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MOISÉS NAÍM: ¿Es Brasil una burbuja?

“Este es el segundo tema que domina
las conversaciones en Brasil…”

 

El primero, y mucho más popular, es la celebración de sus enormes éxitos: los millones de pobres que han dejado de serlo, la impresionante pujanza de sus empresas, las enormes oportunidades y la mayor prosperidad. Si bien los problemas aún son grandes (miseria, crimen, corrupción, desigualdad), el optimismo también lo es. Los brasileños, siempre alegres, están ahora más contentos que nunca. Y con mucha razón. Las cosas van muy bien. Y eso lleva a la segunda conversación obligada: ¿cuánto durará la fiesta? ¿Cómo ­quién­ nos puede descarrilar este raudo tren hacia la prosperidad?, se preguntan. Paradójicamente, los motivos del éxito también son la fuente de las ansiedades. En los últimos cinco años, el crédito ha crecido hasta alcanzar 45% del tamaño de la economía. Así, los brasileños han encontrado quien les preste para comprar casas, motocicletas, refrigeradores y todo lo demás ­muchos por primera vez­. Y no les ha importado que las tasas de interés de esos préstamos sean las segundas más altas del mundo o que las familias brasileñas deban hoy dedicar 20% de sus ingresos a pagar sus deudas.

Este auge del crédito y el consumo obedece, en parte, a los millones de nuevos empleos y los mejores salarios generados por la expansión económica. Mientras las economías más ricas cayeron 2,7% durante la crisis de 20082009, Brasil creció a 5%, y el año pasado lo hizo a 7,5%. El paro se ha reducido a los niveles más bajos en décadas y en muchos sectores las empresas no consiguen los trabajadores que necesitan.

Los altos precios internacionales de los minerales y productos agrícolas, que Brasil exporta en grandes cantidades, contribuyen a esta expansión.

Los inversionistas internacionales también están eufóricos con Brasil. La inversión extranjera directa creció 90% el año pasado.

La avalancha de fondos foráneos que cae sobre Brasil, atraída por sus altas tasas de interés, obliga al Gobierno a considerar la posibilidad de imponer límites más estrictos al capital especulativo.

Los flujos de capital extranjero y los ingresos por exportaciones han llenado las arcas brasileñas con divisas de otros países, lo cual ha encarecido el valor de su moneda. El tipo de cambio ajustado a la inflación es hoy 47% más caro de lo que fue su promedio en la última década.

El real es la moneda más sobrevalorada del mundo.

Inevitablemente, la combinación de una moneda cara, la euforia de los inversionistas extranjeros, el aumento del consumo y los cuellos de botella que existen para satisfacer una demanda que crece aceleradamente hace que todo sea más caro. Brasil, que sigue siendo una nación muy pobre, es actualmente uno de los países más caros del planeta. El precio de la vivienda en Río de Janeiro y Sao Paulo casi se ha duplicado desde 2008. Alquilar oficinas en Río es hoy más costoso que hacerlo en Nueva York, y los salarios de los ejecutivos en Sao Paulo son mayores que en Londres o Manhattan. Y la inflación para todos sube hasta el punto de que la presidenta, Dilma Rousseff, ha declarado que es su principal preocupación. No hay duda de que la economía esta sobrecalentada.

Pero ¿es Brasil una burbuja financiera? No. El progreso de Brasil y su potencial no son una ilusión. Se basan en logros concretos y fortalezas reales. Pero la economía brasileña sí tiene aspectos insostenibles. La expansión del crédito y el crecimiento del gasto público no pueden seguir al ritmo actual. Hay muchas reformas estructurales importantes que el ex presidente Lula da Silva pospuso ­Brasil tiene algunos de los jubilados más jóvenes del mundo, por ejemplo­. El Gobierno chino invierte anualmente en infraestructura (vías, aeropuertos, hospitales, etcétera) un monto equivalente a 12% de su economía. Brasil, tan sólo 1,5%.

Esto explica, en parte, por qué la economía brasileña se “recalienta” a pesar de que este año sólo crece a 4,5%. ¿Qué pasaría si creciera a 10% varios años seguidos? Su decrépita infraestructura no lo permitiría.

En estos momentos la prioridad es estabilizar la economía. Esto implica tomar medidas políticamente impopulares: desacelerar el consumo, por ejemplo. Y otras.

O la presidenta Dilma Rousseff le baja el volumen a la fiesta y lo hace ahora de una manera controlada, o los mercados “se lo harán” de una manera descontrolada y socialmente más dolorosa. La euforia y la complacencia son las enemigas más amenazantes para el exitoso Brasil de hoy.

Por: MOISÉS NAÍM
mnaim@elpais.es
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