“A los caficultores les llovió gas, palo
y patadas y no eran delincuentes”
■ Proponen financiamiento oportuno y por partidas para rescatar la producción.
■ Luis Horacio Durán Gil produce a pérdida en su finca para mantener activa la propiedad que le ha costado 40 años de trabajo.
Las crisis transforman a las personas y a la sociedad. Los caficultores venezolanos han cambiando su modo de pensar y actuar. Hoy sólo las viejas generaciones siguen dando un voto de confianza al rubro y las nuevas lo abandonan para ganarse la vida en oficios urbanos.
Caminar por las calles de las poblaciones de Biscucuy, Chabasquén y Ospino, en el estado Portuguesa, ratifica esta realidad. Allí, donde antes la fuente primaria de empleo era la labor en haciendas de café, ahora hay buhoneros, mototaxistas y jóvenes que esperan a las puertas de una alcaldía para conseguir un empleo público que les proporcione una renta mensual y algo de estabilidad.
El café significa un sacrificio sin recompensa, a decir de la mayoría.
“Mis hijos ni amarrados se dedican a producir café, porque todos estudiaron. Cuando yo llego maltratado y cansado de trabajar desde las 5 de la mañana hasta las 8 de la noche, ellos ven eso y dicen: `No vale la pena papá porque no se ve el dinero sólo el cansancio y el agotamiento”, expresa Luís Horacio Durán Gil, productor de la parroquia La Concepción del municipio Sucre, quien tiene 55 años de edad y 6 hijos.
La caficultora es una actividad generacional que siempre ha sido practicada por familias enteras, heredada de padres a hijos y nietos.
En Portuguesa pareciera laborar la última generación, integrada por productores de más de 40 años, que no dudan en decir que trabajan a pérdida y que lo hacen porque nacieron entre el café y es el único oficio que conocen.
Durán Gil sostiene que siguen allí por amor al café, a Venezuela y a su generación.
“¿Cómo vamos a abandonar una finca de 20, 30 y 40 años de trabajo? Abandonar las fincas sí sería la ruina de nosotros, la propiedad pierde el valor… hay que mantenerlas así sea a pérdida porque en años anteriores con ellas alimentamos a nuestros hijos”.
Manuel Antonio Morillo, de 55 años de edad, tiene 33 produciendo café con un finca de 4 hectáreas en la parroquia San José de Saguaz. “Se trabaja a pérdida porque la mayoría de los productores no son profesionales, el oficio nuestro es producir café. Nuestra única fuente de subsistencia es el café. Si no genera utilidad, seguiremos viviendo de las entrañas, quitando plata prestada, quitando plata impagable. Esto es triste, no abandonamos porque ¿para dónde vamos a coger?”, sentenció.
Sacrificios de vida. Más allá de las exigencias por un precio justo y planes efectivos para mejorar la situación, los productores de café afrontan múltiples sacrificios de vida que sólo conoce quien los experimenta.
Morillo refirió que el primer sacrificio del caficultor es el tiempo de trabajo, el cansancio y el sufrimiento sin ganancias. “¿Qué mayor pérdida que el tiempo trabajado sin haber adquirido nada? Porque nos hemos endeudado y nuestra calidad de vida ha bajado”.
Han sacrificado la alimentación y recreación familiares.
“Nos pueden poner un Mercal al lado de la finca y el caficultor no tiene cómo comprar sus alimentos. Es mentira que un caficultor diga voy para la playa, porque no tiene ni traje de baño siquiera… el estreno se acabó en diciembre. Si el productor compra estreno durará meses sin comer. Antes uno se preguntaba ¿ya abonaste? y ahora la pregunta es ¿ya comiste?”.
Carlos Márquez, productor cafetalero del municipio Ospino con 39 años de edad y 27 con el rubro, que tiene una finca de 5 hectáreas en el caserío La Laguna, parroquia La Estación, confesó que la gran sacrificada es la familia porque cuando la cosecha no da, se comienza a recortar la alimentación, el vestido, los útiles escolares, la reparación de la casa y el carro.
