc toc.
Tampoco le dijo que no al cine. Y aunque el suyo era un personaje secundario -para ella no había personajes pequeñitos-, hizo la película Patas arriba.
El último “sí” se lo dio a Alberto Barrera, quien le confió el rol de Rosita Coronel en la novela El árbol de Gabriel, que sin embargo no pudo terminar.
“En la mañana de ayer desayunamos tranquilamente y hasta bromeamos. Lo que más agradezco es que no pasó por una larga agonía. Murió tranquila”, dijo su esposo. Y nadie hubiera podido imaginar otra despedida para Lourdes Valera más que con la amplia sonrisota que le permitían sus labios, y la levedad del cisne.
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