“Chávez pierde su lucha
contra el tiempo..”
Y tambien la consolidación de su proceso revolucionario.
Después de nueve meses de zozobra sobre el mal presidencial el tema se está convirtiendo en una rutina hastiante. En cualquier otro país ya la situación se habría definido y las cosas habrían seguido su rumbo, independientemente de la suerte corrida por el ilustre huésped de la enfermedad. Pero aquí no, aquí se nos quiere convertir a todos en familiares íntimos del paciente, es decir, aquellos a quienes su suerte, buena, mala, regular o en suspenso, les cambia la vida.
Lo peor de todo es que así están planteadas las cosas. Es tal la magnitud del poder acumulado, es de tal tamaño el espacio que el personaje, ahora en su faceta dolorosa, ocupa en nuestras existencias, que nadie puede permanecer ajeno a este novelón por entregas elevado a las más altas cuotas de una sensiblería ya insoportable. Pero esta situación de obligada preocupación se hace indigerible porque coloca a este inmenso familión en la consabida tesitura polarizadora.
Así, puedes colocarte en el lado compungido que invoca a todos los santos y ángeles del cielo clamando por la curación, cruz del Ávila incluida. Tienes la opción, por otra parte, de colocarte en el plano compasivo: “soy cristiano y no le deseo la muerte a nadie”. Siempre habrá unos terceros que le agregarán a la frase anterior una coletilla: “sí, soy cristiano, pero ese señor ha hecho mucho mal”. Y finalmente aparecerán los malvados, perversos y sinvergüenzas, aquellos que no ocultan sus peores deseos y lo proclamarán sin recato alguno.
Haga luego usted una encuesta o, incluso, llévelo a una votación y verá cuál de estos dos grupos, con sus subgrupos, obtiene la mayoría. Claro, no faltará su cuota de hipocresía entre quienes desean el milagro, en apariencia, mientras en el fondo le rezan a Diosito para que ocurra lo peor, incluyendo los íntimos, es decir, los del entorno. Pero más allá de esa manipulación política de su padecimiento aparece un estadista responsable que pretende dejar las cosas atadas y bien atadas. Un valiente hombre de principios que lucha contra la adversidad para crear, (en cuestión de meses o de un par de años), una realidad sólo posible en el dilatado y lento “tempo” de la revolución.
En esa lucha contra el tiempo, producto de la emboscada del destino (diría él), tiene todas las de perder porque, sintiéndose eterno, no se imaginó en su ausencia el proceso de radicalización y de consolidación revolucionaria. Todo debía ocurrir con él y en él. Ahora, cuando los plazos se acortan descubre que el régimen personalista y egótico que implantó se convierte en el peor enemigo de la revolución y que detrás y después de él no queda mucho. Casi nada. Nada.
Por: ROBERTO GIUSTI
Politica | Opinión
EL UNIVERSAL
martes 20 de marzo de 2012