“En el reino de las tribus, la única
ley es la unción del jefe…”
Una de las consecuencias más notorias del desmoronamiento institucional que ha ocurrido en Venezuela con la “revolución bolivarista”, es que la tribu depredadora se haya convertido, una vez más en la historia, en el factor político crucial para sostener y ejercer el poder. Las remotas montoneras del siglo XIX tienen su herencia diferida en las tribus oficialistas del XXI.
Sólo la relativa fortaleza de un estado de derecho y su configuración institucional, habían logrado contener y hasta debilitar el fenómeno tribal –por lo menos durante importantes trechos del siglo XX. Pero desbaratadas las instituciones republicanas, de nuevo campea el tribalismo y los resultados del asolamiento están a la vista, sobre todo por la explosión de violencia criminal y el saqueo de los recursos nacionales.
En el reino de las tribus, la única ley es la unción del jefe. Todo se permite, salvo que el mandamás diga lo contrario. Eso sí, se le debe rendir tributo a ciertas formas, y entonces los desmanes y zarpazos se cubren con un barniz de leguleyería, el que nadie cree, desde luego, pero que al menos sirve para que los vivarachos de dentro y fuera puedan seguir con la comedia de la revolución democrática…
Por otra parte, las tribus del presente tienen una doble faz político-económica, con una pata en el Psuv o en componentes de la FAN, y otra en la boliburguesía u otras formas de delincuencia organizada, como el narcotráfico endógeno y foráneo. Puede que también haya capillas ideológicas sin ambiciones pecuniarias, pero son absolutamente marginales ante el poderío de las grandes tribus.
La variedad de éstas es tan amplia que en realidad sólo resaltan dos características constantes: que no hay instancia del poder sin tribu o mafia, y que todas compiten para ver quién es más partisana a favor del señor Chávez. Desde la decorativa Asamblea Nacional hasta el más buchón de los organismos públicos, pasando por cualquier gobernación, alcaldía o prefectura de tendencia roja, es la tribu específica quien tiene la primera palabra, porque la última suele tenerla el supremo cacique.
Y claro, las tribus vernáculas siempre han estado condicionadas a las preferencias de la tribu más influyente, que no es necesariamente la de la familia presidencial –cuyas parcelas propias son mucho mayores de lo que se reconoce, sino la tribu que más truena o la que manejan los Castro Ruz desde La Habana. Al fin y al cabo, la soberanía venezolana está quebrantada hasta en el terreno del tribalismo.
En todo caso, el equilibrio entre las tribus se había mantenido sin amenazar el continuismo el caudillo, incluso en medio de algunas ruidosas purgas, como la boli-financiera de 2008. De la mano de Fidel Castro, el mandón venezolano venía manejando las apetencias político-tribales con cierta proporcionalidad. La idea parecía ser que a todos les tocara un sustancial pedazo, pero sin que ninguno desbancara a los demás.
Así por ejemplo, a unos se les dio Pdvsa y a otros, Cadivi; a tales la banca pública y a cuales los tribunales; a los fulanos las compras militares y a los menganos la deuda externa; Guayana para estos y la Faja del Orinoco para aquellos; las importaciones de alimentos para los de acá y los contratos eléctricos para los de allá, y así se iba repartiendo el botín hasta que un imponderable del destino se hizo presente.
En efecto, los padecimientos de salud del señor Chávez, envueltos en el misterio de la desinformación, están inquietando a las tribus del régimen que, sin un ápice de duda, sacan sus cuentas antes los escenarios posibles. En particular, porque si algo saben bien es que la supervivencia y la impunidad dependen de que perdure la hegemonía y se impidan cambios de fondo. Por eso, las tribus angustiadas son todavía más peligrosas.
*Recomendado por Ovario, ver más en: El culto a la personalidad de Chávez
Por: Fernando Luis Egaña
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