Alternativas:
Cirila Batista Gutiérrez, tiene 45 años de edad y más de 20 produciendo café, cuenta que su labor es familiar y la hacienda es sagrada porque es una herencia de su padre que su mamá exige que se mantenga a como dé lugar, por ello los hermanos siguen trabajándola y no han optado por venderla.
Cuenta que para evitar la quiebra todos los miembros de la familia han realizado actividades alternas como producir cambur, trillar café a otros productores y, en su caso particular, montar junto a su hijo una venta de comida rápida en Biscucuy que le da un ingreso adicional aceptable.
Durán Gil refirió que ha sembrado cambur buscando alternativas de subsistencia. “Por lo menos uno vende un viaje de cambur y con eso paga a los obreros. En mi hacienda se perdían los cambures y ahora no se dejan ni madurar”.
En Ospino, Márquez proyecta experimentar con el cultivo de aguacates en su finca para tener un ingreso alterno.
En el pasado, la producción cafetalera daba muchas satisfacciones. Durán Gil recuerda que todos los años renovaba los sacos y las cabuyas para almacenar el café, porque eran baratos. Ahora los guarda dos y tres años para la cosecha. “Nosotros les comprábamos los machetes a los obreros, ahora no. Antes, con la producción de un año uno adquiría una Toyota y ahora no alcanza ni para la inicial, todos andamos en carros viejos y con los cauchos lisos”.
Morillo contó que la rentabilidad mínima era de 20% y se podían mantener, pero en los últimos 8 años todo cambió porque la inflación en 10 años superó 1000%. “Más de 80% de los costos de producción del sector café es mano de obra y el costo de esta se ha incrementado en forma acelerada, mientras que los precios del café han aumentado de forma muy lenta”.
En época buena tuvo 16 obreros y ahora tiene menos de la mitad.
Cultivo no sustentable:
Todos los consultados señalaron que la producción es baja porque el cultivo no es sustentable, no da para abonar, fumigar, ni renovar plantas. Pueden existir todos los sacos de abono, pero si no hay plata para comprarlos no se hace nada y la realidad es que cuando el productor consigue el dinero y va a comprar la fórmula que necesita, no la consigue en el mercado o le piden muchos requisitos.
Durán Gil destacó que ya nadie quiere comprar haciendas. Conoce casos de personas que invirtieron sus prestaciones sociales en el campo hace unos años y hoy están arruinadas porque perdieron todo perseverando con el cultivo de café. De allí que en el pueblo se diga: “Antes de comprar una finca en 200.000 o 300.000 bolívares, mejor busque un mecate y ahórquese”.
12 años perdiendo recursos:
Oswaldo Zerpa, productor y alcalde del municipio Unda, quien tiene 51 años de edad y 40 produciendo café, reconoce que el Gobierno ha invertido 5.000 millones de dólares en financiamiento del rubro en 12 años, pero asegura que ese dinero se perdió por la extemporaneidad en la asignación de los créditos.
Recientemente, los caficultores marcharon en Caracas para exigir más recursos.
“Reciben los créditos cuando han pasado la siembra y la cosecha, y usan el dinero para sobrevivir. Cuando llega la otra siembra ya no tienen nada. Los créditos deben darse por partidas. La primera para hacer el vivero en noviembre y diciembre, la segunda para sembrar las matas en mayo, la tercera en junio para el abonamiento y la fertilización, la cuarta en agosto para la limpieza, la quinta para fumigar. Sólo así se podrá producir bien. Tenemos 12 años improvisando”.
Zerpa no está satisfecho con los precios, pero reconoce que mejoran un poco la situación porque hace más de 4 años no se daba aumento del café. Con rendimientos entre 4 y 25 quintales por hectárea, en el país cuesta producir un quintal más o menos 1.500 bolívares y los precios aún no llegan a esa cifra. Por último, el productor comentó que no es verdad que el consumidor bebía café barato con los precios bajos del café al productor.
“Una taza de café en el lugar más barato te cuesta 6 bolívares. De un kilo de café salen 140 tazas y de un saco 36 kilos, es decir, se le sacan más de 30.000 bolívares a un saco. Por un saco de café un comerciante gana más de 100.000 bolívares, mientras un productor lo vende máximo en 1.200 si es café tipo A”.
Por: DANIEL ESPAÑA
PORTUGUESA BISCUCUY
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