“Por una libertad practicante, sin alcabalas ni
chicanas, sin mezquindades ni partidismos…”
“Pretendo que teólogos, científicos e historiadores, animados de un espíritu de sincera colaboración, profundicen el examen del caso de Galileo y remuevan las desconfianzas que aquél proyecta todavía, en la mente de muchos, a la fructuosa concordia entre ciencia y fe, entre la Iglesia y el mundo”, afirmó el pontífice. Gracias a esa comisión, se ha llegado hoy a la absolución de Galileo. EL PAÍS, 31 de octubre de 1992
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“La ciencia es el reino de la libertad.” Quien formula esa maravillosa sentencia no es propiamente un científico. Así en esa frase destelle la sabiduría de un Albert Einstein o de un Stephen Hawking. Quien conozca del milenario y atribulado parto de la libertad científica podría imaginarla en los labios del joven y apresurado discípulo de Galileo, quien abrumado por la abjuración del sabio pisano ante la Santa Inquisición en el convento de Minerva el 22 de junio de 1633 y a quien, según el drama brechtiano, reclama la desgracia de un país que carece de héroes, escucha apenas audible de labios de un derrotado Galileo – siempre según Bertolt Brecht – una de las más luminosas y conmovedoras reflexiones que alguien se haya atrevido a formular: “No es desgraciado el país que carece de héroes. Es desgraciado aquel que los necesita”.
Cuando Brecht, consumido por el pesimismo que asola a los espíritus en plena dominación hitleriana y desterrado de su amada Alemania por “el pintor de brocha gorda”, como lo llamara con sarcasmo, expresa ese grito de desesperación ilustrada, su patria se halla aplastada por la bota de la barbarie nazi. Los dioses originarios han hecho mutis de una Germania devastada por la humillante y sangrienta derrota de la Gran Guerra o han regresado al redil caricaturizados por el espectacular carnaval sinfónico de la barbarie wagneriana. En Bayreuth. Sitio de anual peregrinación religiosa preferido por el caporal austríaco, que viajaba de un sitio al otro de la Alemania de la decadencia en su Mercedes rojo descapotable en una furia electorera desenfrenada – que lo llevaría a conquistar el Poder mediante elecciones “libres, constitucionales y transparentes” – silbando los pasajes que más le conmovían de la tetralogía wagneriana, El Anillo del Nibelungo.
Galileo, el hombre de ciencia, descreía según Brecht, de los héroes. En un mundo sometido por la superstición sólo confiaba en la porfiada tenacidad de la verdad. Su “epur si muove” con que la leyenda prefiere oírlo renegar de su abjuración es un reclamo místico, una teología de la verdad científica que sabe más duradera que la breve vida de los hombres. Y cuya utopía descansa en la paz eterna, en la solidaridad entre los hombres, en la fe en la ciencia, en el inexorable triunfo de la verdad. Cuando afirma “desgraciado el pueblo que necesita héroes” defiende la superioridad inquebrantable de la razón científica por sobre la superstición y la ciega irracionalidad que suele motivar a los héroes. Y a los caudillos que se creen tales. Apuesta al hombre de carne y hueso, al menesteroso de sabiduría capaz sin embargo de recibir de Dios, más allá de las circunstancias de su Iglesia, el mandato divino: haz el mundo a mi imagen y semejanza. Para ello te concedí el sagrado don de la razón. Y la suprema capacidad de discernir el bien del mal. La filosofía y la ética, las ciencias exactas y la moral, el humanismo, claves que nos han arrancado del corazón de las tinieblas.
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En todo eso y en muchísimo más – en los científicos y pensadores perseguidos en todo tiempo y lugar por los administradores del Poder, en los prejuicios y mitomanías de los tiranos, en la mentira como imperativo del terror, en la ignorancia como fuente del sometimiento, en la insalvable aporía entre el saber y el Poder – pensaba mientras asistía conmovido a un acto estrictamente científico y, por lo mismo, ejemplarmente paradigmático. La decimo quinta edición de la entrega de los Premios Empresas Polar a los más destacados científicos venezolanos en los ramos de las ciencias básicas.
El Premio Fundación Empresas Polar “Lorenzo Mendoza Fleury”, que premia cada dos años a los más destacados científicos – hombres y mujeres – no sólo por sus invalorables aportes a la experimentación, a la investigación, a la enseñanza y a la difusión del conocimiento, sino también a sus eventuales aplicaciones prácticas y su contribución al mejoramiento del entorno, del hombre y su calidad de vida, volvió una vez más para hacer un alto en nuestras tribulaciones cotidianas y ponernos en contacto con eso que bien podríamos llamar la Venezuela “esencial”. La Venezuela que a pesar de todas las adversidades, contrariedades, cortapisas, obstáculos, desestímulos, ataques y provocaciones continúa su tenaz y laboriosa labor creativa. Empujada por un amor inquebrantable a las ciencias y al conocimiento, así como por una decisión de contribuir al engrandecimiento de la Patria.
