“Todo el mundo clama
por un parte médico”
A lo largo del mes de junio y hasta su aparición, a comienzos de mes, en el Balcón del Pueblo, los venezolanos nos preguntamos cuál sería la suerte de Hugo Chávez. En Estados Unidos, uno de esos juicios que los medios de comunicación convierten en reality show acabó con la liberación de la acusada, Casey Anthony, a pesar de imputársele el asesinato, mediante asfixia inducida con cinta de embalaje, de su hija de 2 años, Caylee Anthony. La semana pasada el gran escándalo global fue el que le salpicó al magnate de los medios de comunicación, Rupert Murdoch, fundador de News Corporation, conglomerado que reúne, entre otros, la cadena de televisión Fox, el estudio cinematográfico 20th Century Fox, el prestigioso diario Wall Street Journal, así como varias insignias de la prensa chicha anglosajona. Los tres casos cuentan con un lugar común: la existencia de una bruma de silencio inexplicable con capacidad de dejar en suspenso a la opinión pública.
A pesar de que ya se sabe cuál es la afección que perjudica al Presidente venezolano, él mismo se ha dado a la tarea de inscribir su dolencia en el terreno de una ambigüedad ad libitum.
Todo el mundo clama por un parte médico que permita considerar un futuro más allá de Chávez, incluso entre los chavistas. Sin embargo, gobernando alternativamente vía Twitter desde La Habana, Chávez apela a la luz celeste y al misal bolivariano para apostar por su inmortalidad heroica.
Es probable que Casey Anthony ni se imagine quién es Hugo Chávez. No obstante, esta vecina de Orlando, Florida, también sabe que el silencio es requisito indispensable para diferir compromisos. Una pregunta clave durante su juicio: “¿Por qué tardó más de un mes en denunciar la desaparición de su hija?”, nunca encontró una respuesta plausible. Ese vacío le permitió a su abogado defensor ganar tiempo para organizar todas las evidencias y para justificar el don para la mentira de su cliente, presunta víctima de los abusos sexuales que, durante su infancia y adolescencia, le infligiera su padre, ex detective de homicidios. Una de las hipótesis sobre lo que le sucedió a su hija sería que Caylee murió ahogada en la piscina de la casa de su abuelo, quien, en lugar de dar parte a las autoridades competentes, habría aprovechado su experticia para dispersar las evidencias.
Que alguien me explique cómo Rupert Murdoch, si no es con entrenamiento del máximo gurú de la Gran Fraternidad Universal, puede declarar no estar al tanto de las prácticas profesionales de sus propios periodistas. Hace ocho días los jueces británicos lo interrogaron en lo concerniente a la cultura de intervención de teléfonos celulares cultivada de larga data por los reporteros del News of the World. ¿El objetivo? Pescar chismes entre personajes de la alta farándula y, además, cebar intrigas y angustias entre personas comunes y corrientes. Uno de los resultados de esta técnica de “periodismo investigativo” fue alterar el curso de las pesquisas policiales sobre el secuestro y asesinato, en 2002, de la adolescente Milly Dowler.
El buzón vocal de su teléfono celular cuyo número formaba parte de una lista de celulares pinchables, suministrada por el detective privado Glenn Mulcaire fue intervenido por reporteros del News of the World, quienes, incluso, se permitieron borrar mensajes que alteraron las evidencias e hicieron pensar a la familia Dowler que Milly se encontraba aún con vida. El develamiento público de la cultura reporteril del News of the World provocó su cierre, el 7 de julio pasado, luego de 168 años de tradición en los pantanos de la saña sensacionalista.
La sordidez de la escuela de la mentira anglosajona revela el candor de la que nos ocupa en Venezuela en el plano político.
Sin embargo, con sus idiosincrasias particulares, los tres casos plantean la verdad como una aleación entre silencios fundamentales e historias inconclusas, algo parecido al número de magia de un circo, empresa de la ilusión que está llena de secretos y que, como se sabe, no tiene domicilio fijo.
Por: LEOPOLDO TABLANTE
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