HomeElecciónesSilvio Orta Cabrera: Cierra la puerta a la droga (I,II,III,IV y V)

Silvio Orta Cabrera: Cierra la puerta a la droga (I,II,III,IV y V)

“La casa es la familia…”

 

Cerrar la puerta abre un mundo de posibilidades acerca de dónde estamos. Se puede cerrar la puerta de la oficina o la habitación; la del automóvil o la nevera; la del aula o el laboratorio. Figuradamente, se abre la puerta de la esperanza, la fortuna o la gloria. Pero aún no existe puerta más vinculada a la evolución humana que la puerta de la casa.

Y la casa es la familia. Nuestros padres cuando somos hijos; nuestros hijos cuando somos padres. Se cierra la puerta para protegerla de las amenazas naturales: Plagas, pestes, ventoleras, tormentas. “La casa”, poema de Eugenio Montejo dice bellamente de esa función: “En la mujer, en lo profundo de su cuerpo / se construye la casa,/ entre murmullos y silencios”, se lee en los primeros versos. Luego, “Sobre las dunas que cubren su sueño / … / hay que elevar altas paredes,/ fundar contra la lluvia, contra el viento”. Y al final: “Al fondo de su cuerpo la casa nos espera / y la mesa servida con las palabras limpias…”.

La puerta –más como símbolo de la inviolabilidad del hogar que por su reciedumbre material– nos defiende de otras amenazas, las sociales, manifestadas en la extensa gama de actos y situaciones que conforman el horror de la inseguridad, el mayor problema de los venezolanos: robos, atracos, secuestros, asesinatos… Nuestra sociedad está más enrojecida que nunca.

En ese cuadro se inserta la droga, la drogadicción. Existen otras formas de dependencia que dañan la integridad física, mental y espiritual de los individuos. Sus efectos se hacen sentir en la familia y en la sociedad. Sin embargo, no hay peor dependencia que la generada por esas sustancias que al llamarlas drogas todos sabemos a cuales nos referimos.

Se hacen esfuerzos mundiales, pero el tráfico y consumo de drogas se eleva sin cesar. Hay consenso, o algo cercano, en evaluar como fracaso la política de guerra contra las drogas en los últimos treinta años. Crece la convicción de que se impone un cambio y reforzar al máximo la prevención. En la sociedad, en la escuela, en la familia. La prevención en la familia va cobrando mayor valor y razones sobran, Las cifras muestran que baja la edad del primer consumo de alcohol, cigarrillos o marihuana. La droga, que invadió la zona de la adolescencia, se proyecta hacia la de la infancia.

Hay que cerrarle la puerta. Fortalecer la familia, su afectividad, sus valores y su comunicación, para que sepa qué hacer y cómo hacerlo, de modo que ayude al rescate de sus miembros ya atrapados. Mas, por sobretodo, para elevar las potencialidades defensivas de nuestros hijos. Es que debe actuarse antes de que comience el problema. Hay que sentarlos a la mesa servida con las palabras limpias.

Cierra la puerta a la droga (II)

En torno al vientre materno

No sólo conviene que los padres se sienten con los hijos a la mesa, sino también, compartir con ellos otras actividades que crecen a medida que crecen los padres como padres y los niños como hijos. Todavía es posible un muy estrecho compartir, sobretodo en comunidades alejadas del tráfago de las grandes urbes.

“Tráfago” es sinónimo de “tráfico”. Sin embargo, cuando se la oye por vez primera suena su segunda acepción: “Conjunto de negocios, ocupaciones o faenas que ocasionan mucha fatiga o molestia” (DRAE). En ese agite, ya del padre, ya de la madre, o de ambos, se dificulta la relación con los hijos, Entra a valer el concepto “tiempo de calidad”. A menor posibilidad de pasar más horas con los chamos –por cierto posibilidad mal aprovechada por muchos padres–, el déficit se compensa con cuartos de hora, medias hora, o lapsos mayores en fines de semana, días festivos o de vacaciones con mayor entrega de amor, con oídos más abiertos a lo que los hijos expresan, mientras los ojos miran de frente a los suyos.

