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Thursday, November 21, 2024
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EDUARDO MAYOBRE: El comandante en su laberinto

No se trata de un acto de
adulancia de mi parte

 

El paralelismo del título con la novela El general en su laberinto del premio Nobel Gabriel García Márquez, que se refiere a los últimos días de Simón Bolívar, no intenta equiparar a Chávez con el Libertador para plegarme a la línea oficialista. Aunque sí debo reconocer que la asociación de ideas me vino a mente cuando escuchaba la alocución del actual Presidente en la cual informaba que padecía de cáncer. En ambos casos se trata de hombres trabajadores y ambiciosos que observan cómo lo que consideraban su obra no pueden terminarla por razones ajenas a su voluntad y que sienten que todo lo que han hecho es “arar en el mar”.

Pero soy consciente de la enorme diferencia entre ambos personajes. Mientras Bolívar tenía detrás de sí haber logrado la libertad y la independencia de todo un continente, Chávez sólo ha logrado ganar unas pocas elecciones, la mitad de manera fraudulenta, y sacar a los militares del cuartel. Y en tanto Bolívar sabía que su obra tenía limitaciones, al punto de exclamar, tal como citó el Presidente el 5 de Julio: “Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás”, Chávez imagina que ha adelantado una revolución que nos encamina al mar de la felicidad. Sin embargo, la experiencia de haber sucumbido ante realidades que derrumban sus sueños hace que la comparación no sea del todo rebuscada.

El comandante en su laberinto debería ser consciente de que aspiró a demasiado. Que quiso que todo girara en torno a él, sin tomar en cuenta que no era invulnerable. Y que esta exageración lo pone ahora en manos de los seguidores de pacotilla, de los alumnos codiciosos de la Academia Militar que reclutó para sus aventuras golpistas y de los tirapiedras universitarios que disfrazaron sus fechorías bajo el manto de las teorías de un gran filósofo alemán. Por su parte, Simón Bolívar no pudo menos que comprender que intentar unir pueblos aislados entre sí era una empresa destinada al fracaso, debido a las rivalidades y las intrigas parroquiales.

Más allá de la comparación, el caso es que una situación sobrevenida ha frenado la actividad frenética de nuestro Presidente destinada a dotar al país y a cada uno de nosotros de un nuevo rostro. Sus esfuerzos ya habían dado muestras de venir agotándose.

Las movilizaciones populares ya no eran espontáneas. Los indicadores económicos resultaban desastrosos. La incompetencia de sus colaboradores era evidente.

Las preferencias en las encuestas caían vertiginosamente. Y hasta se habían unido sus adversarios.

Pero aún era posible continuar la batalla. Poniendo voluntad, comprando armamento y con los consejos y la colaboración del padrecito Fidel Castro, sobreviviente de las batallas del siglo XX.

Pero algo que no estaba en el libreto, una fatalidad natural, ha interrumpido, o en todo caso postergado, esa lucha titánica por torcer el curso de la historia.

Y ha puesto en entredicho a los teóricos del determinismo histórico que afirman que lo que iba a suceder ya estaba escrito y no toman en cuenta que la historia, como las películas de Hollywood, tiene protagonistas, y si estos enferman o decaen no puede ser la misma, particularmente cuando al actor principal le sucede una tragedia fortuita no prevista. A Bolívar la enfermedad le sobrevino cuando ya estaba políticamente perdido. Pero que al comandante presidente, cuando sólo parecía derrotable, se le meta imprudentemente un problema biológico, altera su destino.

Chávez es un error de la historia. Pero no debería anulársele por razones médicas. Sino por las consecuencias de sus propias acciones. Además, es un error cuyos seguidores son totalmente ineptos. Lo que crea el absurdo de que nadie se atreva a reemplazarlo durante su convalecencia. Y lleva a que el laberinto del comandante resulte muy complejo, pues su ausencia no puede ser llenada. Ni siquiera por las milicias militantes que ha invocado su hermano, aspirante a la sucesión, por analogía con Raúl Castro.

El laberinto es a la vez una tragedia y una constatación de fracaso. No se trata de que un problema médico amenace el fin de una gestión. Eso ha sucedido muchas veces y desde el punto de vista humano no se puede menos que considerar que esa intervención de la naturaleza es impertinente, y mostrar solidaridad con quien la padece. Sería preferible ganarle la pelea en el terreno político. Pero el destino nos ha puesto a todos en esta circunstancia, y como a todos nos afecta es necesario enfrentar sus consecuencias.


Por: EDUARDO MAYOBRE
emayobre@cantv.net
Política | Opinión
EL NACIONAL