“El comandante llegó al llegadero…”
Y en una insólita cabriola del destino, consigo arrastra a la tumba los despojos de SU revolución. Ambos morirán abrazados. Sufriendo del mismo mal: un cáncer metastásico. Como lo sabemos desde la infancia: Dios castiga, pero sin piedra ni palo.
“No nos caigamos en dudas, en Venezuela no se da puntada si no lo aprueba el Presidente Chávez” Ex magistrado del TSJ Eladio Aponte Aponte, 18 de abril de 2012
I
Parece un cuento de política ficción, pero no lo es. Ni siquiera es realismo mágico, que de esas patrañas literarias ya no vive nadie en Venezuela. Es la más cruda y lacerante realidad: Chávez pasará a la historia como un cometa fugaz que cruzó los cielos a 10 grados de latitud norte, eclipsando durante 13 años un país llamado Venezuela, para desaparecer de la historia y de la vida llevándose consigo la zarrapastra de régimen que engendró. Sin dejar a su paso más que ruina, inmoralidad y devastación. Como en una leyenda medioeval. Se cumplirá con matemática exactitud la anunciación del ancestral proverbio callejero: muerto el perro, se acabó la rabia.
Viene el cáncer a ponerle fin a su vida cuando el régimen que sustenta sufre una idéntica metástasis de desastres. Un cáncer terminal, pero de naturaleza socio política. La fortuna, que pareció haberlo escogido como hijo dilecto, le regaló doce años de sortilegios. Pero ante el cúmulo de desastres productos de su exclusiva responsabilidad, decidió darle la espalda. Y lo ha hecho con un desenfado brutal, con un desprecio olímpico, como si en efecto de un castigo divino se tratara. Los dioses lo han agarrado del cuello, lo han zarandeado y enfermo terminal se lo han endosado al Dr. Castro. Otra penitencia por sus horrores cometidos. Todo lo cual, reproduciendo, vaya jugarreta del destino, el ciclo de vida de otro embaucador planetario, el cabo austríaco y pintor aficionado Adolfo Hitler, quien al cabo de 13 años de poderío absoluto se vio acorralado por los fracasos hasta verse obligado a pegarse un tiro luego de ordenar de manera perentoria, como era su estilo, que rociaran su cadáver con varios galones de gasolina y no le dejaran a los rusos, que ya se encontraban a la vuelta de la esquina, ni rastro de sus cenizas.
Chávez se muere. Y lo hará tan en cualquier momento, que ya se lo trata como a un premuerto. Nueva categoría de la medicina político legal reservada a quienes, condenados a muerte y en plazos más bien breves, deben tratar y ser tratados como los infelices seres que aguardan pasar al más allá en la antesala de la muerte. Sus cercanos lo saludan con lágrimas en los ojos, sus adulantes le cantan ditirambos ofensivos, pues parecen dirigidos a quien debía encontrarse disfrutando de un excelente estado de salud. Y una de sus fervientes adoradoras, ministro en su gabinete, hasta le agradece haberla bendecido. Le sucede como a todo premuerto que se respete: vive una falsa santificación en vida. A tal grado, que hasta suena feo que un santo tan prominente se suelte de pronto las trenzas de su beatitud acorralada y sea procaz, soez y obsceno. Dejando traslucir las entretelas de sus rencores. De Santo, ni el escapulario.
II
No debiera ser desde luego el cáncer, stricto sensu, el tema prioritario de la agenda nacional y el que desata la gravísima crisis de eventual ingobernabilidad que afecta al país. Si bien la ya habitual desaparición del presidente de la república, que comienza a vivir – si a esas torturantes sesiones de quimio y radioterapia que recibe periódicamente en La Habana se le puede dar el nombre de vida – la mayor parte del tiempo que le queda en Cuba, es razón más que suficiente como para desatar una incontrolable crisis de desgobierno. La grave crisis que nos afecta es mucho más profunda y atañe al centro vital del Estado: tiene que ver con las revelaciones de la compleja trama de criminalidad, terrorismo y narcotráfico que no ha podido ser controlada reventando por donde menos se esperaba: la renuncia a sus cargos, fuga del país y entrega a las autoridades antinarcóticos de la DEA del ex general, ex juez y ex miembro del Tribunal Supremo de Justicia Eladio Aponte Aponte.
Para comprender en su cabal dimensión la envergadura de la crisis que se ha desatado en Venezuela con las revelaciones que acaba de dar AA por tv y que serán débil reflejo de las que le habrá entregado a la DEA, la oficina antinarcóticos del gobierno de los Estados Unidos, así aún no alcance a nivel nacional el pleno nivel de conciencia que amerita, nada más apropiado que retrotraernos a 1988 y al juicio al héroe de la revolución, comandante Arnaldo Ochoa Sánchez y los hermanos Tony y Patricio de la Guardia.
