Tiempos de cambio
Lo ocurrido el pasado domingo durante el recorrido que hizo el candidato presidencial Henrique Capriles Radonski en Cotiza es un mal indicio con respecto al tono de la campaña electoral que se avecina, pero sobre todo es la más clara muestra de por qué votaron más de 3 millones de personas en las primarias: el rechazo a la violencia, a la confrontación y a la imposición de un modelo que se desvió del proyecto de país plasmado en la carta magna de 1999.
Unos pistoleros, amparados en el manto de impunidad que alcanza para todas las barbaridades que hemos visto, y las que faltan por ver, podrán sabotear una concentración, herir o incluso matar a alguien, pero jamás estarán en capacidad de acabar con la indignación de un creciente número de venezolanos de pensamiento político diverso que convergen en la idea de ponerle fin por la vía electoral a un ciclo político que ya luce agotado, sin capacidad de reinventarse y en peligro de no sobrevivir a la prueba del 7 de octubre de este año.
Hay momentos en la vida de los seres humanos y de las naciones en los cuales ni el miedo ni las balas funcionan. Es imposible que el 7 de octubre, en la intimidad del cuartico de votación, el ciudadano sucumba a este chantaje, por más que de aquí al día de las elecciones los actos, las caminatas y las caravanas de Capriles sean víctimas de estas acciones reveladoras del estado general de preocupación que hoy se ha apoderado del espíritu del partido de gobierno.
No obstante, es menester denunciar a viva voz la tentativa de sembrar la violencia e impedir que un candidato presidencial y sus seguidores lleven su mensaje al electorado.
Apenas han transcurrido dos días del atentado que pudo haberle costado la vida al hijo del diputado Ismael García y a cualquiera de los asistentes a esa actividad organizada por el Comando Tricolor. Si las autoridades no toman las medidas del caso para detener y enjuiciar a los autores materiales e intelectuales de este hecho, quedará en evidencia que esos sujetos “revolucionarios” actuaron “guapos y apoyados” y que no se trató de un hecho fortuito sino planificado, con premeditación y alevosía, como se dice en el lenguaje jurídico.
Ni siquiera ha comenzado formalmente la campaña electoral y ya las alarmas se encienden en el oficialismo cuando Henrique Capriles recorre los sectores populares. No terminan de aceptar que hasta en el barrio crece el descontento y la disidencia, que ya comienza a ser cosa del pasado la hegemonía roja rojita en parroquias y barrios considerados territorios chavistas. Que ya entró por la puerta grande la idea de que un cambio tiene que venir, y vendrá por la vía del voto popular.
Acciones desesperadas como las del pasado domingo terminan haciéndole más daño al Gobierno que a la oposición.
En los sectores que todavía siguen al Presidente este tipo de conducta genera rechazo, dado que es en esencia la misma que la de los delincuentes que a diario disparan a diestra y siniestra y asesinan a niños, jóvenes y adultos. Esa violencia vista el pasado domingo es parte del drama que amenaza a los venezolanos sin distingo de ninguna naturaleza. Y pone en evidencia además la hipocresía de quienes hacen vigilia por la salud del Presidente, van a la iglesia, rezan y lloran, pero buscan las mil y una maneras de desvirtuar los hechos y presentar como heroica una acción que pudo haber provocado la pérdida de vidas.
¿Nadie en el Partido Socialista Unidos de Venezuela va a ponerle coto a estas provocaciones? ¿Ese va a ser el formato de su campaña electoral? ¿El Consejo Nacional Electoral tomará cartas en el asunto? ¿O habrá que comprar chalecos antibalas y armaduras para poder ejercer los derechos políticos? Avisen con tiempo, porque falta poco para octubre…
Por: VLADIMIR VILLEGAS
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