Papeles de agua
Posiblemente la palabra mágica para una gran cantidad de ciudadanos sea esta que ilustra nuestro título. Con ella se accede a casi todos los espacios de la administración pública y también privada. La imagen asumida por aquel triste espectáculo que trajo como consecuencia la figura del “Juan Bimba”, estructurada en los albores de la era democrática.
Hacerse sentir “pobrecito” es sinónimo de lástima, de una solidaridad mal entendida entre millones de venezolanos quienes hemos tenido en los líderes políticos sus mejores maestros. Así, cuando se accede a una institución gubernamental para realizar algún trámite inevitablemente se desemboca, frente al funcionario que nos atiende, en un intercambio comunicativo impregnado por una absoluta emocionalidad. Siempre se busca el subterfugio para la evasión de la responsabilidad bajo maneras de explicar las situaciones que ofrecen una solución particular, personal, de amiguismo que hace aparecer a la institución, sobre todo las públicas, como las causantes del problema. Tanto usuario como funcionario aparecen como detractores de las instituciones, bien que ellas no prestan el servicio de manera eficiente, bien que exageran las multas, impuestos o solicitud de documentos. En tanto unos y otros aparecen como víctimas de una situación que les es ajena y donde el Otro es el culpable. Semejante concepción de la responsabilidad, bajo una óptica del emocionalismo, ofrece una pobre y lastimosa actitud como adultos pensantes.
La mentalidad del pobrecito está asociada a minusvalía: -Pobrecito, es que no tiene para cancelar; -Pobrecito, es que no tiene casa; -Pobrecito, es que lo aplazaron en el examen; -Pobrecito, es que no tiene trabajo; -Pobrecito, es que no tiene tiempo; -Pobrecito, es que no sabía; -Pobrecita, es que la dejaron sola; -Pobrecito, es que no sabe leer ni escribir; -Pobrecito, es que está enfermo. Y esta enfermedad del presidente se está manejando desde esa óptica. No estamos con esto negando el valor que tiene la emocionalidad como generadora de inteligencia. Es su uso en situaciones donde debe imperar la racionalidad y la obediencia a las leyes, normas y reglamentos, que estructuran las relaciones entre el Estado y los ciudadanos. Más si este es el jefe del gobierno del Estado.
Las sociedades avanzan cuando sus líderes son capaces de sobreponerse a las trivialidades, a las banalidades intrascendentes de quienes esperan que otros les resuelvan sus problemas. Esta actitud del pobrecito, de dar lástima para esperar alguna retribución, impide que los ciudadanos se fortalezcan psicológica e intelectualmente y avancen como sociedades adultas. Un rey, un tirano, un dictador, un presidente nunca han resuelto nada solos. Somos los individuos, en la diaria y constante tarea de la actividad del trabajo eficiente, quienes a lo largo de la historia hemos sabido encontrar las soluciones a nuestros problemas, individuales y colectivos.
En estos años terribles debemos estar atentos y ser objetivos y críticos con nuestros líderes. El presidente aparece ahora con voz baja, de hombros caídos, con poco lenguaje gestual, con pocas inflexiones y semánticamente con un discurso orientado a la paz y la concordia. Tiene un “plomo en el ala”. Políticamente ya es pasado, y sabe que pronto aparecerá quien le sustituya, pero ojo: no olvidemos que actúa las 24 horas como un político. Maneja su enfermedad políticamente! Y lo hace de la manera más ancestral posible: dando lástima para lograr por lo menos solidaridad humana, es decir; neutralizar a quienes están indecisos frente a fijar posición crítica y adversarlo por su actuación frente al gobierno del Estado.
En las sociedades emocionalmente adultas el líder es necesario sólo cuando los anónimos ciudadanos tienen aspiraciones más allá de sus tareas fijadas por la cotidianidad de la vida. El líder es proyección anónima que deja salir su pasión y (se) a-sombra (salir de la sombra) de lo que es capaz de ser y hacer.
Por: Juan Guerrero
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