“El movimiento totalitario
es la barbarie moderna..”
■ Al estoico Juan Nuño.
■ El totalitarismo quiere medios comprometidos con su causa de pesadilla…
Un par de filósofos de postín, Adorno y Horkheimer, publicaron en 1947 Dialéctica de la Ilustración, para estigmatizar la industria cultural, la distribución comercial de objetos simbólicos (discos, libros, periódicos, televisión, cine) por “enajenante”. Los medios de comunicación.
Dos años después apareció 1984 de Orwell, con una visión oscura del futuro, un régimen pavoroso teletransmitido, que prohibía incluso el amor. La viveza chusca de “izquierda” regó que iba contra la televisión, para eclipsar que era la radiografía del stalinismo.
Luego del genocidio de tutsis en Ruanda, el izquierdismo ilustrado convocó una reunión en Canadá para “astutamente” deslizar la responsabilidad a los medios y dar argumentos a la cuadrilla universal de defensores de bellaquerías. Ocultarían la mano del gobierno que esparció odio y violencia a través de su emisora carnal, la VTV hutu, Radio mil colinas. Mentir a todo trance es la única verdad revolucionaria. Cinismo, amoralidad y maña.
En 1964 el filósofo alemán Herbert Marcuse, refugiado desde la Segunda Guerra, fundador de la CIA y profesor venerado en EEUU, publicó El hombre unidimensional, sobre el venenoso papel de los medios en la construcción de un mundo de zombis.
La sociedad que amparó, empleó, enalteció a Marcuse y Horkheimer, y salvó la Humanidad del nacionalsocialismo, no era más que una podrida ciénaga donde impulsos radioeléctricos convertían los seres humanos en autómatas vaciados de moral y voluntad. Resulta que la horrenda distopía de Lang, Metrópolis, se parecía menos a Alemania de camisas pardas que a la apacible San Diego, California, donde Marcuse era un tótem, una de las “tres M”, además de Marx y Mao.
Según ambos, de no ser por la televisión, el cine y la radio, el “capitalismo” sería destruido por levantamientos populares. La revolución debería apoyarse en los desclasados, asesinos, ladrones, drogadictos, “no alienados” por no integrarse a la sociedad. El verdadero hombre nuevo de una hermosa revolución.
El movimiento totalitario es la barbarie moderna. Su encono contra la libertad, la individualidad, el humanismo y la cultura se hace violencia física, a un paso de los baños de sangre. Nadie puede tener criterio autónomo.
Pensar y hablar libremente vuelve a ser una decisión prometeica frente al intento de destruir el espíritu humano y convertir la sociedad en un establo de bestias obedientes y atemorizadas. El espíritu totalitario quiere anular, destruir, infibular cualquier expresión humana libre y odia los medios porque bloquean ese propósito. Los autócratas de hoy dicen que sin ellos, serían más populares.
Los individuos carecen de dignidad frente a la ficción de “colectivos”, “el pueblo”, farsa apropiada para justificar crímenes, la perfecta calabrina retórica que inventa la diferencia entre robar y confiscar, asesinar y ajusticiar. Un gobierno decente tiene opositores. Los otros, contrarrevolucionarios. La comunicación libre desenmascara la neolengua. En Cuba está preso un norteamericano por regalar celulares.
La máxima expresión de humor negro, de dadaísmo extremo, es un encapuchado que declara, después de destruir el patrimonio físico de la UCV o asesinar a dos ciudadanos en el barrio 23 de Enero, sobre “el odio de los medios de comunicación apátridas”.
Bakunin dijo “No quiero ser yo, quiero ser nosotros” y su discípulo Nechayev pregonaba la doctrina del revolucionario como “un hombre condenado… sin intereses personales, asuntos, sentimientos, lazos, propiedad, ni siquiera un nombre propio”. Pistoletazos, crímenes horrendos, desprecio por la vida.
La revolución recogió a los malentretenidos que rayan las paredes de los baños de botiquín para que ahora lo hagan en la red. Es la “guerrilla comunicacional” de Twitter.
Entre el siglo XXI y el totalitarismo hay una contradicción irresoluble, que no dirimirán con un nuevo desembarco militar a Normandía, sino la gente con las divisiones de los medios de comunicación descentralizados, Twitter, Whatsapp, Facebook, Messenger y las tradicionales, radio, prensa y televisión.
La cibersociedad profundiza bruscamente los mecanismos democráticos al poner a los ciudadanos en contacto con las entretelas del poder, desmitificarlo, y elevar la influencia de la sociedad civil frente a todo pajarraco autoritario.
El totalitarismo no quiere medios acríticos, como solemos decir, ni siquiera serviles. Los quiere comprometidos con su causa de pesadilla, militantes activos en preparar emboscadas a la ciudadanía.
Por: CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
Politica | Opinión
@carlosraulher
EL UNIVERSAL
sábado 31 de marzo de 2012