“Veamos, diez cuadras
a mi alrededor…”
■ Uno se circunscribe a su espacio, a lo más cercano, y ya es imposible de creer.
■ La Venezuela que estamos viviendo es difícil de creer… y por supuesto, de sufrir.
Frente a mí, una ráfaga de disparos me despierta, tan, pero tan cercanos, que mi primera reacción es tirarme al suelo. Me llama, aterrada, mi vecina: Trataron de robar la camioneta de Francisco, en la esquina justa nuestra. Quieren obligar a su esposa que la entregue, encañonan al hijo de apenas diez años. Se intercambian disparos, un delincuente es herido. Unas semanas más tarde, un muchacho que termina su carrera de Medicina, 22 años, es asesinado por la espalda cuando entra a su casa. Una vida llena de sueños, una familia sacrificada en el empeño. En una panadería secuestran dos meses después a una doctora, la ruletean en la maleta amarrada, 65 años. Exigen dólares, amenazando matarla en cinco horas. No denuncia porque la amenazan. Ella cree que son policías y calla. Hace poco ponen una caseta para la guardia nacional, todos colaboramos, hasta consentimos a los oficiales. Llegan y se van. Queda vacía la caseta, semanas después matan a un chófer que sale del Banco con el sueldo de nómina de su empresa, en la esquina del parque y la caseta desde una moto con dos asesinos. Salgo de mi casa y veo a otra vecina en un parque cercano, nos saludamos. Cuando regreso, me entero: dos tipos llegaron al parque y la amenazaron con un arma, le quitan todo, escapan porque se acercan otros.
Pero eso es lo cotidiano, lo “sencillito” en cualquier urbanización y lo multiplicado en cualquier barrio en el que cualquier forajido armado es el terror, donde las bandas matan en disparos intencionales o perdidos, donde proliferan las drogas y los principios y valores se han perdido hace tiempo con la violencia permitida y la incitación al odio y la venganza en el modelaje político y el poder, en el discurso que no se frena ante el horror, ante este resultado diario, voraz, que eleva a índices de crueldad y guerra los muertos.
Hay veces que uno no puede menos que detenerse en la angustia y preguntarse. ¿pero qué hay que hacer para que esto se detenga?
La incapacidad de un gobierno arrodillado al servilismo y personalismo de una obsesión demencial que no puede salirse de ese marco irresponsable, tenebroso, ¿hasta cuándo…?
¿Cómo se puede dudar ante la necesidad de poner fin a este desastre? Catorce años casi de fracasos, de abusos, de indeferencia, de corrupción.
Y es que esa Venezuela de encuestas complacientes es más cierta que ésta que busca desesperada en hospitales y calles a sus seres queridos, o espera con el alma destrozada que le entreguen el cadáver del hijo asesinado en un “alto” inescrupuloso, o un cuerpo tirado en un basurero, amarrado con trenzas de zapatos, abaleado, es el del hijo por el que pagaron lo que no tenían a la llamada infame de los secuestradores o el horror de recoger en la calle el cuerpito del hijo de escasos años.
Y mientras lágrimas y sangre corren libremente por hogares y calles, un gobierno cómplice de la tragedia que lo acosa, un terrorismo oficial, un hombre fuera de sí, ausente de esta realidad, miente, manipula, no puede detenerla.
¡Sobran días para el 7 de octubre. Venezuela no aguanta más!
Por: Isa Dobles
Politica | Opinión
sabado 24 Marzo, 2012
