La escasez incide sobre los pobres
como sobre la gente acomodada
Caracas.- Para las 6:30 de la mañana, una hora y media antes de que la tienda abriera, aproximadamente dos docenas de personas ya estaban formadas. Esperaban pacientemente, no para comprar el más reciente iPhone, sino algo mucho más básico: abarrotes.
“Lo que pueda conseguir”, dijo Katherine Huga, de 23 años de edad, madre de dos menores, describiendo su lista de compras. Mostrando resignación, se encogió de hombros. “Compras lo que tienen”.
Venezuela es uno de los principales productores de petróleo en el mundo en tiempos de precios de energía que se disparan, pero la escasez de productos básicos como leche, carne y papel de baño es una parte de la vida aquí, a menudo convirtiendo la compra de abarrotes en una propuesta de éxito o fracaso. Algunos residentes organizan sus calendarios en torno a las entregas una vez por semana, hechas a tiendas subsidiadas por el gobierno, formándose antes del amanecer para comprar un solo pollo congelado antes de que se agoten las existencias. O un par de bolsas de harina. O una botella de aceite de cocina.
La escasez incide sobre los pobres tanto como sobre la gente acomodada, y de maneras sorprendentes. Un supermercado en el elegante barrio de La Castellana recientemente tenía abundante pollo y queso – incluso huevos de codorniz – pero ni un rollo de papel higiénico. Quedaban solo unas pocas bolsas de café en el anaquel del fondo.
Cuando un comprador preguntó dónde podía conseguir leche en un día cuando ese producto, de igual forma, estaba agotado, un gerente le respondió, sarcástico: “En la casa de Chávez”.
En el corazón del debate está el gobierno de inspiración socialista del presidente Hugo Chávez, que impone estrictos controles sobre los precios que tienen el propósito de volver una diversidad de alimentos y otros productos más accesibles para los pobres. A menudo son los mismos productos que más trabajo cuesta encontrar.
“Venezuela es un país demasiado rico para tener esto”, dijo la empleada de restaurante Nery Reyes, de 55 años, afuera de una tienda subsidiada por el gobierno en el barrio de clase trabadora de Santa Rosalía. “Estoy perdiendo mi día aquí, parada en una fila, para comprar pollo y un poco de arroz”.
Venezuela fue por largo tiempo uno de los países más prósperos en la región, con sofisticada manufactura, una vibrante agricultura y fuertes negocios, lo cual ocasiona que para muchos residentes sea difícil aceptar una carestía tan extendida. Sin embargo en medio de la prosperidad, la brecha entre ricos y pobres era extrema, problema que Chávez y sus ministros dicen que están intentando eliminar.
Responsabilizan al capitalismo sin control de los males económicos del país y argumentan que los controles son necesarios en un país donde la inflación llegó a 27.6 por ciento el año pasado, una de las tasas más altas en el mundo. Destacan que las empresas provocan carestía a propósito, reteniendo productos fuera del mercado para hacer que los precios suban. Este mes, el gobierno requirió reducciones de precios en jugos de frutas, pasta dental, pañales desechables y más de una docena de otros productos.
“Nosotros no les estamos pidiendo que pierdan dinero, solo que ganen dinero de una manera racional, que no roben al pueblo”, dijo Chávez en fecha reciente.
Los economistas:
Sin embargo, muchos economistas dicen que es un caso clásico de un gobierno que causa un problema en vez de resolverlo. Los precios son fijados en niveles tan bajos, destacan, que ni empresas ni productores pueden tener una ganancia. Así que los agricultores cultivan menos alimento, los fabricantes reducen la producción y los vendedores al menudeo acumulan menos inventario. Lo que es más, una parte de la escasez está en industrias, como la de lácteos y café, donde el gobierno ha nacionalizado empresas privadas y ahora las está administrando, aduciendo que está en el interés nacional.
En enero, con base en un índice de escasez compilado por el Banco central de Venezuela, la dificultad de encontrar bienes básicos en anaqueles de tiendas estuvo en su peor nivel desde el 2008. Si bien esa iniciativa ya fue relajada considerablemente aún puede ser difícil conseguir muchos productos.
