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LUIS ALFREDO RAPOZO: Una extraña mujer

“La historia de la
mujer del pasillo”

 

La señora estaba sentada en una silla en medio del pasillo, aguardando ser atendida, pero nadie salía a preguntarle qué deseaba exactamente, sin embargo, ella continuaba con suma paciencia y paz, esperando…esperando con toda la tolerancia imaginable, para conseguir su objetivo. Algunos no le prestaban la menor atención a su presencia. Tan solo el centinela que estaba de guardia en la puerta principal, fue quien se había percatado de ella y le observaba de vez en cuando, mientras atendía a los visitantes y trabajadores que solicitaban ingresar a la Casa de Gobierno.

“Si me encuentra el que me busca el susto lo descarea…”

El Diablo.

Ya tenía varios días merodeando los pasillos y tocando puertas dentro del Palacio, e incluso, algunas personas que suelen trabajar permanentemente allí, se habían acostumbrado a verle y prácticamente la consideraban como parte natural del grupo de civiles burocráticos y militares que entraban y salían a toda hora.

Fue la Capitana Carla Guacarán la que emitió la opinión sobre la señora, cuando expresó con su voz parca: “¿Y esa señora qué busca aquí, cómo entra todos los días a Palacio como si estuviera en su casa?”. Nadie respondió, pero si comenzaron a observarla de lejos: vestía una túnica larga como sacada de una covacha del monte Sinaí en tiempos de Moisés, color morado; con una cinta de tela amarrada en un lazo sencillo, salteado de lentejuelas, por encima de la cintura. Su cabello no se podía ver bajo una pañoleta negra y nadie supo describir cómo era su rostro, ya que un ligero velo no lo permitía. Además, no dejaba su cuatro, el cual mantenía bajo el brazo como esperando el encuentro y el momento para usarlo…por eso algunos empleados opinaban que suponían, era una actriz del Ministerio de la Cultura con alguna exposición excéntrica de esas que hacen por la plaza Bolívar, para recordar episodios manipulados de la Historia.

Entonces, la misma Capitana Guacarán trató de acercarse para increpar a la señora y obtener información, pero no la consiguió por ninguna parte. Algunas secretarias jóvenes decían que habían hablado con la señora y que ésta solicitaba hablar con el Presidente, pero este se encontraba en Cuba y lo más extraño era que las muchachas no sabían cómo describir a la señora. Entonces, fue cuando la Capitana se movió a buscar datos sobre ella, pero nadie encontró referencia en los documentos de control que estaban en la garita de entrada por donde ingresa la gente, que desea alguna atención.

Después que se prendió la alarma sobre esta mujer extraña, como suele suceder siempre, entonces, no se le veía tan francamente sentada en el pasillo. Sin embargo, si se le podía ver a cualquier hora del día o de la noche caminando como si fuera un espanto, abriendo y cerrando puertas y ventanas en el área privada del Presidente. Tan pronto aparecía también desaparecía, sin dejar rastros y el personal la ignoraba de puro miedo. Algún político sesudo tildó de cuentos de camino “la historia de la mujer del pasillo” y que todo se debía a la imaginación de los centinelas en medio de la noche, pero lo cierto es que todo el personal insiste que no era cuento. También un comunicador de los medios públicos, se reía señalando que seguramente el mismo Presidente había echado a correr el cuento, hasta que él mismo respondió que “de ninguna manera había inventado semejante vaina”.

De esa manera, el asunto se convirtió en un corrido intenso que llegó hasta la misma Barinas y desde allá salió una comisión especializada en espíritus de la Sabana y en espantos del llano, para que evaluaran la situación que se estaba viviendo en Palacio, quienes conjuntamente con unos babalaos cubanos -vía telefónica- procedieron a evaluar el escenario: El descubrimiento fue mayúsculo.

-¡Ave María Santísima!-expresó un curandero anciano que goza de la mayor confianza del clan del Presidente-. Aquí no hay duda sobre esta extraña mujer que merodea el Palacio de Gobierno: Es la muerte vestida de mujer-añadió el viejo, jefe del grupo asesor-, necesitamos a un hombre creativo como el poeta Arvelo Torrealba para que escriba un poema cargado de rezos como “Florentino y el Diablo” y nos ayude a limpiar el sitio de una amenaza real, que puede terminar en lamento. Si nos dormimos en los laureles, el cuento puede terminar con esa señora poniendo el último estribillo del poema-dijo el viejito-. Cierto. No cabe la menor duda que esa mujer con el cuatro debajo el brazo está planteando un reto serio. Así que el Presidente debe estar preparado con sus coplas, para cuando se le aparezca la extraña mujer y lo enfrente en algún rincón del Palacio. Y también está claro que el puro escapulario de la Virgen del Socorro no es suficiente.


Por: Luis Alfredo Rapozo
luisrapozo@yahoo.es
@luisrapozo