Ojos de padres deben mirar directo al rostro de los hijos. Oídos de padres logran que el emisor infantil, adolescente o juvenil perciba que sus mensajes son realmente oídos. Y no valen truquitos. La intuición infantil, la necesidad adolescente, la experiencia del joven interpretan la gestualidad paternomaterna y si padre o madre no prestaban real atención, el niño, el adolescente y el joven lo captarán. Seguro.

Ese compartir dialogante, mejor si en atmósfera distendida y alegre, en la que desde la sonrisa hasta la carcajada dicen del goce de vivir, será más intenso si además habla el tacto. Si hay el diálogo de las caricias. La mano infantil y la adulta entrelazadas, o ésta acariciando el suave cabello, o el beso en frente o mejillas. Expresiones de felicidad, aún cuando las cosas estén difíciles.

Pero nos adelantamos. La esencia de todo ello viene de tiempo atrás, desde cuando el vientre se hizo materno. Hábitat sin igual, mejor ni el Paraíso. Luego la madre advertirá que el feto acude al encuentro con el calor que de su mano emana. Igual sucederá si es del padre la caricia. Más tarde, la madre cantora desde la semana 1, más dulce entona en la 21 o 22, pues ya oye que el entrañable la oye, la reconoce y disfruta. O el padre que retorna, quizá bajo efectos del tráfago, sobreponiéndose besa a su pareja, y mientras palpa el vientre convexo, habla al pequeñísimo y junta oído a ombligo para captar la placental respuesta placentera a su palabra amorosa.

Allí y entonces, en torno al vientre materno, íntegra está la familia como tal, amándose, comunicándose, respetándose. Ya comienza a cerrar la puerta de la casa a la droga y otros males. Ya la abre, y el vientre de la casa se llena con claridades protectoras.

Cierra la puerta a la droga (III)

Cuando se tiene un hijo

El hijo ha nacido. Padres y madres emocionados confiesan que al verlo el mundo cambió para ellos. Al cargarlo entre sus brazos, la vida se les cargó de un sentido diferente. Cuando me lo han dicho, siento que en ese instante calaron hondo, quizá sin conocerlo, en los versos con que Andrés Eloy abre “Los hijos infinitos”: “Cuando se tiene un hijo / se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera”. Y más adelante: “Cuando se tiene un hijo,/ se tiene el mundo adentro / y el corazón afuera”.

Nunca fue pérdida de tiempo la reflexión sobre esos y otros versos del “Canto a los hijos”. Mucho menos hoy, cuando sobre cuanto de responsabilidad y amor implican la maternidad y la paternidad, se extiende la sombra de la adicción a las drogas.

El hijo ha nacido. La fiesta y mejor emoción embargan a sus padres. Mas, pronto, al deber llama un lloro. El nuevo ser no se detiene a festejar su llegada. Le toca reconocer el medio distinto y adaptarse para crecer en él. No poco trabajo exige esa etapa que irá hasta los cinco o seis años. Un lapso fundamental para la conformación cerebral. Lástima que haya quienes no lo sepan y en el niño vean un juguete al que alguno de los padres o abuelos hablan como niños de igual edad. Ay, si el así mimado hablara: “¿Qué les está pasando?”, diría, preocupado. “Si quieren que aprenda a hablar, háblenme como gente”, les reconvendría, adelantándose a la adolescencia.

La cuestión remite a las características del ser padres. Cierto que la mujer posee capacidades innatas para el cuido del bebé. Pero, el padre no es un discapacitado. Sin embargo, así como se logra mayor calidad del maíz si se conoce del terreno y la semilla y la planta misma, mejor crecerá el hijo si los padres saben, por ejemplo, que hacia los cuatro meses el ansia de conocer se elevará impulsando las ganas de hablar, andar y tocar. Los cuatro padres prevenidos ayudarán en la creación de un ambiente propicio.

