Tiempos de cambio
El asesinato de la hija del cónsul de Chile en Maracaibo, a manos de unos funcionarios del Cicpc que instalaron una sospechosa alcabala, puso de nuevo en el tapete el tema de la inseguridad, pero desde una arista que siempre nos ha preocupado: la descomposición de los cuerpos de seguridad del Estado. Y en este asunto las excepciones son pocas. En casi todas las policías el hampa, como se dice popularmente, anda con el moño suelto, o al menos tiene sus zonas de influencia.
No se trata, que quede claro, de impulsar campañas contra los cuerpos de seguridad con el objetivo de debilitarlos o de mal poner a los ciudadanos contra el Gobierno. Pero ciertamente es una soberana hipocresía hacer alarde de la lucha contra la delincuencia si es muy poco lo que se ha logrado en materia de depuración de los organismos policiales. De nada vale, incluso, despedir a funcionarios incursos en delitos, o en faltas graves, si no se trabaja en la dirección de acabar con los malos procedimientos, con la solidaridad automática entre policías, con los códigos no escritos, y con los vasos comunicantes que existen entre hampones y agentes policiales.
El lamentable asesinato de la hija del cónsul chileno fue noticia porque los funcionarios del Cicpc toparon en su mala conducta con alguien de renombre. Pero quién sabe cuánta gente no ha sido matraqueada, robada, extorsionada, secuestrada o hasta desaparecida por azotes como estos que portan carnet policial, andan en patrullas y tienen licencia para matar. Ese modus operandi no es nada nuevo. Es “cuartorrepublicano”, pero se ha fortalecido y ampliado en la llamada quinta república.
El escándalo ha sido tal que los funcionarios involucrados en ese crimen están detenidos, y el propio ministro del Interior, Tareck el Aissami, ha prometido una revolución en la antigua PTJ. Hoy Cicpc. Y uno se pregunta quiénes serán los sujetos protagonistas de esa supuesta revolución anunciada. ¿Viene una meneada de mata masiva en el Cicpc? ¿Va a ser intervenido? ¿Saldrán de su seno todos los funcionarios que hacen doble militancia en la delincuencia y la policía? Ver para creer. Pero lo dudo, porque no es la primera vez que se promete tal paraíso. Ojalá y cumplan… Por el bien de todos.
Pero no es solamente del Cicpc. Las alcabalas supuestamente han sido restringidas y condicionadas. Pero se multiplican, y yo las he visto, en horas de la noche, y no pocas en parajes solitarios y oscuros. Y sus víctimas predilectas son los jóvenes. Los detienen, los hostigan, les meten miedo y, ¡oh, sorpresa! Les sacan plata. A veces la que cargan encima o la que puedan pagar sus padres cuando se les afincan porque tienen pinta de niños con familia de recursos económicos, o simplemente porque “se alzan” frente al abuso y al atropello. Es imposible que los superiores de estos funcionarios de cuerpos policiales de instancias nacionales, regionales o municipales no sepan lo que hacen sus subalternos. Y cuidado si muchos de ellos se llevan su tajadita.
El gran problema es que los ciudadanos no tenemos cómo defendernos. Ya sabemos lo que puede pasar en una alcabala, bien sea colocada por policías, guardias nacionales auténticos o impostores. Si nos devolvemos nuestra vida corre peligro, y si nos paramos, nadie nos garantiza nada. Es un verdadero drama. Es un motivo de angustia para quienes somos padres la sola idea de que uno de nuestros hijos caiga en manos de algún malandro con carnet y uniforme.
Duele decirlo, pero se ve lejos el momento en el cual la ciudadanía recobre la confianza en los cuerpos policiales. El modelo policial actual está tan agotado como el modelo político que lo sustenta. Ambos ya huelen a pasado.
Por: VLADIMIR VILLEGAS
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