“Cualquier campaña sucia o exceso de pasión
se traslada a las bases votantes…”
Líderes y partidos políticos escogerán el 12 de febrero candidatos de un modo tan temerario (y democrático) que casi no existe: elecciones primarias multipartidarias, directas y abiertas, sin precedentes, salvo lejanamente las de Copei en 1993 y la Concertación chilena. En EEUU ni Europa hay algo similar. Audace, audace, toujour audace, dijo Danton.
Mantuvieron el pacto de sangre unitario en medio de tentaciones destructivas (abstencionistas, colaboracionistas, restauradores, exchavistas, ninís, terceras opciones putativas, estadísticos y actuarios, anti-CNE, radicales, comeflores, partidistas, antipolíticos). Merecen hasta ahora un cálido reconocimiento y no el mohín acrimonioso, la pesadez de paquidermos amargados.
Las primarias las sacó de su cabeza y las incorporó a la política Teodoro Roosevelt para enfrentar la alianza de las grandes corporaciones y el presidente Taft que le cerraban el regreso a la presidencia.
Logró imponerlas en 1912, pero él y su adversario perdieron las elecciones generales. A partir de allí se estandarizan en EEUU, con participación porcentual modesta. En algunos estados abiertas, en otros cerradas o mixtas. El record histórico de votantes rondó 20% en 2008, pero no escogen al candidato sino colegios electorales que deciden en convención.
Europa las ignoró hasta que en 1995 las convocaron los protofascistas italianos de la Liga del Norte, y en 2005 la alianza Verde Oliva de Romano Prodi, para candidatos regionales. En 2011 el Partido Socialista Francés escoge así su nominado presidencial, Francois Hollande -exmarido de Segolene Royal, la anterior candidata- y aclamaron que asistiera 6.25% del electorado. Sarkozy desestimó los resultados por escuálidos aunque es posible que pierda la presidencia con Hollande.
Las de Venezuela tienen tres componentes de máxima de apertura y riesgo. Son abiertas y por lo tanto cualquiera puede votar, con riesgo -teórico, pero latente- del llamado raiding por los norteamericanos: que partidos adversos decidan inflar un precandidato contrario, como al parecer ocurrió alguna vez en Vermont.
Al ser multipartidarias y decidir el abanderado de una coalición de rivales, dependen en gran medida de la lealtad competitiva, del espíritu olímpico. Basta que cualquiera de los derrotados las denuncie, para rayarlas. Algunos han jugado la ruleta rusa con “la presencia del CNE”. Por eso el candidato triunfador tiene que asegurar a los vencidos todo tipo de garantías y no amenazar su existencia. Ese es otro riesgo.
Y un tercero. Cualquier campaña sucia o exceso de pasión se traslada a las bases votantes, crea resentimientos laboriosos de regresar después, y es difícil convencerlas que era sólo un juego, cosa que los dirigentes entienden con tranquilidad.
La participación máxima mundial en primarias ronda 20%. En Argentina el 14 de agosto de 2011, participó 82% del registro electoral. Pero en vez de primarias fueron unas elecciones generales anticipadas. Fue algo de naturaleza integralmente distinta a los procesos analizados antes.
Cada partido concurrió ese día por imperativo legal a escoger -entre incontables postulantes-, quiénes serían sus propuestos a presidente y vicepresidente, 130 candidatos a diputados y 24 a senadores nacionales. Voto obligatorio y abstención penalizada por la ley, hacen una diferencia abismal con primarias de participación voluntaria, tal como las conocemos.
Golpistas sin gloria. Amplia satisfacción siento de saborear con ojos y manos, hojear (¿será ojear?) el libro de mi queridísimo amigo Manuel Malaver, con quien he compartido tres décadas de jugo de limón agrio, mientras quienes tenían que cuidar la democracia, los partidos y la modernización los degollaban con nosotros en la impotencia. Difícil que se oyeran nuestros gritos en el Coliseo.
Narra la inverecundia y la traición de las elites cultas a la democracia, con su brillante estilo de periodista todoterreno, intelectual cosmopolita y hombre generoso. Con Mirtha Rivero, Enrique Krauze y pocos más, rescriben una historia oficiosa según la cual los “buenos” eran los desestabilizadores, resentidos y golpistas, y los “malos” los desmañados demócratas.
Siento en el intercostal izquierdo las varias referencias a este servidor, especialmente cuando con mi hermano Jean Maninat, denunciamos en 1983 el horror del estalinismo cubano y la entronización sandinista. Mucho hubo que pagar por atreverse, pero valió la pena sólo para verles la cara hoy a los sicarios sin gloria de entonces.
Por: CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
@carlosraulher
OPINIÓN | EL UNIVERSAL
11 de febrero de 2012