“La operación quedó muy clara. Más aún,
es grotescamente nítida…”
De tan despatarrada, se le ven las entretelas. No obstante, es eficiente. Brutalmente eficaz.
El mismo día que el Gobierno sancionó a Globovisión con una multa millonaria, el equipo de propaganda del régimen divulgó en cadena audiovisual una especie de obituario de Chávez, donde se le veía completamente idealizado, su perfil nimbado con un haz de luz, como una figura más allá de lo humano, inalcanzable por cualquier atisbo de crítica o de valoración terrenal. Entre una y otra evocación aparecían los ministros, también filmados con un filtro que les aportaba un aire de video de los Bee Gees, con una luminosidad blanca e irreal.
El cortometraje tiene tres grandes tramos. El primero muestra a Chávez como un ser de otro mundo (recordaba aquella telenovela argentina en la que el hermoso fantasma de una madre muerta conversa con la niña interpretada por Andrea del Boca), un espectro cursi que alterna pantalla con unos colaboradores a quienes se les ve conteniendo las lágrimas.
El segundo se desprende del tumbao sobrenatural para entregarse a la invención de méritos de la revolución, una retahíla de mentiras presentadas con imágenes de industrias y retórica agropecuaria. Y el tercero es una apoteosis plañidera: mucha gente llorando abiertamente por Chávez; con un aporte al género y es que no solamente gimoteaban mujeres y ancianas, sino también algunos hombres. Destacó, de hecho, por la prodigalidad de los hipidos, un viejo cuya performance tenía un aire con la del campesino de la publicidad de los platanitos, aquel que hace pucheros en el vano intento de atraer la atención de un joven que mira a través del lloricón con la autosuficiencia del citadino heterosexual frente al campuruso cundango.
En fin, un auténtico esperpento adoctrinador que da risa a quienes están, literalmente, curados de espanto y blindados contra el ardid del Gobierno de reforzar eso que los encuestadores llaman vínculo religioso (porque no tiene otro nombre). Para estos, el publirreportaje pergeñado con los manidos métodos cubanos es un subproducto de la máquina de manipular. Pero tiene un efecto galvanizador en quienes están dispuestos a pactar con el mito de Chávez y se encuentran desencantados o han visto enfriar su fervor. Para esa gente, que puede inclinar la balanza electoral, está concebido el ridículo filme y toda la propaganda del régimen, que es mucha, muy frecuente y bien pensada.
El régimen no tiene ningún logro que exhibir. Con una gestión desastrosa, ha sido un fracaso en todos los campos. Pero tiene propaganda. Cuando los venezolanos abren un grifo no sale agua, pero sí propaganda. Las vías están vueltas leñas, pero hay una valla que dice que dentro de dos meses estarán perfectas. No es cierto. En doce años eso no ha ocurrido. Pero muchos (hasta ahora, la mayoría) prefieren subir la mirada y no ver la ñoña de carretera por la que deben circular, sino la flamante autopista que muestra la fotografía de la propaganda, porque ésta le da esperanza.
Las lágrimas por Chávez son, por ahora, atrezo de una operación montada para crear la ilusión de que, mientras esté vivo, lo está porque ha sido capaz de revivir y ahora sí va a emprender alguna gestión. Con eso aspira a obtener un vale de esperanza por diez años más para su heredero.
Es evidente que se trata de que la revolución tenga vida después de la muerte de Chávez.
En esa estrategia no entra un canal de televisión descarriado del aparato de propaganda, ni mucho menos que muestre unas lágrimas que no son por Chávez sino por el hijo preso, torturado y muerto. La madre dolorosa es una imagen demasiado poderosa, demasiado real. Demasiado peligrosa. Esas lágrimas son como agua bendita en la piel del demonio.
Deben ser confiscadas.
Un eventual contendor no enfrentará a un hombre, que, total, parece estar desahuciado, sino un titánico entramado propagandístico; deberá apoderarse de la esperanza, que es el santo grial de esta historia; y deberá abrir su corazón genuinamente al dolor de las masas, para impedir que éstas se vuelven hacia él y le digan, como el viejo del plátano más bonito, “insensible”.
La oposición tiene el reto d entender que su adversario no es el presidente sino la estrategia de comunicación; el aparato de propaganda.
Por: MILAGROS SOCORRO
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