“Las ilustres castas rojas-rojitas”
La corrupción en Venezuela no es un flagelo de reciente data, sino de toda la vida: existe desde antes de la creación de la república, pero en estos casi 13 años de gobierno socialista-comunista del siglo XXI se ha desbordado. El venezolano posee (por naturaleza o instinto) una retorcida proclividad hacia la maldad, el todo vale y el atajo del vivo, que traen como consecuencia el robo descarado de la cosa pública y también de la privada, según el caso. El problema es cultural.
Los políticos llamados bolivarianos y revolucionarios no pueden responder por todo lo malo que está pasando. Lo que han hecho algunos funcionarios inescrupulosos de esta administración socialista-comunista, en una nación donde impera la cultura de la trampa, y donde la actividad política no es propiamente protagonizada por personas sensibles al bien común, es exactamente lo mismo que hicieron muchos funcionarios que pertenecieron a otros Gobiernos de la llamada IV República y que ahora forman parte de la V.
¿Por qué al gobierno actual es a quien se le hacen más críticas?, porque sus funcionarios han regalado el País al mejor postor entregando nuestro petróleo, porque trafican con sus influencias y comulgan con las mafias electorales? Si queremos hacer un juicio político -y por qué no, punitivo-, sobre la forma como se ha manejado el Estado en esta tierra sin dolientes, hagámoslo de una manera imparcial, sin apasionamientos, incluyendo a todos los protagonistas, del peor de todos los males: la corrupción.
Comencemos por acontecimientos actuales. Hagamos memoria de la manera como se utilizan los medios de comunicación del gobierno y sus noticieros de televisión: varios de ellos presentados por algunos indecentes e indecorosos, con un lenguaje vulgar, soez, grosero, chocarrero, chabacano y obsceno como el caso de la Hojilla y su moderador, perteneciente a esas “ilustres castas rojas-rojitas”. Es pertinente preguntarnos hoy con qué criterios se asignan esos noticieros para descalificar a quienes les adversan. Ese solo hecho ¿no es discriminatorio?, ¿no vulnera el derecho a la igualdad?, ¿no es una vergüenza para la libertad de prensa? ¿Por qué no renuncian a la prescripción de la
acción penal para que ese tipo de asuntos se investiguen hoy? Porque los jueces y magistrados no salen de las listas de elegibles, sino del directorio político del PSUV?
Indaguemos cómo se tramitan las reformas tributarias en la Asamblea Nacional. ¿Acaso se le olvida a todo el mundo cómo se reparten los puestos y los contratos?, ¿cómo se asignan las partidas presupuestales en los diferentes Estados venezolanos? ¿Cómo es posible que los que hoy claman por la depuración del Estado le entreguen a los mismos bandidos de siempre las grandes posiciones regionales y nacionales para que las saqueen y derroten con esos dineros malditos a la gente que quería hacer política decentemente?
¿Quiénes permiten que la Asamblea Nacional sea permeada por personas que van a buscar contratos y hacer negocios con la influencia que se desprende de su posición, sino los gobernantes del momento, que, a sabiendas de la clase de escoria que patrocinan, les entrega parcelas de la administración pública por medio de selecciones amañadas que destruyen para siempre la igualdad de oportunidades?
La actividad política se ha convertido en delincuencial, gracias a este Gobierno de turno que, para mantenerse en el poder, a pesar de los grandes escándalos, les ceden a los caciques regionales genuflexos del gobierno todo lo que quieren para que arrasen a sus legítimos contradictores que claman por una Venezuela distinta.
El desastre no es de ahora amigo lector es de siempre, y muchos de sus auspiciadores maquillaron sus culpas y hoy fungen como dueños de la moral.
Por: Zenair Brito Caballero
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