El Tejado Roto
Los primeros militantes comunistas venezolanos, aquellos que creyeron en el mundo fabuloso, pleno de felicidad y de justicia que pregonaban los propagandistas de Stalin, sufrieron la feroz persecución de la dictadura del militarismo rural y chopo de piedra del general Juan Vicente Gómez.
De manera firme y empecinada fueron ganando adeptos, militantes, compañeros de viaje, socios y simpatizantes hasta ir construyendo una importante y funcional red de células en ciudades principales y en distantes pueblos, que se distinguió más por la disciplina que por la eficacia.
En Mérida, por ejemplo, la célula la constituía una mujer, Pancha González, a quien le decían la Roja, que cumplía con minuciosa pulcritud todas las tareas que le asignaban en el combate que se libraba en el planeta en contra el capitalismo, aunque la verdad era que ya en Rusia se había impuesto la idea de construir el socialismo en un solo país y se había descartado la revolución mundial. El gran engaño.
A Domingo Alberto Rangel, que no fue nunca comunista pero que ha militado siempre en el campo de la izquierda revolucionaria, la Universidad Central de Venezuela le acaba de publicar la noveleta Pancha la Roja, en la que cuenta las penurias y sueños de esos venezolanos que se enfrentaron con la represión gomecista para construir un país moderno y respetuoso del ser humano.
Siendo Venezuela ya una potencia petrolera, como también lo contó Rangel en el libro Gómez, el amo del poder, el tirano de La Mulera se distinguía por la sordidez con que trataba a sus enemigos y opositores, y por sus ansias de fortuna. Se hizo dueño del país en su exacto sentido. Le pertenecían las fincas todas y todo lo que producían, fuese ganado, plumas de garza o café. No había diferencia entre su cuenta corriente y el tesoro público. Usaba uno u otro según su humor.
En la lucha contra la dictadura gomecista y el neogomecismo que lo sucedió murieron muchos comunistas, otros fueron torturados y encarcelados. Soñaban un país moderno y civilizado.
Después conocieron 40 años de democracia, que no entendieron al principio pero disfrutaron durante un largo trecho. Ahora, después de sensatas discusiones y separaciones ideológicas, y de la caída del socialismo real que impusieron los soviéticos a sangre y fuego, unos advenedizos se han apropiado del pintoresco gallo rojo y aparecen haciéndole carantoñas a un régimen que mezcla lo peor de Gómez con el enamoramiento personalista de Stalin, y que llaman, sin sonrojo, socialismo del siglo XXI. Hasta han resucitado con Vea una versión comercial de Tribuna Popular, que sólo conserva de los viejos tiempos su particular manera de jalarles bolas a los financistas.
Intercambio medallita de Stalin por escapulario de cuatrero santificado.
Por: RAMÓN HERNÁNDEZ
@ramonhernandezg
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