Datanálisis, empresa encuestadora que registra con regularidad las carestías, informó que la leche en polvo, producto de la canasta básica, no podía encontrarse en 42 por ciento de las tiendas que sus investigadores habían visitado a comienzos de marzo. Encontrar leche líquida puede ser incluso más difícil. Otros productos que escasearon el mes pasado, con base en Datanálisis, incluyeron la carne de res, pollo, aceite vegetal y azúcar. La empresa encuestadora también informa que el problema registra su nivel más extremo en las tiendas subsidiadas por el gobierno que fueron creadas para proveer alimento a precio accesible para los pobres.
Sin embargo, con el alto nivel de inflación, muchos compradores en esas tiendas dijeron que valía la pena el inconveniente.
“Es una enorme ayuda”, dijo Ana Lozano, de 62 años, jubilada que plancha ropa ajena para suplementar su pensión, quien estaba esperando afuera de la tienda de abarrotes de Santa Rosalía. “Por eso la fila es tan larga”.
Todo parece indicar que el gobierno está en verdad consciente de las amenazas gemelas de carestía e inflación a medida que se prepara para la elección de octubre, en la cual Chávez estará buscando un nuevo mandato de seis años.
Los controles de precios han sido defendidos en anuncios del gobierno y han ido acompañados de repetidas amenazas de Chávez de nacionalizar cualquier empresa que no pueda mantener sus productos en el mercado.
El vicepresidente Elías Jaua ha advertido de una campaña mediática enfocada a asustar a los venezolanos para que acumulen productos, lo cual podría provocar carestía artificial. Anuncios del gobierno exhortan al consumidor a que no sucumba a las compras de pánico, recurriendo a una proverbial advertencia: El pan de hoy es el hambre de mañana.
Francisco Rodríguez, economista con el Bank of America Merrill Lynch que estudia la economía venezolana, dijo que el gobierno pudiera anotarse algunos puntos políticos con la nueva ronda de controles de precios. Sin embargo, con el tiempo, eso equivaldrá a problemas para la economía.
“En el mediano a largo plazo, esto va a ser un desastre”, dijo Rodríguez.
Los controles de precios también significan que los productos que faltan en anaqueles de tiendas suelen aparecer en el mercado negro a precios mucho mayores, lo cual es fuente de indignación para muchos. Para partidarios del gobierno, eso es prueba de especulación. Otros dicen que es la consecuencia de una política errada.
Si existe un producto que Venezuela debería ser capaz de producir en abundancia es el café, uno de los principales cultivos aquí durante siglos.
Hasta el 2009, Venezuela era exportador de café, pero empezó a importar grandes cantidades del producto hace tres años para compensar un descenso en la producción.
Agricultores y tostadores de café dicen que el problema es simple: los controles sobre los precios al menudeo mantienen las ganancias cerca o debajo de lo que les cuesta a los agricultores cultivar y cosechar el café. Debido a esto, muchos no invierten en nuevas plantaciones o fertilizante, o reducen la cantidad de tierra usada para cultivar café. Para empeorar las cosas, la reciente cosecha fue escasa en muchas áreas.
Un grupo que representa a pequeños y medianos tostadores informó el mes pasado que no quedaba nada de café nacional en el mercado al mayoreo; la temporada más temprana del año que líderes de la industria podían recordar que ese tipo de provisiones se agotara. El grupo anunció un trato con el gobierno para comprar grano importado a fin de mantener el café en los anaqueles de tiendas.
Problemas similares se han desarrollado con otros productos agrícolas bajo controles de precios, como descensos en producción y crecientes importaciones de carne de res, leche y maíz.
Esperando en una fila para comprar pollo y otros productos básicos, Jenny Montero, de 30 años, recordó cómo no había podido encontrar aceite para cocinar el otoño pasado y había tenido que cambiar de la comida frita, que prefiere, a sopas y estofados.
“Fue una buena época para mí”, dijo secamente, empujando la carriola donde venía su hija de 14 meses. “Perdí varios kilos”.
Por: William Neuman
Antonio Maria Delgado
adelgado@elnuevoherald.com
@DelgadoAntonioM
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El Nuevo Herald