El Tejado Roto
Es mucho lo que se parece este momento de oscuridad, este bache, con empachos y cólicos sufridos por otros pueblos y ciudades en periodos señalados como luminosos en los libros de historia, quizás sea el Siglo de las Luces el ejemplo más ilustrativo.
No cabe duda de que en el futuro próximo los especialistas que se dediquen a estudiar calamidades sociales encontrarán un apelativo exacto para denominar con rigor científico el trayecto que hemos recorrido desde el juramento sobre “la constitución moribunda” hasta el pase la página de diciembre de 2012. Máximo catorce años.
Fue en el Siglo de las Luces que la emprendedora veneciana Teresa Cornelys, cantante de ópera y meretriz ocasional, se impuso en Londres como la gobernanta del lujo y del goce. Su mansión en el Soho Square, en el West End, era visitada por lo más distinguido de la aristocracia. Príncipes y princesas, duques y marquesas asistían a sus fiestas, conciertos y bailes de disfraces y utilizaban a placer ciertas habitaciones para sus encuentros galantes.
Nunca se quejaron de los precios que establecía Teresa, el centro de la vida social de la capital británica. Ganó mucho dinero, pero siempre gastó más del que ganaba y su última casa fue la cárcel.
En ese Londres de callejuelas cubiertas de excremento de caballo, sin cloacas, en el que tanto damas como caballeros se valían de cualquier recodo para aliviar la vejiga, Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe, escribió Diario del año de la peste, el primer gran reportaje del periodismo moderno sin que lo metieran preso por las cifras utilizadas.
Fue condenado, sí, y expuesto a la picota pública, La Hojilla de entonces, por la publicación de un panfleto en el que parodiaba los negociados de la camarilla en el poder. Fue encarcelado en la prisión de Newgate, pero no cumplió la pena a cambio de trabajar para el gobierno como agente secreto de inteligencia. Un salto de talanquera.
En 1724 publicó Lady Roxana o la cortesana afortunada, que cuenta las aventuras y desventuras de una mujer que, amenazada por el hambre, hizo la calle. Un testimonio vital en el cual no cabe el arrepentimiento hipócrita, porque nunca deseó sacrificar el placer del dinero ni la adulación por convencionalismos morales o por temor a la fantasía del Infierno.
No compare ni se confunda. Una bataclana no es una puta, sino una bailarina de cabaret, aunque algunas cedan su ética al dinero y al placer. Vendo diccionario de malas palabras sin censura previa ni pudores fortuitos.
Por: RAMÓN HERNÁNDEZ
@ramonhernandezg
Política | Opinión
EL NACIONAL