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IGNACIO AVALOS GUTIÉRREZ: Misterio de Estado

“Misterio” de Estado

I.


Se demostró, con su lamentable enfermedad, que el Presidente Chávez es absolutamente imprescindible para nuestro gobierno y esto no es, desde luego, un elogio político. Después de más de una década, la doctrina del liderazgo colectivo como pieza importante de la concepción bolivariana del poder, cuyo eje, se afirma, es su democratización en todos los niveles, no aguanta de pie el más suave empujoncito. El suyo es un caso de jefatura única con ropaje de caudillo, asistido por la moral blindada de la revolución y con la prerrogativa de ejercer el cargo más o menos conforme a sus ocurrencias ideológicas, a cuenta del socialismo del siglo XXI. Más allá de él, poco, apenas alguna que otra voz independiente que se escucha, sobre la que pende siempre la amenaza de ser apartada hacia el grupo de los descreídos. Los que lo rodean, dentro y fuera del gobierno, piensan y hablan a través de él ­como bien dice el comandante Presidente, es un latiguillo imprescindible a la hora de opinar­, señal de un exacerbado personalismo que los venezolanos creímos erradicado para siempre.

II.


Ojalá el viento sople a favor de su recuperación, pero sea como sea que evolucione su enfermedad (imposible saberlo, el misterio de Estado es el que regula lo que podemos y no podemos saber, y dependemos apenas de chismes de diversos orígenes e intenciones), pareciera, pues, que esta ausencia momentánea va a cambiar el libreto de la política nacional. El Presidente tiene cáncer y no hay vuelta de hoja, es un dato duro con el que no contaban ni tirios ni troyanos, ahora ambos huérfanos de referencia. Más allá de cuál sea su gravedad, el tumor que le extrajeron no puede ser resignificado, como ha sido el hábito del Gobierno en su intención de contrariar la obcecación de la realidad, como si así la transformara.

Desde el lado chavista, asomó, así pues, la eventualidad de que el Presidente pueda no estar en el escenario político, y por eso, digan lo que digan sus fieles y devotos seguidores, se abrió, por esos lares, la disputa por el poder, con el agravante de que no hay delfín a la vista, lo cual no significa, por supuesto, que escaseen los pretendientes con amígdalas. Mientras tanto, del lado opositor quizá se tenga que aprender cómo no ser sólo antichavista, su principal recurso político hasta ahora.

Que cada quien ruegue, a quien crea que lo puede escuchar, por la salud del Presidente. Que ruegue por él para que le ahorre, en la medida de lo posible, este rato tan amargo. Y que lo haga también por el país: si ha de salir del poder, que su salida del Gobierno sea porque a los venezolanos les parece, con su voto, que así debe ser, no por un hecho insospechado y súbito, además de doloroso, que nos dejaría, seguramente, consecuencias negativas durante largo rato.

III.


Escritas a medio día del lunes, tal vez estas líneas sean una especulación de mi parte, la cual me siento, sin embargo, con el derecho constitucional de expresar dado que creo que he sido parcial e inoportunamente enterado sobre un asunto que, si bien ocurre en el ámbito privado, es del mayor interés público y me concierne directamente como ciudadano de a pie.

Harina de otro costal:

El deporte gravita de manera cada vez más importante en la sociedad contemporánea. Según sociólogos, psicólogos y afines, no hay un fenómeno colectivo de más significación a escala planetaria. Digo lo que digo porque en los próximos días la Asamblea Nacional debatirá una nueva Ley del Deporte. Ojalá la ley aprobada sepa recoger, desde las condiciones y propósitos venezolanos, la importancia del deporte hoy en día.

Ojalá, también, que no sea aprobada a partir de la premisa de que la ley más conveniente es aquella que establece la mayor participación posible del Estado, como si su presencia, siempre y en todos los formatos en los que se lleva a cabo el deporte, fuese la única forma de proteger el interés público. Y ojalá, así mismo, que no se planteen, en la ley, normas que signifiquen disputas con los organismos que gobiernan el deporte a escala mundial, normas que sólo tiene sentido proponerlas, si fuera el caso, en otros escenarios y maneras, so pena de resultar contraproducentes.


Por: IGNACIO AVALOS GUTIÉRREZ
iavalosg@gmail.com
Política | Opinión
EL NACIONAL