Tiempos de cambio
■ Era un niño de 9 años de edad cuando se produjo la división del Partido Comunista de Venezuela que dio origen al Movimiento al Socialismo.
Mi padre, el viejo Cruz, de cuyo natalicio se cumplen 95 años pasado mañana, no acompañó ese paso dado por Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff, Eloy Torres, la negra Argelia Laya, e incluso mi hermana Esperanza, militante para entonces de la irreverente Juventud Comunista, entre muchos otros.
Más tarde, a los 14 años de edad, me incorporé a la JC, y era inevitable que al escuchar nombres como los de Teodoro, Pompeyo o Freddy Muñoz, estos estuvieran asociados al “pecado” de la heterodoxia, del antisovietismo y del fraccionalismo. La división que dio nacimiento al partido naranja fue, sin duda, dolorosa, y a la vez necesaria. No podían convivir dos visiones enfrentadas sobre lo que debía ser el modelo socialista. El hecho es que durante muchos años miraba con recelo a esos hombres y mujeres que se decidieron a asociar la idea del socialismo con la democracia. Y, lo confieso, era una mezcla de recelo con secreta admiración, sobre todo por Pompeyo, el valiente y enigmático Santos Yorme de la resistencia contra Pérez Jiménez. Lo primero que me dijo Pompeyo Márquez cuando me vio en uno de mis primeros pasos como reportero fue “a este carajito yo lo cargué”, y desde entonces no ha dejado de decirlo cada vez que nos encontramos. A medida que fui conociendo más de cerca a Pompeyo, el recelo derivado de la “historia oficial” sobre la división del PCV cedió paso a lo que hoy sentimos millones de venezolanos por ese carajito de 90 años: enorme admiración, respeto y agradecimiento por lo que ha hecho por Venezuela y por su gente.
Tal y como lo relató Petkoff en el homenaje que se le rindiera a su entrañable compañero de mil batallas e historias, Pompeyo Márquez no compartía inicialmente los cuestionamientos al modelo soviético y a la rigidez de la vida interna en el PCV, pero dio la pelea por el derecho que tenía la disidencia de discutir temas esenciales para la vida del partido. Y entonces el devenir de ese proceso interno lo llevó a la conclusión de que era una obligación abrir nuevos caminos a una izquierda azotada por el karma de la derrota y diezmada por la heroica pero errada lucha armada.
Mientras, yo militaba en La Causa R y le hacíamos oposición al segundo gobierno de Rafael Caldera, Pompeyo dedicaba sus esfuerzos al tema fronterizo, como ministro.
Siendo diputado, lo acompañé en un viaje a lo que fue una de sus quijotadas, y que era conocida como “Ciudad Pompeya”, un pequeño poblado ubicado en el Alto Apure, nacido al calor de la perseverancia que le puso el viejo al asunto. La experiencia no cristalizó, pero el hombre fue más allá de la retórica e intentó hacer realidad el sueño de poblar la frontera. Antes también lo habíamos acompañado en su candidatura a la Alcaldía de Caracas. Perdió, pero, caramba, ¡con qué gusto voté por él! Y, lo más curioso de todo, con la tarjeta del gallo rojo, del PCV. Era una travesura de la historia.
Frente a la candidatura de Hugo Chávez, tampoco coincidimos. Yo apoyé durante varios años al hoy Presidente, y Pompeyo siempre lo adversó. Esa diferencia nunca bloqueó nuestra comunicación. Siempre recibí de su parte afecto, respeto y tolerancia. Y en medio de mi proceso personal de separación del chavismo, nuevamente encontré la mano tendida y la sonrisa generosa de Pompeyo.
Hoy cuando este roble cumple 90 años, Pompeyo es lo que siempre fue: un gladiador por las mejores causas, por la democracia, por la justicia, por el respeto a los derechos humanos y por la transformación de la sociedad. Es un símbolo de la izquierda que renacerá una vez que el militarismo, el autoritarismo, el mesianismo y la incondicionalidad pasen a retiro.
Por: VLADIMIR VILLEGAS
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