Se nace sabiendo lo mínimo necesario para ser padres. En el genoma habitan las mínimas estructuras de materia condicionantes, no determinantes pues intervienen el contexto familiar y social. Pero no se nace sabiendo manejar las emociones del hijo –¡ni las nuestras sabemos!–, ese ser que es emotividad y hambre de conocer. Para suministrarle las claves básicas es útil aprender acerca del ser padres y cómo constituir la familia que nuevos tiempos reclaman. No hay modelo familiar perpetuo, de valores invariables. Si acaso lo creerá Juan Peña, solazándose en su diente roto.

En el convivir familiar lo ideal es el diálogo signado por el respeto y el amor mutuos. Y la mano nunca alzada. Junto a la pequeña del uno, la grande del otro, siempre protectora, aunque más a menor edad. Hasta que la pequeña deje de serlo y autónoma se abra al mundo.

Cierra la puerta a la droga (IV)

¿Qué les digo?

Los tres primeros años son absolutamente decisivos en la vida de los seres humanos. Un libro muy recomendable, titulado “¿Qué les digo?”, cuyo subtítulo pone como un dos de oro los ojos de los padres conscientes, pues ofrece “cómo escuchar y hablar sobre las drogas con nuestros hijos”, participa de ese generalizado criterio científico.

Publicado en 2009, condensa largos años de severa investigación de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), institución privada española, “no confesional e independiente de toda filiación política”, creada en 1986. En su Introducción se hace hincapié en que las bases de la comunicación necesaria entre padres e hijos, pueden crearse desde antes de que exista la comunicación verbal. Al paso de los años, los rasgos de esa comunicación se modifican, pues distintas son las fases de los cero a los seis años, de los seis a los doce y de los doce a los dieciséis. Esas tres fases determinan la organización de la obra, destinada a ayudar a los padres para que aprovechen “preventivamente distintas situaciones de la vida cotidiana”.

No es igual el cuadro español al venezolano. Quien esto escribe es consciente de ello, pero no dejaré de recomendar esa obra (a Caracas llegaron ejemplares en 2010), porque aunque distintos los cuadros, no lo son al grado de imposibilitar el intercambio de experiencias y conocimientos. Y no solo porque gocemos de la ventaja cultural de una lengua común, sino porque la naturaleza del consumo masificado de drogas en todo el mundo, supone vastas zonas comunes. Ahora bien, loado sea el día en que dispongamos de una obra semejante, elaborada con base en vivencias nacionales, analizadas sobre bases científicas, lejos de cualquier dogmatismo, y comparadas con experiencias internacionales que nos importen.

Insistamos ahora en la noción de la cualidad decisiva de los primeros tres años. El niño que –como casi todos– gatea hacia los ocho meses, es una maravilla del proceso evolutivo. Ha conformado estructuras musculares y neuronales que le permiten adoptar esa posición y desplazarse utilizando brazos y piernas como mecanismos de tracción, a la vez que de logro de información táctil y contacto con la tierra. La cabeza queda libre, con capacidad de giro en 180 grados, y como en ella se asientan los órganos de la vista, el oído, el olfato y el gusto, puede vivir su mayor aventura exploratoria. Tarea de los padres: cuidar sin generar miedo; generando, sí, más circunstancias propicias para el aprendizaje y la comunicación. Se solicitan padres ingeniosos.

A gatas el niño reconocerá el contexto circundante nutriéndose de emociones y de información. Simultáneamente dialoga con sus padres. Aprende el significado de gestos y sonidos que emitidos para protegerlo, afirman los lazos afectivos. Y dialogará consigo mismo en lo que es apenas un asomo al “Conócete a ti mismo” que hace millares de años, sabios griegos inscribieron a la entrada del templo de Delfos, en el ombligo del mundo.


Por: Silvio Orta Cabrera
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@sortaca