¿Y si de pronto falta Chávez?
I
En todos los partidos políticos la lucha por el poder interno es un hecho natural, pero nada parecido lucía posible dentro del PSUV.
La verticalidad absoluta con que Hugo Chávez ejerce el mando le ha permitido a su partido eludir las desagradables consecuencias de confrontaciones internas fuera de control. En definitiva, los dirigentes del PSUV saben que con Chávez en la cima de la pirámide cada uno de ellos es algo, pero que sin Chávez ninguno es nada.
Ahora bien, ¿y si de pronto faltaba Chávez? Durante estos últimos ocho meses esa ha sido la duda mortal que acosa al partido de gobierno. ¿Se recuperaría Chávez del cáncer que se había fraguado en las profundidades de su cavidad abdominal? Y si se recuperaba, ¿se recuperaría a tiempo para la dura campaña electoral que se avecinaba? De repente, los codazos y las zancadillas que hasta entonces sólo servían para abrirse paso y conquistar un poco más del favor presidencial, se convertían en una advertencia blasfema.
El primer efecto de este confuso disparate fue la flagrante y colectiva desobediencia del régimen a la Constitución, cuyo texto establece con claridad que cualquier ausencia del jefe del Estado la suple automáticamente y de inmediato, sin necesidad de una delegación de poderes ni de ningún otro procedimiento administrativo, el vicepresidente ejecutivo de la República. Por supuesto, nadie se había paseado antes por esta eventualidad. Y nadie estaba ahora dispuesto, por acatar una incómoda exquisitez formal, a que este súbito contratiempo médico pusiera en manos de Elías Jaua las riendas de un poder que podría llegar a tener límites tan contingentes como la incierta naturaleza del mal que padecía Chávez.
Consecuencia directa de esta desmesura fue que Jaua prefiriera hacerse invisible durante ese mes controversial y que Chávez, desde La Habana, siguiera cumpliendo sus funciones presidenciales como si en ningún momento hubiera abandonado Caracas, sede del poder presidencial según la Constitución. La violación de esta otra norma constitucional llegó al extremo de que decretos firmados por Chávez en Cuba se publicaron en la Gaceta Oficial como firmados en el Palacio de Miraflores.
Sencillamente se daba como un hecho indiscutible que la múltiple ilegalidad pasaría desapercibida.
No en balde, la sumisión total del Tribunal Supremo de Justicia y del Poder Judicial a la voluntad personal de Chávez garantiza desde el año 2000 la impunidad absoluta del Poder Ejecutivo. Luego, al regresar a Caracas, Chávez puso orden en la casa y poco a poco fue transformando la Gran Misión Lástima en una intensa campaña de propaganda destinada a convencer al país y al mundo de que el guerrero heroico, después de vencer a la muerte gracias a las maravillas de la medicina cubana y a la sabiduría de Fidel Castro, estaba en plena forma para enfrentar lo que viniera.
Dos hechos catastróficos echarían por tierra estas grandes expectativas del universo rojo rojito.
Primero, los resultados electorales de las elecciones primarias de la oposición, anunciadas oficialmente por el CNE, demostraban que en lugar de una escuálida participación en elecciones que no tenían por qué despertar excesivos entusiasmos, lo cierto es que más de 3 millones de venezolanos habían acudido a las urnas el 12 de febrero. Antes de que el chavismo tuviera tiempo de digerir el significado fatal de esos resultados, estalló la bomba en La Habana: de nuevo el cáncer había hecho su mortífera aparición en el cuerpo de Chávez. Precisamente cuando la oposición se mostraba fuerte, unida y, por lo tanto, más convincente que nunca.
La aparente curación de Chávez había apaciguado temporalmente los ánimos internos del PSUV.
Por otra parte, la condena al ostracismo de Nicolás Maduro por aprovechar la enfermedad de su jefe para jugar desde una posición inaceptablemente adelantada, le devolvió la compostura al partido y el poder a figuras que parecían haberlo perdido para siempre, como sucedió con Diosdado Cabello.
Sin embargo, la recaída presidencial volvía a resquebrajar de golpe y porrazo los muros de contención que Chávez había construido a toda carrera tan pronto como creyó que la recuperación de su salud estaba en marcha. De ahí el impacto provocado por la noticia de su recaída y el verdadero motivo de su rápido regreso de dos días a Barinas antes de ser intervenido quirúrgicamente por tercera vez.
Reunirse con sus lugartenientes y fijar las reglas que a partir de este punto crucial tendría que regular el futuro del juego político del PSUV para dejar atado y bien atado el mandado revolucionario. ¿Lo logró?
