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CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ: La hojilla

Agravian, vejan, ultrajan y
señalan el grupo a destruir

 

Los medios de comunicación del inframundo son responsables de la sangre derramada.

Cómo una sociedad se vuelca masivamente a devorarse a sí misma? Los alemanes tienen la comprensible obsesión del desgarramiento periódico para buscar “las causas” del nacional-socialismo. Verdugos voluntarios de Hitler (1996) del norteamericano Daniel Goldhagen, establece que “la raza” alemana se conformó histórica, social y culturalmente para ese genocidio. Un fato ineludible.

Goldhagen prolongaba la perspectiva “historicista” que ve en el triunfo de Hitler un desenlace inevitable de “las tradiciones autoritarias y antisemitas germánicas” desde la Edad Media y la Reforma Luterana, pasando por la filosofía del “destino funesto” del Romanticismo, y Bismarck. Desfilan Lutero, Schopenhauer, Wagner, Hegel, Fichte, Nietzsche. El asalto a la razón.

Imponer un proyecto social totalitario se dirime en tiempo real con gente y sangre en las calles, y no depende de la historia sino del desenlace de la confrontación. Pero el historicismo cree que cada pueblo tendría un programa genético escrito en la frente. El exageradísimo historiador francés Alain Besancon, llega a sostener que los orígenes del leninismo están -nada menos- que en “el gnosticismo y el maniqueísmo” de los siglos I al III.

Un libro racista contra el racismo. “Si raspas un alemán, consigues un huno” dice el dicho. Y si raspas un croata, un servio, un hutu, un camboyano… ¿que consigues? Christopher Browning, autor de Hombres ordinarios (1992) ofrece una posición totalmente distinta y polemiza con él.

El ambiente cultural de toda Europa en las primeras décadas del siglo XX venía cargado de presagios. Mundos lúgubres fotografiados por Murnau y Lang, dislocados por Picasso y Braque, asfixiante el de Kafka, irracionales los de Tzara, Breton, Eluard, Artaud, donde Brecht no sabe si el ladrón es quien funda un banco o quien lo atraca.

Tiempos de la pasión antidemocrática y antiliberal que triunfa en Rusia, Italia, España, Portugal, Polonia y los Balcanes. No es sólo Alemania. Más que por los antecedentes, entender el triunfo de Hitler o Lenin implica determinar cómo un movimiento totalitario logra convertir en asesinos una parte considerable de la sociedad y desarticular el sistema político.

La débil democracia de Weimar sólo tenía como apoyo algunos partidos políticos. La Socialdemocracia, el Partido Demócrata y el Partido Populista Cristiano, establecen la Alianza de Noviembre luego de la derrota de Alemania en la Primera Guerra, para encarar el vacío institucional de la caída del Kaiser.

Fundan la democracia de Weimar en medio de la humillación nacional, y los factores de poder -la gran industria, las Fuerzas Armadas, la Iglesia, el comercio, los intelectuales- le tienen asco al Gobierno que da la cara por un país ocupado militarmente, obligado a pagar reparaciones de guerra y ceder territorios.

Los “astutos” empresarios se fregaban las manos frente al fracaso de “los políticos” y esperaban su caída para sucederlos. Y sin historicismo ni niño muerto, los propios partidos se devoran entre sí. Los comunistas y la derecha desacreditan a la socialdemocracia y le hacen la cama a Hitler.

Browning estudia el comportamiento de los miembros de un batallón civil de reserva de la policía polaca que realizó su labor de exterminio con extraordinaria “eficiencia”. No eran criminales fanatizados con una “misión histórica” en la cabeza, sino hombres ordinarios padres de familia sencillos. Muy pocos se negaron a las degollinas de inocentes, niños y mujeres.

En las guerras civiles de Secesión, Española, los Balcanes y Ruanda, las inundaciones de violencia y sangre corrieron entre personas normales que antes trocaban tasas de harina o azúcar. Una película de Trueba cuenta cómo la milicia republicana, que había tomado un lado de la calle, intercambiaba fósforos y cigarrillos con la tropa franquista, del otro. Eran primos o sobrinos.

Los genocidios interiores han sido mucho más cruentos y crueles que las guerras convencionales, pues mientras estas revientan por meros intereses impersonales, las otras nacen de resentimientos inducidos por jefes siniestros. Las persecuciones por raza, religión, doctrina, las preceden campañas de odio ruin, bestial, exaltación de bajas pasiones, contra los sujetos de exterminio.

Los medios de comunicación del inframundo son responsables de la sangre derramada. Agravian, vejan, ultrajan y señalan el grupo a destruir. Los tutsis eran “cucarachas”, los vecinos del apartamento de al lado son gusanos, judíos, desgraciados, marranos, majunches, escuacas. La hoja cortante.


Por: CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
Politica | Opinión
EL UNIVERSAL
sábado 25 de febrero de 2012