“Llegó. Se tardó un
poco en bajar…”
Ya la “claque” estaba allí, en el obligadísimo protocolo tarifado y obediente. Las “fuerzas chavistas” cuadradas también. Y apareció. La madre, nueva en estas ceremonias, un poco despistada. Y bajaron. La madre a un lado, una hija al otro lado, y atrás la caravana.
Hugo Chávez llegó ungido de divinidad, “desbordado de orgullo patrio” en un “galopar indómito” que traía una oración en el proyecto de Jesús bienaventurado para la “redención de la Patria”.
Informó que había asistido a una Santa Misa ese día, agradeció a la Virgen del Cobre y la de Coromoto, y aseguró que con la ayuda de su Comandante, con Cristo, “con él y en él”, lucharía y vencería aquí en la “tierra de su amado pueblo”.
Insistió en este “retorno” que trae una oración, a Cristo su Comandante, un canto para luchar contra esta “adversidad que lo emboscó”.
Admitió que como Bolivar, era el “hombre de las dificultades”. A su alrededor, los rostros de siempre que no sabían si aplaudir o no, sonreir o emocionarse.
Algo trascendía, sobrepasaba el discurso cargado de palabras vacías, en ese estilo que nos lleva a los sueños y complejos de un soldadito lleno de amarguras tocado por una Fortuna que se equivocaba dolorosamente. Por instantes, ese rango que ahora asume Cristo en su adversidad, hacía presumir que ese hombre enfermo, que hacía un gran esfuerzo que lo delataba en los ojos, en las manos, en el color, se quedaría del lado de su propia angustia, pero ese retorno que pregonaba como un canto de amor, como una oración, se refirió entonces a la oposición apátrida, a la derecha cobarde, que ha llegado al extremo de acusar al gobierno de cosas que tendrían que probar, de tener una “Agenda del miedo”, y dejó claro que el poderio absoluto de ese gobierno no iba a permitir ese intento de la oposición de detener la gran victoria bolivariana.
Llamó a su cuerpo “recipiente” señalándolo para sublimizar su entrega al país, sin dejar por un solo segundo de incitar al pueblo a defender la revolución heroica, las frases engoladas de siempre invocando el compromiso.
Pero se veía, se sentía, no se podía esconder esta vez esa sombría emoción que todos sentían porque él no podía disimular su cansancio ni su malestar. Invitó a todos a acudir al “balcón del pueblo”. La Venezuela que irá, esa programada con autobús y franelas, banderas y “combos”, y la otra que en otra expectativa depende de sus órdenes y sus locuras, están muy lejos de garantizarle a este hombre enfermo, porque si lo está, esta transformación física no puede inventarse, la pregunta no puede ser ya, después de esta noche, si nos engaña o no.
Es si se curará o no.
Y no podemos contestarla nosotros, y escribía que esta Venezuela no puede garantizarle el mimo, la tranquilidad de parques y palmeras, la disciplina servil de sus funcionarios en calidad de “invitados”, aunque quisiera, no puede.
Una confrontación que late en la ansiedad y la angustia, el miedo y la esperanza, levita sobre su vida. Venezuela no puede seguirse frenando ante el acoso de su destino que no puede depender de un hombre. Diez y ocho millones esperan tener decisión sobre ese camino que nos merecemos. Cada venezolano, es el camino. Y no vamos a detenernos para alcanzar la Venezuela que nos merecemos de libertad y progreso.