“Así definió el sociólogo nazi
Arnold Gehlen al hombre…”
El destino es el desenlace de las decisiones de ahora y la voluntad de poder disuelve el poder.
Encerrados en una habitación, un humano desnudo sin objetos para defenderse, y una pequeña rata rabiosa, la pelea es pareja. Según él y varios otros pensadores, su extrema vulnerabilidad física le hizo crear las instituciones para protegerse entre congéneres.
Se organizaron para cazar, defenderse de fieras, de otras catervas, del entorno y de ellos mismos. Para convivir surgieron el tótem y tabú: esto se puede hacer. Esto no. ¿Cómo el homo sapiens logró vencer “históricamente” a los poderosos neandertales, acorpados, hirsutos, agresivos, salvajes, con nariz chata de largo alcance, animales duros? Ayudó la asociación defensiva con el perro que suplió la carencia de olfato.
Pero lo esencial fue el nacimiento de la voluntad, “la fuerza para sobreponerse y vivir a todo precio”, decía otro germánico. La criatura de cuerpo débil y espíritu fuerte desarrolló inteligencia y coraje. Comió carne -con el perdón- perfeccionó el cerebro y las manos. Según Gombrich, el más grande sociólogo del arte, el milagro del amor cara a cara fue el salto final y definitivo en la humanización. Eso se lo perdieron los pobres neandertales.
Algunos antropólogos piensan que estos no desaparecieron víctimas del darwinismo. Derrotados por sus astutos contrincantes, se mezclaron, y sus nietos andan por ahí en el metro, los aviones, incluso en el poder. Su presencia se descubre por el arrebato contra ciudadanos indefensos y desarmados prevaliéndose de cualquier ventaja, que desgarran la convivencia.
El insulto bestial es el primer paso después del guturalismo, el gruñido un poco más articulado. Su carga genética violenta, egoísta y miope, ha desgraciado etapas en la vida de naciones modernas. Frenesí contra la sociedad que los invistió de armas y policías para que la protegieran, es simple traición. Habla la impronta primitiva.
La diputada ucraniana Natalia Korolévskaya (¿Neandertal?) presentó un proyecto de ley para prohibir a las parejas el cara a cara en la cama porque “dificulta la concepción” y en su país “existe un déficit poblacional”. La ley entraría en las camas a obligar el “a tergo” o “pecorina”. Lo dice basada en un “informe técnico”. Suena familiar.
Conciliar, discutir, tolerar requiere desarrollo humano. Las instituciones “ponen bozal a las bestias de rapiña… con eso no mejoran moralmente, pero se hacen inofensivas como herbívoros… La máquina social doma los egoísmos y los une… en interés de la supervivencia”.
Si la maquinaria domadora cae en manos de los chacales, se voltea contra la ciudadanía y las cosas se complican hasta el extremo que las sociedades que lo permitieron no recuperan la normalidad sin pagar un alto costo. Históricamente les ha tocado optar, con frecuencia, entre la lenidad y la muerte.
Los paramilitares de Mussolini obligaban a los viandantes a tomar aceite de ricino sólo para reírse. Un SA hitleriano podía irrumpir en el almuerzo romántico de una pareja y arrojar cerveza en el rostro del galán. Machismo fácil de gallinas artilladas, que sin armas lloran y se prosternan.
Luego sin remilgos, vienen cárceles, torturas, allanamientos. Pero el deseo de convivencia, libertad, democracia se impone de un extremo a otro del planeta, porque tienen en las manos la razón instrumental, la política.
El autoritarismo puede ser astuto, pero es primate. La defectuosa política democrática de partidos, es la forma civilizada de resolver los problemas del poder. Las revoluciones, el caudillismo, son regresos en la máquina del tiempo, peligrosos intentos de retrasar los relojes. Por eso la política democrática usa cualquier rendija para derrumbarlos.
La política toma decisiones que para ella son obvias, pero no para los espectadores. Hay que enfrentar un contendor que es candidato, jefe de Estado, jefe de partido, dueño de muchos medios de comunicación y encuestas, del Parlamento, del organismo electoral, de gobernaciones y alcaldías, del ingreso petrolero y que sólo habla para infundir terror.
Schopenhauer a quien venimos citando, denso conocedor de la naturaleza humana y la voluntad, dice que… “en el mar rugiente, ilimitado… que levanta y hunde rugientes montañas de agua, va un remero en su bote, tranquilo pese a la debilidad de su embarcación”.
Ese bote ha sido la lucha del hombre por la libertad. El futuro no se deja predecir por obviedades. El destino es el desenlace de las decisiones de ahora y la voluntad de poder disuelve el poder. La democracia se impone en todas partes. El animal blando siempre gana.
Por: CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
Politica | Opinión
@carlosraulher
EL UNIVERSAL
sábado 14 de abril de 2012