“Qué bueno que vinieron los
españoles y nos encontraron..”
Fue un hecho casual como lo es la vida misma. Los indios ni querían ni no querían, y de los españoles, ni hablar, ellos sí querían pero no sabían qué, mucho menos en dónde encontrarían lo que no estaban buscando.
Nuestra historia, desde Colón hasta esto indescriptible que tenemos ahora, ha sido una locura.
Admiro a Colón, quien a pesar de también estar loco le hizo menos daño a Venezuela y trató mejor a los indios que el Gobierno actual, quien los puso a pedir limosna en las calles.
El italiano en cuestión no sabía hacia dónde iba.
Se la pasaba mamandibiri y pidiendo prestado en las cortes europeas, hasta que la reina Isabel, para quitárselo de encima, le dio las tres carabelas, con la esperanza de que la Tierra realmente fuera cuadrada para que Colón y sus marineros ex presidiarios cayeran por un precipicio y, por fin, respirar en paz. Porque, ¿quién se iba a calar a ese italiano, día y noche, mendigando en la corte?: –Maestà, per favore!… me podría dare i tre barquitos e, giuro, non vengo más poracuà…
El rey Fernando, obstinado del fastidio infinito del pedigüeño, le dijo a la reina: –¡Dadle cualquier cosa a este turustustús! (Pregunten qué quiere decir). Y… ¡desaparecedlo de mi vista! La reina lo miró con picardía y le dijo: –¿Cualquier cosa, dijisteis? –¡Sí! ¡Cualquier cosa!, ¡pero quitadme de encima a ese hombrecillo de faldita marrón! Al parecer y según Oscar Yanes, quien era escriba en la corte, la reina intentó darle a Colón “cualquier cosa”, pero como ella había hecho un juramento de que no se bañaría hasta que los moros se fueran de España, Colón le dijo: –Molto agradechido maestà, ma la fornicazione cherá quando io regrese, e mi torno, pues…
Colón regresó y la reina lo increpó: –¿Os acordáis de vuestra promesa? –Chia… chiaro, maestà… ma primero ¡quitare la pantaletiña…! Pantaletiña, por cierto, y esto no es chiste, que la reina no se había quitado durante el tiempo que duró el viaje de Colón.
Cuando su majestad se despojó del justán real y lo tiró al piso, se quebró. Colón, por su parte, se quitó el guaralito e’motilón que le regalaron los indios, que también se quebró. Y desde el palo mayor, el italiano gritó: ¡Tierra…! ¡Tierra…! Así fue nuestra conquista, perdón… la de la reina. Los españoles unificaron un continente con el idioma más bello: el castellano, que a su vez fue enriquecido por el aporte de los árabes que estuvieron en España durante ¡casi 800 años! Para completar la cosa, un caraqueño oligarca, descendiente de españoles, llamado Simón Bolívar, tuvo el desatino de alzarse contra la corona, y tuvo éxito e hizo que los españoles se fueran para siempre. Lo malo es que, lamentablemente, el bueno de Bolívar murió y sus últimas palabras fueron: “Yo la hice libre, háganla ustedes próspera”. ¿Pero habrase visto? Eso era y es justamente lo difícil. Por culpa de él nuestra moneda no es el euro, ni el príncipe Felipe está en Miraflores. Irónicamente, los que actualmente invocan a Bolívar para joder, tienen al bolívar por el suelo.
Y pensar que todo comenzó por un azar: un hombre en faldita marrón, un rey cornudo, una reina que juró no bañarse, un Libertador que al cumplir sus sueños no imaginó el vainón que nos estaba echando y ahora, 519 años después, nos descubrieron los cubanos y el Gobierno les regala nuestra soberanía. En este contexto bizarro y apátrida que nos quieren imponer, de verdad, prefiero a los españoles.