Pues no se trata simplemente del amor por el saber, la φιλοσοφία de los griegos, si bien en ese amor yace la fuente superior de todo conocimiento y el acicate al incansable esfuerzo de las ciencias y los científicos por desentrañar los misterios de nuestro universo. Se trata también de hallar la aplicación práctica al descubrimiento encontrado, sea, como en este caso, la producción marinera del Estado Sucre o el mejoramiento de la calidad del petróleo venezolano mediante nuevos procedimientos catalíticos.
Todos los premiados, sin excepción, provienen de nuestros institutos de enseñanza media y de nuestras universidades nacionales. Públicas o privadas. Fundadas casi todas ellas en el período más fructífero de nuestra vida como Nación: la que se abre con la derrota de la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez, el reencuentro de los venezolanos y la paz social ininterrumpida durante cuarenta años de democracia. Todos ellos han alcanzado renombre internacional. Y todos ellos son fuente inagotable de ensayos, artículos y monografías científicas de reconocimiento mundial. Contrastan la sencillez y humildad de estos jóvenes científicos con la inmensa valía de sus aportes a las ciencias y a la técnica, no sólo ni exclusivamente venezolanas. Sino universales. Pertenecen a la élite del conocimiento a nivel mundial.
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La frase con que se inicia esta reseña de un acto excepcional – “La ciencia es el reino de la libertad” – pertenece a la mujer que ha hecho posible este prodigio de mecenazgo científico e intelectual, como son los Premios Fundación Empresas Polar “Lorenzo Mendoza Fleury”, Leonor Jiménez de Mendoza. Quien en un discurso de gran valía intelectual provocó “esa bocanada de aire fresco” que recorrió el Auditórium de Empresas Polar, ante una audiencia de personalidades científicas y académicas sustraídas como gracias a un conjuro de respeto al conocimiento, de sus múltiples y fatigantes tribulaciones cotidianas.
Un acto de fe no sólo en la ciencia, sino en nuestro país. Un compromiso de honor no sólo con la verdad, siempre tan esquiva, tan ajena a la sumisión y por ello mismo tan maltratada desde las alturas del Poder, sino con la libertad. No una libertad abstracta y acomodaticia a los deseos del dominador, sino una libertad practicante, sin alcabalas ni chicanas, sin mezquindades ni partidismos. De allí lo admirable del reconocimiento de Leonor Giménez de Mendoza a los dos atributos capitales que hacen posible las ciencias: la civilidad y la libertad. Y que en el caso de los 75 científicos venezolanos premiados a los largo de estos 30 años de existencia de la Fundación Empresas Polar que han recibido el máximo galardón de Venezuela en el reino de las ciencias se traduce en un frase tan sencilla como provocativa: un verdadero amor a lo nuestro. Al país que amamos, llevamos en nuestros sueños y honramos dando desinteresadamente lo mejor de nosotros mismos.
Esta vez, 48 candidatos, todos a la altura de las exigencias y merecedores del Premio, fueron rigurosamente seleccionados hasta encontrar los cinco que mejor expresaran las condiciones exigidas por el calificado comité seleccionador. Este año, el premio recayó en los científicos César Briceño, Joaquín Luis Brito, César Lodeiros, Carenne Ludeña y Luis Rincón Hernández. Quienes de entre los miembros de la directiva de la Fundación tuvieron la delicada tarea de fundamentar las premiaciones hicieron gala de un rigor conceptual y de un acopio de conocimientos solo superados por el sentido del humor y el afecto que destilaron.
¿Cuál es el estado en que se encuentra la investigación científica en Venezuela? ¿Cuáles su dificultades? ¿Cuáles sus acechanzas y peligros? ¿Cuál la relación Conocimiento-Poder bajo las particulares circunstancias dominantes? Fue el tema de las reflexiones admonitorias que nos entregó Flor Hélene Pujol, encargada de representar a quienes resultaron ganadores de la edición anterior, la del año 2009. Que en un caso inédito hasta entonces premió, de entre los cinco finalistas, a cuatro mujeres. Las palabras de Flor Heléne Pujol constituyeron una forma de continuidad al esfuerzo científico de nuestros investigadores y académicos, en grave riesgo de dislocación por un régimen que se niega a reconocer esa verdad incontrovertible, como en su momento le fuera denegada al sabio pisano, condenado a prisión por la Santa Inquisición, según la cual “la ciencia es el reino de la libertad”.
Debieron transcurrir 359 años, 4 meses y 9 días después de la absurda y desgraciada sentencia de la Inquisición para que Su Santidad, Juan Pablo II, lo rehabilitara y pidiera público perdón por los sufrimientos que su Iglesia le causara. Un perdón de siglos que honra a quien acaba de ser justamente beatificado.
Por: Antonio Sánchez García
Política | Opinión
@Sangarccs
15 Mayo, 2011