“La esencia de todo viene
del vientre materno..”
No sólo conviene que los padres se sienten con los hijos a la mesa, sino también, compartir con ellos otras actividades que crecen a medida que crecen los padres como padres y los niños como hijos. Todavía es posible un muy estrecho compartir, sobretodo en comunidades alejadas del tráfago de las grandes urbes.
“Tráfago” es sinónimo de “tráfico”. Sin embargo, cuando se la oye por vez primera suena su segunda acepción: “Conjunto de negocios, ocupaciones o faenas que ocasionan mucha fatiga o molestia” (DRAE). En ese agite, ya del padre, ya de la madre, o de ambos, se dificulta la relación con los hijos, Entra a valer el concepto “tiempo de calidad”. A menor posibilidad de pasar más horas con los chamos –por cierto posibilidad mal aprovechada por muchos padres–, el déficit se compensa con cuartos de hora, medias hora, o lapsos mayores en fines de semana, días festivos o de vacaciones con mayor entrega de amor, con oídos más abiertos a lo que los hijos expresan, mientras los ojos miran de frente a los suyos. Ojos de padres deben mirar directo al rostro de los hijos. Oídos de padres logran que el emisor infantil, adolescente o juvenil perciba que sus mensajes son realmente oídos. Y no valen truquitos.
Ese compartir dialogante, mejor si en atmósfera distendida y alegre, en la que desde la sonrisa hasta la carcajada dicen del goce de vivir, será más intenso si además habla el tacto. Si hay el diálogo de las caricias. La mano infantil y la adulta entrelazada, o ésta acariciando alguna cabecita de suave cabello, o el beso en frente o mejillas. Expresiones de felicidad, aún cuando las cosas estén difíciles.
Pero nos adelantamos. La esencia de todo ello viene de tiempo atrás, desde cuando el vientre se hizo materno. Hábitat sin igual, mejor ni el Paraíso. Luego la madre advertirá que el feto acude al encuentro con el calor que de su mano emana. Igual si es del padre la caricia. Más tarde, la madre cantora desde la semana 1, más dulce entona en la 21 o 22, pues ya oye que el entrañable la oye, la reconoce y disfruta. O el padre que retorna, quizá bajo efectos del tráfago, sobreponiéndose besa a su pareja, y mientras palpa el vientre convexo, habla al pequeñísimo y junta oído a ombligo para captar la placental respuesta placentera a su palabra amorosa.
Allí y entonces, en torno al vientre materno, íntegra está la familia como tal, amándose, comunicándose, respetándose. Ya comienza a cerrar la puerta de la casa a la droga y otros males. Ya la abre, y el vientre de la casa se llena de vigorosos factores de protección.
Por: Silvio Orta Cabrera
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