“No se me va de la cabeza la imagen
de dos ciudadanos cubanos…”
Son una especie de personajes extraídos de una obra de teatro de Samuel Beckett, que trabajan limpiando baños en el aeropuerto de la ciudad de Miami. Recientemente y debido a los ya famosos retrasos a los que nos tiene acostumbrados la aerolínea Santa Bárbara, me tocó hacer noche en dicho aeropuerto y allí, sin que ellos se percataran de mi presencia, pude escuchar de tanto en tanto la conversación que mantenía esta pareja en su ratos libres y que interrumpían disciplinadamente para volver a su rutinaria faena que realizaba ella en el baño de las señoras y él en el de los señores. Así pude saber que estos seres, como otros tantos, después de desafiar al mar Caribe y a sus tiburones, habían preferido terminar limpiando escusados y retretes a soportar un día más la coacción arbitraria y la “fatal arrogancia” de los revolucionarios isleños (coacción, vale decir, que no ha podido impedir los gritos de Andrés Carrión lanzados contra la dictadura en la reciente visita del Papa a Cuba).
Los que un día compramos la retórica incendiaria de un Fidel, que tildaba a estas gentes de “gusanos”, hace tiempo que hemos debido pedir perdón a estos señores, pero ha sido sólo gracias a la fascinación que nuestros líderes sienten por el régimen cubano, de ser continuamente tildados de “escuálidos” y de “majunches” (al menos todavía no somos “cucarachas”, tal como llamaban los hutus a los tutsi en Ruanda) que hemos podido apreciar en su justa medida los padecimientos a los que deben haber estado sometidos estos ciudadanos por tantos años. Gracias a esa empatía que siente fundamentalmente nuestro gobernante por los hermanos Castro, no sólo hemos importado la coacción, la arbitrariedad y la arrogancia de sus comandantes, sino también los médicos de credenciales dudosas, la santería, la escasez y ahora el secretismo y los rumores, como los que por mucho tiempo han cruzado la isla sobre el lugar donde duerme Fidel, sus relaciones sentimentales o su salud.
Cuando existe la convicción de que el fin revolucionario justifica la desinformación del ciudadano o cuando la revolución cree necesario que el ciudadano no conozca los medios que se utilizan para “procurar su libertad”, es natural que los medios de comunicación pasen a ser parte del Estado y el rumor crezca como la verdolaga, amén de que siempre, desde que el mundo es mundo, el ser humano, en ese afán de proyectar sus deseos y evidenciar sus miserias, siente cierto deleite en la habladuría, el comadreo y el chisme. Por todo ello no creo que los rumores que vienen de Cuba sean parte de una estrategia planificada y deliberada (por cierto, capacidad de maniobra muy sobrestimada en todo este periodo de gobierno), sino que a falta de certeza de ciertos hechos, es común que la imaginación se dispare y especulemos sobre los mismos con el fin de hacer coherente el mundo que nos rodea, sin lo cual sería imposible enfrentar la realidad día tras día. El rumor y los chismes son todavía más atractivos porque nos permiten contar los supuestos hechos con nuestras propias palabras y participación.
En una entrevista que concedió el escritor argentino Edgardo Cozarinsky después de la aparición en el año 2005 de su libro Museo del Chisme, decía:
“…Ningún escritor lo admitiría, pero el chisme está en la base de toda novela, ¿no? Después la novela es un hecho literario, pero en el origen te está contando algo que pasó a alguien y el chisme también. Y el hecho de que nunca se transmita de la misma manera, porque cada uno elige las palabras con que lo cuenta y cambia la historia, lo hace todavía más atractivo. En cada transmisión, la narración se lee distinta. Hay pues una idea de estilo personal, que ni es literario pero que existe y es muy fuerte”.
En fin, que hasta fabuladores hemos terminado convirtiéndonos gracias a nuestro gobernante y su fascinación por el proceder de sus amigos cubanos. Después dicen que aquí no hay “revolución”.
Por: JUAN CARLOS PÉREZ-TORIBIO
Politica | Opinión
@pereztoribio
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EL UNIVERSAL
sábado 28 de abril de 2012