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ARMANDO DURÁN: Venezuela al garete



“Hasta que otro lo sustituta
pacífica y electoralmente..”

 

Cada día falta menos para las decisivas elecciones presidenciales convocadas por el CNE para el 7 de octubre. En principio, el candidato Hugo Chávez cuenta a su favor con un ventajismo desmesurado, con misiones de beneficencia social que en sus momentos peores le han devuelto popularidad a su liderazgo, con la subordinación de todos los poderes públicos convertidos en organismos funcionales de la Presidencia de la República, con una hegemonía comunicacional casi absoluta, con el abrumador temor psicológico que despierta en los electores la eventual violación del secreto del voto, con una política de acoso y persecución del adversario que, ahora, con la inesperada creación de un llamado Comando Antigolpe se hace mucho más alarmante.

En contra de Chávez, o sea, a favor del candidato Henrique Capriles Radonski, pesa, y mucho, la crisis que sufre Venezuela sin solución real a la vista, el rotundo fracaso de la gestión de Chávez como gobernante, la inseguridad reinante, el despilfarro de los dineros públicos, la inflación galopante, el desabastecimiento de productos básicos, la corrupción, las miles de promesas oficiales sin cumplir y el hartazgo general de la población, incluso de un sector del pueblo chavista ante las crecientes dificultades que debe afrontar el ciudadano en su vida diaria.

En el curso de las últimas semanas dos hechos inesperados han alterado notablemente el desarrollo de esta lucha por la Presidencia. El primero es, por supuesto, el cáncer presidencial. Cuando en junio del año pasado el propio Chávez le informó al país de la gravedad de su estado de salud, el miedo a lo desconocido se apoderó del ánimo de chavistas y no chavistas. Chávez ha llegado a ser el principal factor desestabilizador del equilibrio político de Venezuela pero, a la vez ­paradoja que define los inestables contrapesos sobre los que a su manera se sostiene la complejidad de la vida nacional desde hace más de 10 años­, también es el factor que garantiza las proporciones de la gran ecuación nacional, hasta que otro lo sustituta pacífica y electoralmente.

Aquel susto inicial fue superado tras las reiteradas afirmaciones posteriores sobre una afortunada recuperación del enfermo, pero pocos meses después, súbitamente, se supo que no era así. El cáncer había reaparecido, pues el tratamiento de quimioterapia que se le aplicó a Chávez en Cuba y en el Hospital Militar de Caracas no surtió el efecto deseado. A la luz de esta nueva y terrible realidad el país debía ir preparándose para lo peor, comenzando por la muy traumática selección de un sucesor de Chávez.

La semana pasada reflexionábamos sobre el impacto que tendría para Cuba este desenlace fatal. Y decíamos que en ello le iba la vida al régimen castrista, pues de la generosa solidaridad de Chávez depende en exclusiva el presente y el futuro de la isla. Sin el chavismo instalado en Miraflores, Cuba se hundiría en las profundidades del mar Caribe.

A esta incertidumbre habanera debía agregarse la inquietud creciente de los sectores civiles y militares venezolanos más comprometidos con las irregularidades del régimen chavista. También ellos, sin Chávez, o sin ellos mismos al mando, quedarían fuera de juego. ¿No es para encontrar una manera de eludir las consecuencias de esta catástrofe que se reúnen en La Habana generales cubanos y venezolanos? ¿Acaso para eso fue creado el Comando Antigolpe? Ante los peligros que encierra esta situación sobrecogedora, mientras el propio Chávez, a pesar de su enfermedad, señalaba que ese comando ya tiene “fichaítos” a muchos posibles golpistas, el jueves en la noche estalló la bomba Aponte Aponte, que antes de viajar a Washington a ponerse en manos de la DEA y del FBI, en declaraciones a la televisión, si en efecto sus denuncias son ciertas, puso en evidencia a un gobierno cuyos máximos jerarcas militares y civiles estarían actuando como una auténtica familia mafiosa de la cual él confiesa haber sido parte de esa trama siniestra.

Resulta imposible imaginarse la evolución de esta crisis o su desenlace, pero una cosa sí queda clara: con la ausencia física de Chávez y ante la aparente descomposición moral de quienes desde hace semanas se disputan desesperadamente el mando de la nave, crece la certeza de que Venezuela, en medio de lo que bien puede ser la peor crisis de su historia, se nos escapa de las manos como una desmantelada embarcación que todavía se mantiene a flote en medio de la tormenta, pero que irremediablemente arrumba a ninguna parte y al garete.


Por: ARMANDO DURÁN
Política | Opinión
EL NACIONAL
LUNES 23 DE ABRIL DE 2012