Artillería de Oficio
Los organizadores de la Feria Internacional del Libro de Miami, celebrada la semana pasada, quedaron impactados con el poder de convocatoria de la periodista venezolana Patricia Poleo, que el domingo pasado presentó su libro Fugitiva en rosa, con prólogo del escritor cubano Carlos Alberto Montaner que también presentó en la feria su novela La mujer del coronel.
Acompañó a la periodista una nutrida representación del exilio venezolano y del cubano, entre la cual se encontraba el escritor cubano, ex prisionero político y de conciencia, Armando Valladares, considerado como una leyenda del presidio cubano. En la tarde, en un acto más informal, en el Arepazo I, ubicado en el Doral, se desbordó la asistencia no sólo de exiliados, sino de jóvenes que se han visto en la necesidad de salir del país huyendo de la inseguridad, los secuestros y la falta de oportunidades de trabajo.
Es conmovedora la hermandad desarrollada en la comunidad de inmigrantes venezolanos; escuchar sus testimonios y vicisitudes desmonta los mezquinos argumentos de quienes piensan que viven un exilio dorado, que, de existir, se reduce a los llamados “boliburgueses”.
Precisamente, Patricia Poleo desmitifica el exilio y lo ubica en su justa dimensión. En Fugitiva en rosa, escrito sin ningún tipo de afectaciones, nos presenta una novela de sí misma: “Yo, que había sido intensa, sentía que no sentía. Que pisaba una grama que no era tan verde, saboreaba algo que realmente no sabía, metía los pies en un mar que no salaba, me mojaba con una lluvia que nunca empapaba, que viraba el rostro hacia un sol que no quemaba. Sentía que estaba haciendo una vida que no era vida, y me atormentaba la idea de no poderle dar un verdadero hogar a mi hija. Un hogar como aquel que habíamos dejado vacío, y que yo imaginaba aún con la almohada marcada con el descanso de la última noche. Me taladraba el cerebro la idea de si no habría sido mejor la cárcel que el exilio”.
Quienes sentimos pasión por el periodismo y la verdad sabemos lo que significa un testimonio desgarrador de los riesgos que se corren cuando has hecho de la verdad una misión de vida, una obligación libertaria y democrática. Sólo un régimen dictatorial apela a métodos tan perversos y aberrantes como la siembra de acusaciones y juicios penales para desactivar a sus adversarios. En el caso de Patricia Poleo todo intento de silenciarla ha resultado inútil; aunque la hagan sufrir hasta lo indecible no podrán callarla jamás, es algo que debería entender la fiscal general de la república, que insiste en mantenerle la privativa de libertad.
En Fugitiva en rosa el dolor se transmuta en una afirmación de la voluntad de perdonar y no anidar resentimientos. Cuando llora y lo hace amargamente, se pregunta atormentada cómo hará para perdonar. Cuando Giovanni Vásquez, el llamado testigo estrella, confesó que había mentido, Patricia escribe: “Lejos de la reacción lógica que cualquiera esperaría de mí al sentirme liberada de culpas, mientras veía en la televisión a ese infame declarando, daba golpes descargando mi rabia contra la pared y lloraba amargamente. Enfrentarme a los detalles de cómo me habían destrozado la vida no era fácil para alguien que, como yo, estaba acostumbrada a defenderse. ¿Cómo iba a hacer yo para perdonar esto?”.
El tiempo que todo lo cura, o por lo menos lo alivia, hará que Patricia perdone, pero no olvide. No es conveniente olvidar. Al margen de su sufrimiento personal hay que documentar este tiempo de terror y crueldad para evitar que las próximas generaciones puedan padecer los mismos horrores y pueda repetirse esta experiencia tenebrosa, despiadadamente vulgar y autoritaria.
Por: MARIANELLA SALAZAR
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