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MILAGROS SOCORRO: Poder y enfermedad


“El síndrome de hybris no
se puede ocultar…”

 

El interés que la enfermedad del presidente Chávez concita en los diversos sectores del país, así como en los cálculos de las distintas organizaciones (entre las que el PSUV dista mucho de ser la excepción) no se corresponde con el espacio que los medios de comunicación tradicionales destinan a este asunto, que conserva el primer lugar de visitación, en conciliábulos y redes sociales, con independencia de las otras noticias que asoman en el horizonte.

La combinación poder y enfermedad ejerce un auténtico hechizo en las masas; sobre todo, porque tradicionalmente los poderosos han ocultado sus padecimientos para no mostrarse vulnerables en unas arenas donde la imagen de fortaleza es crucial. De ahí viene la tendencia al secretismo, que casi todos los gobernantes o aspirantes a serlo han practicado con sus dolencias. Desde luego, en estos tiempos de acceso inédito a la información ­y de legislaciones cada vez más explícitas en cuanto al escrutinio que las sociedades deben ejercer sobre aquellos en quienes delegan las funciones de gobierno­ es más difícil mentir acerca de la salud de un jefe de Estado, pero en el pasado era lo más común.

Piénsese, por ejemplo, que el presidente norteamericano Grover Cleveland fue operado en secreto a bordo de un yate, en el puerto de Nueva York, en 1893.

Murió en 1908 de otra cosa. La verdad no se vino a saber hasta 1917; y hubo que esperar hasta 1980 para conocerse la naturaleza del tumor. El presidente francés François Mitterrand sufrió cáncer de próstata durante casi todos los 14 años que estuvo en el poder, 11 de ellos en estricto secreto. Y John F. Kennedy, con ser el presidente más joven jamás elegido en Estados Unidos, llegó al cargo tras engañar deliberadamente a su pueblo con respecto a su salud, que distaba mucho de constituir la estampa apolínea que aparentaba. En realidad, Kennedy tenía la enfermedad de Addison (insuficiencia adrenal crónica e hipocortisonismo), que lo hacía dependiente de una terapia con hormonas.

Todos estos casos están expuestos con detalle en el libro En el poder y en la enfermedad (Ediciones Siruela, Madrid, 2010), del escritor, médico y político inglés David Owen, quien ya desde la introducción advierte de la proclividad de los líderes a desarrollar patologías, porque, dice, incluso aquellos que no están enfermos pueden desarrollar el “síndrome de hybris”, que no es exactamente un término médico, sino una noción de la antigua Grecia. “Un acto de hybris ­explica Owen­ era aquel en el cual un personaje poderoso, hinchado de desmesurado orgullo y confianza en sí mismo, trataba a los demás con insolencia y desprecio. (…) en el drama se siguió desarrollando el concepto para explorar las pautas de conducta soberbia.

La trayectoria de la hybris tenía varias etapas. El héroe se gana la gloria y la aclamación al obtener un éxito inusitado contra todo pronóstico. La experiencia se le sube a la cabeza: empieza a tratar a los demás, simples mortales corrientes, con desprecio y desdén, y llega a tener tanta fe en sus propias facultades que empieza a creerse capaz de cualquier cosa. Este exceso de confianza en sí mismo lo lleva a interpretar equivocadamente la realidad que lo rodea y a cometer errores. Al final se lleva su merecido y se encuentra con su némesis, que lo destruye”.

El síndrome de hybris no se puede ocultar como sí ocurre con los análisis médicos. De hecho, según Owen, los síntomas son más que visibles y aumentan en intensidad mientras más tiempo permanece un líder en el poder. Ejemplo: inclinación narcisista a ver el mundo como escenario para su lucimiento (en vez de un lugar con problemas que requieren un abordaje pragmático y no autorreferencial); talante mesiánico al hablar; confundir el Estado consigo mismo hasta el punto de considerar que los intereses de ambos con una sola cosa; hablar de sí mismo en tercera persona; excesiva confianza en su propio juicio y desprecio del consejo y la crítica; la creencia de ser responsable no ante los tribunales terrenales o de la opinión pública sino ante la historia o Dios, con la convicción de que el fallo será a su favor.

El resultado de este cuadro, siempre según Owen, es una incompetencia que termina por acelerar su salida de la escena política. Por eso, a veces los llaman Chacumbele, como el personaje que, según el son cubano, “él mismito se mató”.


Por: Milagros Socorro
msocorro@el-nacional.com
Politica | Opinión
EL NACIONAL
Domingo 08 de Abril de 2012