Es una historia siniestra que nos retrotrae a su vez a los horripilantes Juicios de Moscú, el expediente utilizado a fines de los 30 por Stalin para deshacerse de todo el Comité Central del PCUS y de toda la guardia vieja bolchevique que le diera vida a la revolución y nacimiento al primer Estado proletario del mundo, incluido su Ejército Rojo, y llevara adelante la sangrienta guerra civil para imponerlo a sangre y fuego. Con un glorioso historial de sacrificios y generosidad sin límites, pero peligrosos hasta el delirio para quien decidió no soportar sombra a su alrededor, crítica en su vecindad, discusión a su derredor, por evanescentes y vaporosas que fuesen. Incluso alargar su brazo asesino hasta Coyoacán y servirse de un catalán fanático y estupidizado para enterrarle un piolet en la base del cráneo a su compañero de luchas e ideales León Trotski.
Al retiro de la Unión Soviética de Cuba y la pavorosa crisis desatada por la carencia de divisas con que comprar alimentos y alimentar a su población – problema inevitable q las revoluciones, incapaces de crear riqueza, suelen resolver con la hambruna de sus ciudadanos y la devastación demográfica de su población – Fidel Castro le ordenó a su mejor guerrero, héroe de Ogaden y nuevo Guderian de la historia militar del siglo XX, y a su mejor agente del servicio secreto, Tony de la Guardia, joven de la más rancia aristocracia cubana, que obtuvieran divisas de donde fuera necesario, para alimentar al monstruo desfalleciente. Sin parar mientes en métodos ni fines. Lo hicieron traficando desde sus bastiones africanos con cuanto negocio turbio encontraron: desde marfil hasta diamantes y muy posiblemente aliándose secretamente con el narcotráfico, con el que Fidel Castro ya había iniciado acuerdos altamente rentables. Prestando su territorio, su flota y sus aviones para el paso de la droga desde Colombia, México y otros puntos de origen hasta las costas de los Estados Unidos y Europa. ¡De qué asombrarse? No sólo el fin justifica los medios: debilitar al Imperio acicateando la perversión de su juventud con el consumo de cocaína ha de haberle parecido una muy eficiente y hábil manera de debilitar al enemigo.
III
Cuando comprendió que había depositado demasiado poder en sus hijos dilectos, nuestro Saturno no tuvo más remedio que liquidarlos. La parte que se habían reservado para ellos era irrisoria comparada con la danza de los millones de sus congéneres venezolanos, hoy en la picota de las declaraciones de Doble A. Pero cometieron el garrafal error de ilusionarse con la Glasnost y apostar a cambios en Cuba, leves e inmanentes, pero intolerables para el tirano. Decidió culparlos de traidores a la revolución por haberse involucrado en el narcotráfico y a cambio de aceptar la acusación y tras un show tan aspaventoso como los Juicios de Moscú, aplicarles leves penas de prisión. Leales y fieles a la revolución, cometieron el imperdonable error de creerle: fueron fusilados sin más trámites al cabo de un escandaloso y traicionero juicio llevado adelante por los esbirros de Castro, compañeros de historia de los dos fusilados. Por cierto: algunos de ellos comandantes en las guerrillas del bachiller por los mismos tiempos en que Ochoa se encontraba en Falcón bajo el mando de Luben Petkoff y Douglas Bravo.
¿Puede alguien con 2 dedos de frente creer que AA, Rangel Silva, Alcalá Cordones y Hugo Carvajal, por nombrar a los supuestos kingpins del fastuoso negocio mil millonario actuaron por cuenta propia, para disponer de un caudal de miles de miles de millones de dólares en sus cuentas personales? ¿Puede alguien sostener sin que se le caiga la cara de vergüenza que el Sr. Presidente de SU república y comandante en jefe de SUS fuerzas armadas, desconoció las andanzas de SUS generales, incluido el ministro de la defensa, el jefe de su policía política y el comandante más poderoso de SUS tropas mecanizadas con el que cuenta?
Hubiera podido hacerlo si tuviera control efectivo de sus fuerzas armadas. No lo tiene. Control absoluto de su TSJ. No lo tiene. Control absoluto del parlamento y demás instituciones de SU Estado. No lo tiene. Control absoluto de alcaldías y gobernaciones. No lo tiene. Control de los medios. No lo tiene. Control totalitario y absoluto de la ciudadanía. No lo tiene.
Podría, incluso, ganar en credibilidad metiendo preso a los antes nombrados y condenándolos a 30 años de cárcel, como hizo con los pobres comisarios. Es lo que menos puede hacer. Se quedaría en la absoluta orfandad. Porque el cáncer que lo afecta, según parece a niveles directamente terminales, no sólo ha hecho metástasis en otros órganos de su cuerpo amenazándolo con una muerte súbita. Saltó a su entorno y de allí a toda SU revolución.
Llegó al llegadero. Y en una insólita cabriola del destino, arrastra consigo SU revolución hasta la tumba. Ambos morirán abrazados. Sufriendo del mismo mal: un cáncer metastásico. Dios los perdone. Así hayan osado desafiarle. Como lo sabemos desde la infancia: Él castiga, pero sin piedra ni palo.
Por: Antonio Sánchez García
sanchezgarciacaracas@gmail.com
jueves, 19 de abril de 2012