II
El viernes 9 de marzo, en conversación telefónica con su hermano, Adán Chávez le dijo a Hugo Chávez que “aquí, por ahora, nuestro candidato es usted”.
¿Qué insinuaba el gobernador de Barinas con ese “por ahora” que, dadas las circunstancias del momento, debió resonar en la conciencia del planeta chavista como una expresión de muy mal gusto político? ¿Fue por eso que al día siguiente Diosdado Cabello le advirtió a su único aparente rival en una eventual encrucijada sucesoria que aquí, caballeros, no hay plan B, porque el candidato es Hugo Chávez? ¿Pero bueno, no es que Chávez había alertado a sus lugartenientes sobre la necesidad de mantener la compostura mientras él estuviera en Cuba ocupándose de derrotar una vez más a la muerte? ¿No bastaba acaso recordar los perturbadores sobresaltos del verano anterior para disuadir ahora los impulsos emocionales de los más impacientes? Entonces, ¿por qué sembrar dudas que pueden ocasionar estragos irremediables en el corazón rojo rojito del PSUV? ¿Y por qué poner en duda la jefatura absoluta de Chávez o ponerse a proponer, como hacen algunos, elecciones primarias? ¿Será que en el seno del partido la grave recurrencia del cáncer presidencial ha disparado el morbo de las ambiciones personales a todos los niveles? Quizá de esta zona de peligro acechante en las penumbras salió la infeliz exhortación de un vicealmirante atormentado por su futuro personal. “Con Chávez todo, sin Chávez nada”. Y quizá por esa misma agónica razón los jefes militares del régimen, convocados por el ministro Rangel Silva, se reunieron en Fuerte Tiuna para reiterarle a Chávez y a la opinión pública que la Fuerza Armada Bolivariana estaba monolíticamente unida en torno a su comandante en jefe. ¿Es que existe algún motivo para pensar que no sea así? En todo caso, uno tiene la impresión de que esta inquietud también impulsó al grupo civil de Chávez a discutir el espinoso asunto en La Viñeta. Primero, para despejar incógnitas inconvenientes sobre el porvenir chavista, después para anunciar a los cuatro vientos, de forma exageradamente estruendosa, que aunque nadie se lo creyera la verdad es que Elías Jaua y Diosdado Cabello son hermanos del alma.
Por último, que alejado el temor de una confrontación en la cúpula, lo cierto es que en el PSUV no hay espacio para las fragilidades ideológicas ni estructurales. Mucho menos para alguna veleidad desintegradora.
De estos dos significativos encuentros podemos presumir que Chávez, antes de regresar a La Habana, les recordó a sus hombres de confianza, en primer lugar, que él aún estaba vivo y pensaba seguir estándolo por muchos años más. Viviremos y venceremos, debió repetirles, para insistir en la urgencia de tener muy presente que lo mejor es no volver a equivocarse. Para que a nadie le pase lo que le pasó a Nicolás Maduro. En segundo lugar, que él seguía siendo Presidente en funciones aunque estuviera ausente, y ni remotamente se había paseado por la posibilidad de retirarse del cargo ni renunciar a su candidatura para las elecciones del 7 de octubre.
Las conclusiones de estos mensajes encaminados a prevenir el desarrollo de incipientes rebeliones en la granja roja rojita están a la vista. La FANB y el PSUV deben dar muestras continuas e inequívocas de su lealtad a Chávez y al socialismo. Es lo que hemos visto estos días, pues de ninguna manera el cáncer presidencial debe contaminar la marcha del proceso. Sobre todo, porque el peligro que representan esos más de 3 millones de electores que acudieron a las urnas de las elecciones primarias de la oposición exige concentrar las voluntades chavistas en ese solo punto y a todas horas. Nadie puede perder el paso.
Suceda lo que suceda, la revolución llegó para quedarse y nada, ni siquiera el peor de los cánceres, puede convertirse en una provocación. Ese fue el sentido de la declarada unión a prueba de todo de Jaua y Cabello: defender, al margen del destino personal de Chávez, la construcción indetenible del socialismo en Venezuela.
Ese es el poder de la revolución.
Con cáncer o sin cáncer, con Chávez o sin Chávez. Después de octubre ya veremos, pero hasta entonces, el poder es Chávez. Y si Dios no lo quiera llegara el caso, los herederos predeterminados por el dedo del jefe supremo, con pleno respaldo de la FANB, son Jaua para encargarse interinamente de la Presidencia y Cabello de la candidatura. Caiga quien caiga. Esas son las inflexibles reglas del juego. Conservar el poder a toda costa es la única orden del día.
Por: ARMANDO DURÁN
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