El Tejado Roto
Quizás las palabras silencio, quietud, inmovilismo, parálisis, desidia, pereza, indolencia y una larga ristra de similares resulten insuficientes para calificar la labor que desde su instalación ha cumplido la Asamblea Nacional. No es nada personal contra los sujetos que en el hemiciclo del Palacio Federal Legislativo escogido para altos fines republicanos cumplen su función de representantes del pueblo venezolano, de la ciudadanía y de las masas populares, por igual.
Mi rabieta o desazón tampoco se dirige a esa germanía que por lenguaje utiliza su presidente ni contra la desfachatez con la que expresa su desdén por sus adversarios politico-ideológicos, no.
Mucho menos se relaciona con esa Rosa Luxemburgo tropicalera, venida a poca cosa, de escasas lecturas y muchas dotes para la jaladera, que tiene grabada en bronce en el hipotálamo esa ecuación cerril y falsa de que todo once tiene su trece. La vinculo, sí, me refiero a la desazón, con la ausencia en la calle, en el combate cotidiano, de quienes habiendo obtenido más votos les fueron entregados menos curules y se han conformado a lo peor, resignado con ser una minoría silenciosa y pasiva, que como si fuese su intención lo han hecho con suprema perfección.
En las últimas semanas, contra los deseos de esa mayoría frívola que prefiere meter la cabeza en la arena de cualquier playa contaminada, dos grupos muy aguerridos de la sociedad venezolana han mostrado una disposición sin igual para la lucha y el sacrificio. Los estudiantes que se cosieron los labios para exigir un presupuesto justo para las universidades públicas y los enfermeros que se desangraron para que se les ajustara los salarios.
En principio, rechazo las automutilaciones, las flagelaciones y todo lo que implique hacerse daño, inmolarse, pero todavía más cuando se trata de ablandarles el corazón a quienes carecen de este recipiente de sentimientos y que no se sintieron estremecidos de indignación con la muerte de Franklin Brito. No coincidir con algunas formas de lucha no es excusa para no ser solidarios, no arrimar el hombro y compartir la cobija.
Los diputados, los que ahora por un quiebre neuronal proponen una ley para regular el robo de teléfonos inteligentes, cuando habían prometido una ley de amnistía, deben utilizar el tiempo que les deja libre la reunidera en la Asamblea Nacional para acompañar, dirigir y fomentar las protestas populares. Algo nos dice que su sobrevivencia política dependerá más de patear las calles y subir los cerros que del confortable aire acondicionado de los estudios de televisión. Vendo manualito para ganar elecciones y después no hacer nada.
Por: RAMÓN HERNÁNDEZ
@ramonhernandezg
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