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Claudio Nazoa: ¡Mariaca!, de novicia rebelde

!Pero… ta… ta… ta… tannn…
la siniestra esvástica negra..!

 

Bueno, qué horrible comenzar un artículo así, pero… bueno, cuando algo es perfecto, es difícil tratar de escribir describiendo la perfección, porque por más perfecto que yo trate de escribir, nunca nada de lo descrito, será tan perfecto como el montaje de La novicia rebelde. Lo primero y difícil aquí es cómo escribir sin nombrar a todos los seres superiores que lograron esta obra maestra. Este éxito es de todos: actores, cantantes, escenógrafos, coreógrafos, productores, directores, ¡los músicos de la Gran Mariscal de Ayacucho!, los mágicos niños cantores y los técnicos perfectos.

Soy absolutamente frenético y parcializado en mis opiniones cuando me gusta algo, y eso me impide escribir coherentemente sobre lo que me ha asombrado. Fíjense, llevo casi la mitad de mi artículo y todavía no he logrado explicar lo que vi y me gustó. ¡Pero entiendan!, ante La novicia rebelde, nos quedamos sin palabras.

Cómo me cuesta no comenzar a nombrar a todos esos artistas que engalanaron el vapuleado y golpeado Teatro Teresa Carreño. Qué bueno sería que nuestro Teatro Teresa Carreño volviera a convertirse en el tesoro brillante que es, oculto hoy bajo el barro del fascismo destructor.

Por cierto, esta Novicia rebelde, para mi sorpresa, es un acto de protesta contra la intolerancia y la brutalidad; y digo para mi sorpresa, porque en medio de mi ignorancia relacionaba esta obra con un cuento romántico medio cursi, de una monja enamorada. Pero… de pronto, este montaje da un vuelco y nos sorprende con una protesta contra el nazismo y contra la brutalidad de los fanáticos incultos cuando llegan al poder. Es emocionante y electrizante el momento indescriptible cuando los nazis toman el Teatro Teresa Carreño y baja el telón rojo, junto con dos enormes pendones laterales con la siniestra esvástica negra del Tercer Reich.

Este momento es simplemente magistral y no les quiero contar la actuación de Gustavo Rodríguez (¡ay, nombré a uno!), como maestro de ceremonia de un acto cultural nazi.

La orquesta, absolutamente perfecta, dirigida por un apasionado ángel llamado Elisa Vegas (no ve, ya nombré a otro). Ojalá este gran esfuerzo, tan grande, tan bien realizado, no pase por debajo de la mesa y pueda ser visto por 25.000.000 venezolanos que merecen saber que la búsqueda de la belleza y la perfección es posible aun en estos tiempos.

No puedo dejar de nombrar a mi amigo, demente y mejor actor, Rolando Padilla, de quien, por cierto, no sabía que cantaba. Ojo, no lo hace como Luis Miguel, pero canta afinadito; además, se ve como un bello muñequito en escena.

Pero… ta… ta… ta… tannn… ¡Mariaca Semprún! (a esa sí la nombro a propósito). Realmente esta mujer ha dejado patidifuso al público. Canta, actúa, baila, es bella y se ve más bella aún de novicia. Interpreta un personaje que es inocente, mas no pendejo. Esto lo destaco porque allí está el secreto del éxito en la actuación de esta gran artista.

Qué más les puedo decir: hagan lo imposible por ir a ver esta joya de montaje, capitaneado por Vicente Albarracín.

Un chisme: el más afortunado de todo esto es, como siempre, el galán de galanes, el hombre más envidiado de Venezuela, el feo, con la labia más impresionante que ser humano alguno haya tenido (tiene que ser labia porque cara no es): me estoy refiriendo al poeta Leonardo Padrón, quien es el que al final se queda con la novicia rebelde y, como en los cuentos, al parecer, viven felices para siempre.


Por: Claudio Nazoa
El Nacional / ND
3 Octubre, 2011