“Un trofeo lo ha incriminado…”
En estos días he recuperado al escritor, poeta, periodista y gastrónomo catalán Manuel Vázquez Montalbán. Polígrafo excepcional, le ofrendó a España una obra compleja y desprejuiciada. ¿Por qué lo he recordado? Por una operación relacionada con el azar.
Hacia 1974, Vázquez Montalbán fundó una saga policial con las aventuras de un ex agente de la CIA, ex marxista, de origen gallego, llamado Pepe Carvalho. Era un personaje fascinante, práctico y melancólico, amigo de una prostituta, Charo, y jefe de un fiel servidor, Biscuter.
Carvalho alimentaba su chimenea en invierno con libros de su biblioteca (tenía 3.000 volúmenes) y era capaz de cambiar sin remordimientos un Rembrandt por un buen culo femenino o un plato de espaguetis a la carbonara.
En Tatuaje, un epígrafe de Concha Piquer introduce el tema: “Era hermoso y rubio como la cerveza / el pecho tatuado con un corazón / en su voz amarga había la tristeza / doliente y cansada del acordeón”.
Un peluquero de Barcelona encarga a Carvalho que investigue la aparición de un cadáver en la Barceloneta. Un cuerpo desnudo, con el rostro desfigurado y un tatuaje en el pecho: “He nacido para revolucionar el infierno”.
Manuel Vázquez Montalbán, fallecido en 2003, regresó a mi memoria por un caso de la vida real que ha impactado a los policías de la zona sur de Los Ángeles. Es la historia de Anthony García, un delincuente triste que cayó preso con un tatuaje en el pecho.
Como sucede en Estados Unidos, un sospechoso detenido debe ser fotografiado de frente y de perfil, y si pertenece a bandas peligrosas, sus tatuajes son registrados de manera minuciosa, por las comunicaciones cifradas que suelen contener o las identificaciones de sus pandillas.
De acuerdo con el despacho de Efe, la policía de la localidad californiana de Pico Rivera trabajó durante años en un asesinato que impactó a la zona en el año 2004.
Cuando se preparaban para engavetarlo, entre otros cangrejos, el detective Kevin Lloyd advirtió algo extraño en el tatuaje de Anthony García. Era la imagen detallada de un crimen.
Pico Rivera es un suburbio del sureste de Los Ángeles, donde se han residenciado muchos emigrantes salvadoreños que huían de la guerra civil de su país. En las calles de este enclave se formaron en los años ochenta grupos delictivos peligrosos, como la Mara Salvatrucha (MS-13) y sus rivales a muerte, la Mara 18 (M-18).
Anthony García pertenecía a la pandilla Rivera 13 y fue detenido en 2008 en la calle, por unos policías que sospecharon que este joven conducía sin permiso. No imaginaron en ese instante que cargaba semejante prueba impresa en la piel.
La escena describía el asesinato de un miembro de una banda rival, John Juárez, de 23 años de edad, con detalles minuciosos.
Las luces de Navidad que señalaban la fecha del crimen, el nombre de la calle, la licorería donde ocurrió el hecho y la posición en que cayó Juárez cuando recibió los impactos de bala.
Sobre la imagen, quien realizó el tatuaje escribió “Rivera Kills”: era una referencia al asesinato cometido por la banda a la que pertenecía Anthony García, Rivera 13.
En el dibujo los disparos provenían de un helicóptero, chopper en inglés, que en realidad era el alias de García. El cuerpo de Juárez aparecía en la escena dibujado como un maní, es decir un peanut, que es como llaman los Rivera 13 a sus rivales.
En el vasto y alucinante mundo de la novela policial hay casos de asesinos que no pueden vivir con la culpa de los crímenes que han cometido a lo largo de una carrera violenta y salvaje. Muchas veces confiesan detalles menores que llevan a las autoridades a descubrir lo que hicieron. Así finalmente pueden dormir en paz.
Cuesta imaginar lo que tenía en mente Anthony García cuando decidió tatuarse en todo el pecho la escena del crimen que había cometido. Quizás no había otra intención que dejar constancia de un hecho que lo enorgullecía: quebrar a un rival en una pelea callejera frente a una licorería de Pico Rivera. Pudiera ser.
Lo cierto es que semejante trofeo lo ha incriminado. Su confesión ya se encuentra en la Fiscalía. Uno puede imaginar las bromas pesadas que le harán sus compañeros de prisión cuando se enteren de que fue a dar con sus huesos en una celda por ponerse creativo con un tatuaje.
Por: SERGIO DAHBAR
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