La cloaca roja
Tarde o temprano, las cloacas de la corrupción terminan por estallar y romperse cuando menos se espera. Una red de pequeñas cañerías va llevando poco a poco la porquería que destila la burocracia bolivariana hacia un tubo matriz que desemboca en una especie de río Guaire, que crece y se desborda cuando la ambición, la codicia y la sed de riqueza convierten a un grupo de bolivarianos en verdaderos mafiosos que, como en la época de Al Capone y la ley seca en Estados Unidos, manejan millones de dólares para comprar a la policía, a los fiscales, a los jueces y, desde luego, a los burócratas íntimamente conectados al poder.
Desde luego, los tiempos han cambiado y, como en la Panamá de Noriega, los narcos no sólo controlan la red de la justicia, la policía antinarcóticos, los militares que están en las aduanas y aeropuertos y la macolla de fiscales que se venden por una buena cantidad de billetes verdes, sino que cuentan con la aprobación desde las alturas del poder para actuar, es decir, desde la Presidencia, que deja hacer para que sus generales subalternos le sigan siendo leales mientras acumulan riquezas en paraísos fiscales.
Todo esto nos trae recuerdos de la época de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, en la década de los cincuenta, cuando la capacidad de enriquecerse constituía el hilo conductor de la lealtad de los generales y coroneles. Pero paralelamente varios oficiales veteranos y muchísimos jóvenes militares veían esa corrupción como una razón para no continuar apoyando un régimen que basaba su ideología de poder en la rapacidad de un grupo privilegiado que tenía acceso al tesoro público y a los negocios y construcciones impulsadas por Miraflores.
Conocemos muy bien cómo los civiles, especialmente de AD y del PCV, fueron asesinados, otros encarcelados por motivos fútiles y unos más torturados y expatriados. Poco sabemos de los militares que por disentir de ese régimen de ladronismo y torturas fueron expulsados de las Fuerzas Armadas, se les privó de sueldo y debieron salir del país en condiciones paupérrimas. Hoy vivimos la misma situación pero con agravantes peligrosísimos para la salud institucional del país.
Hoy los militares están siendo utilizados como instrumentos de venganza de un grupito, es decir, de un gang, que como una mafia china o siciliana te obliga a callar o a morir asesinado por unos sicarios. Del magistrado Aponte se puede decir cualquier cosa y lanzar insultos o aplaudir su acto de constricción. Pero estamos en deuda con él porque, luego de tanto tiempo, hemos penetrado al interior de la ballena, a sus entrañas sucias y malolientes, pero necesarias para rescatar la democracia que queremos.
Lo importante de las declaraciones de Aponte es que vienen desde el interior de la Fuerza Armada, de los oficiales y de los militares que no tienen en sus mentes obedecer a unos jefes capaces de vincularse con el crimen organizado y el narcotráfico.
Por: Redacción
20, de enero 2012
Política | Opinión
EL NACIONAL