Los que no entienden la necesidad de
los equilibrios, producen tragedias
La fuga de la Magdalena encinta, protegida por José de Arimatea, llevó la semilla del Señor a Europa, que procreó la primera dinastía, los merovingios (Dan Brown), y por eso filósofos clientelares pedían resignarse a los desvaríos y crímenes de los monarcas, ya que sangre sagrada corría en sus venas.
El poder venía de Dios. Un día un ciudadano florentino develó que esas jaculatorias eran simples máscaras de un espantoso rostro. Y sin emitir juicios, ni ataques de ira, en El Príncipe describe el poder en forma se- ca, analítica, genial y fría. Por eso Cassirer dice que “El Príncipe es un libro técnico”.
Por primera vez se examina el poder descarnado y despertó un odio sin igual en la historia del pensamiento político. En el teatro isabelino hay más de 450 menciones a Maquiavelo; y Marlowe, un enfant terrible que murió en su ley, dice tremendista “soy peor que Maquiavelo”. Macbeth, Rey Lear, Ricardo III, Julio César, Eduardo II, lucen inspiradas en él.
En la Italia de caudillos terribles, “profetas armados” los llamó Maquiavelo -exquisitos, degenerados, violentos, cultos-, no había espacio para ingenuos, y “profetas desarmados” como Savonarola, fracasaron. Sigismundo Malatesta, condottiero arquetipal, constructor de esa maravillosa capilla en Rímini en la que reposa, violaba por igual a sus hijas y yernos, y una vez arrancó un bocado del brazo de una noble que se resistió. Ni hablar de los Borgia, Medici…
Era la matchpolítica, política de fuerza indistinguible de la guerra. Pero hace poco más de dos siglos, una tenue florecita apareció en EEUU y luego en Europa: la política constitucional. Ahora los poderosos estaban sometidos a la ley, la jaula constitucional, y aunque traten de violarla y algunos lo logran, la sociedad tiene sobre ellos la espada, y con frecuencia sangran.
La diferencia institucional entre Clinton y un caudillo tercermundista, es que el primero tuvo que declarar siete horas en un tribunal de parroquia por mentir sobre felaciones. El otro confisca tranquilamente para su partido las reservas de oro del país.
Cuando los ciudadanos bienpensantes se arremangan y deciden saltar a “la lucha política”, reverdece la práctica amateur. Como Savonarola, no ven diferencias entre la acción práctica, por un lado, y el estremecimiento moral, el lenguaje feroz y la exaltación contra la maldad por otro (que puede ser útil o no en un momento). Dan feroces brazadas de ahogado en el aire.
Cambiar un statu quo no es tarea para bienintencionados que se tiran al ruedo y, como indica la historia, son ellos el peligro inminente. Los que no entienden la necesidad de los equilibrios, producen tragedias. Cacerías de brujas, persecuciones judiciales (“hacer justicia”), “refundar”, “limpiar” deberían borrarse del diccionario.
Betancourt satiriza sobre la “lista de lavandería china” y analiza los errores de su partido en el Trienio 45-48. La inteligencia de los opuestos permitió transiciones exitosas en Chile y Nicaragua.
La política es exactamente lo contrario de la buena intención. Es la quintaesencia del mercado competitivo, el jardín de las argucias contra el adversario, sobre todo si no tiene escrúpulos ni legalidad que lo controle. El bienpensante, kamikaze que se lanza contra los buques del lenguaje, no cree en sutilezas estratégicas. De ahí el odio a la política y los políticos.
Le desconcierta que el mundo lo rigen personajes que duermen con serpientes, alacranes y otros bichos porque es su trabajo cotidiano y hasta tienen cosas en común. Su oficio les inspira la misma repulsa que el de esos buzos que destapan cloacas. Pero pobres de nosotros si no hacen su trabajo.
Los principios de la política los hacen vomitar, buenas conciencias que descubren una y otra vez el agua tibia, y “la traición” polimorfa infiltrada. Los “traidores” son los que conocen la necesidad de negociar con los adversarios para guardar la sangre en sus envases (aunque los gringos, por ejemplo, lo hacen con el Talibán).
Otros son traidores porque valoran diferencias y matices para tender puentes. Mientras más irresponsable e ilusa la filípica radical, más confiable para ellos. “¿Es que no saben que el gobierno controla el CNE?”, “¿Que hay que destruir el régimen, no convivir con él?”. “¿Cómo ir a un parlamento servil a legitimarlo, solo para disfrutar los cargos?”. ¿Es que creen que el chavismo entregará el poder?
Una vez alguien preguntó a San Agustín a qué se dedicaba Dios cuando no había creado el mundo. Respondió que “hacía el infierno para quienes preguntan estupideces”.
Por: CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
Politica | Opinión
@carlosraulher
EL UNIVERSAL
sábado 4 de febrero de 2012