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VLADIMIR VILLEGAS: Chávez y el camino de la salvación

Tiempos de cambio

 

El presidente Hugo Chávez le dijo a José Vicente Rangel que le da lástima ver a Pablo Medina como precandidato de la oposición, al lado de adecos y copeyanos, y le ha tendido “el camino de la salvación”, como si el oponerse a su gobierno ya entra en la categoría del pecado y nuestro jefe del Estado en la condición del Cristo que perdona a sus hijos descarriados.

Estas referencias de Chávez hacia Medina me traen unos cuantos recuerdos sobre el debate interno que dimos en el PPT cuando se planteó el apoyo a Hugo Chávez y la voz de Pablo fue una de las que se alzó en la discusión para rechazar esa posibilidad. Pablo nunca digirió la decisión que el partido adoptó, y sólo la acató por ser el secretario general y por preservar la unidad partidista. “Yo lo conozco bien”, decía siempre Medina, y no le hicimos caso a sus advertencias. Lo acompañaban en esa postura anticandidatura de Chávez María Cristina Iglesias, Farruco Sesto, el difunto general Alberto Müller Rojas, Lelis Páez, Roger Capella, David Paravisini y otros dirigentes.

Aristóbulo Istúriz no tenía una posición claramente definida, como tampoco José Albornoz. Rafael Uzcátegui tampoco se anotó, y sus razones tuvo, en el apoyo inicial al entonces candidato. En cambio, Alí Rodríguez, Rodolfo Sanz, Carlos Melo, Eduardo Manuitt, Alfredo Laya, Roy Daza, este servidor y otros entonces dirigentes de la naciente organización derivada de la división de La Causa R, junto con la abrumadora mayoría de la militancia y los equipos regionales, salimos decididamente a apoyar a Chávez. En aquel momento, a pesar de lo que Pablo presagiaba, hicimos lo que era correcto. No había espacio para una candidatura propia, como la de Medina, impulsada por María Cristina, Farruco y el difunto Alberto Müller, ni estaba planteado un apoyo a los otros dos liderazgos mesiánicos que se asomaban, el de Henrique Salas Römer e Irene Sáez, con visiones de país absolutamente opuestas a las nuestras.

Ya han pasado más de trece años de aquellos debates. Hoy muchas de las advertencias de Pablo se hicieron realidad.

No acompaño muchas de sus posturas, pero admito que en buena medida tenía razón al encender las luces de alarma.

El Presidente es prisionero de su debilidad por el poder absoluto, y de su empeño en convertir la incondicionalidad en un requisito para poder acompañarlo y apoyarlo. Le estorba la crítica, no tolera la idea de someterse a una dirección colectiva. Le impacienta la posibilidad de que otro tome la palabra y le contradiga su punto de vista. Y, por supuesto, no comulga con la idea de la alternabilidad, ni siquiera para abrirle paso a sus más incondicionales y cercanos compañeros de ruta.

Lo grave no es que el Presidente tenga todas esas características sino que ellas marcan su relación con los otros poderes públicos, con su partido, con sus ministros y demás subalternos y, sobre todo, con el resto de la sociedad, como si todos estamos sometidos al principio de la obediencia debida, o caso contrario ipso facto pasamos a formar parte de los enemigos de la patria.

Esas características no las vimos en 1998, y muchas de ellas ni siquiera durante buena parte de su gestión. Se profundizaron de tal manera que hoy son inocultables y prácticamente incorregibles. Sólo una derrota electoral en octubre tal vez lo haga cambiar y reflexionar sobre su paso por el poder. La salvación que él ofrece a otros es lo que más necesita. La autocrítica no nace en los terrenos de la victoria sino en la adversidad. Es ley de vida.


Por: VLADIMIR VILLEGAS
vvillegas@gmail.com
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EL NACIONAL