“Está tan a la mano y tan desvergonzadamente
exhibido, que ya ni cuenta nos damos…”
Todos aceptamos que nos secuestren nuestra intimidad diariamente y durante horas y horas obligándonos a encadenarnos a la voz del amo. Por eso, no se requieren sesudos análisis y científicas comprobaciones para determinar la naturaleza totalitaria del sistema. El talante dictatorial del tirano y la naturaleza despótica de su régimen se exponen gratuita y públicamente día a día y durante horas y horas. Se reitera mecánicamente y hasta la saciedad para que no quepa la menor duda de que el teniente coronel es el amo y señor de vidas y bienes de su república.
Y de que por lo tanto, en un mundo de imágenes y metáforas, es el único venezolano omnipotente, omnisciente, omnímodo. Nos lo impone a diario y por cadena nacional obligatoria de forma machacona, fastidiosa, insidiosa, repulsiva. Que llega hasta la exasperación, como en una pesadilla real, para maldición de las víctimas. Sus víctimas. Y gloria y majestad suya, el victimario. Sin que medie otra necesidad que entronizarse y grabarse a sangre y fuego, con la tinta indeleble de la majadería cotidiana, en el consciente y en el inconsciente de todos los súbditos de su tiranía. El tirano, Dios hecho carne, es ubicuo:
todo lo hace, todo lo muestra, todo lo es. No hay sitio en donde no escarbe su hocico y suelte su tufo. Es el perverso y obsceno exhibicionismo del tirano.
Hitler, su maestro, lo lograba mediante el imperialismo de las ondas hertzianas, de la amplificación electromagnética, de la radiodifusión estatal, de la onda corta, media y larga de su radiofónico e impreso imperio comunicacional. Y a falta de la televisión, de la magia iniciática del cinematógrafo. En lo que invertía millones, sabedor de que el totalitarismo sólo puede mantenerse vivo y actuante mediante el control absoluto de los medios y la repetición incansable, ad infinitum de una imagen, de un gesto, de una figura, de una palabra, de un tono, de una voz. Y el control de todas las vitrinas, las ópticas y las acústicas, las impresas y las auditivas, las domésticas y las callejeras.
Tenía que irrumpir en todos los hogares, a toda hora. Para alcanzar la perfección del fascismo cotidiano, tan sumergido en la conciencia del sujeto que terminaba por convertirse en una segunda naturaleza. Por eso hablaba y hablaba y hablaba, gesticulaba, maldecía, tronaba con sus chillidos, gruñidos y ladridos envenenando con su baba retorcida y biliosa a los millones y millones de alemanes. Dormidos o despiertos. Anunciando tratados,
provocaciones, invasiones, guerras y conquistas. Humillando, ofendiendo, degradando, envileciendo. La propia voz del amo. Retratada con milimétrica y alucinante perfección literaria por George Orwell.
Reclaman los avasallados que disfrutan de la posesión ilimitada del Poder que esta tiranía les facilita – desde su ministro de cultura y el de comunicaciones, ambos de triste y patética recordación por corruptos y desalmados, hasta los intrigantes y conspiradores de Palacio que les sustentan – por el uso del sustantivo “dictadura” para referirse al régimen. ¿Qué régimen que no lo sea puede encadenar los medios diariamente y a toda hora, para atropellar nuestra atención y obligarnos a consumir interminables peroratas, actos estrictamente propagandísticos y manipulativos, demostraciones de vulgaridad, banalidad y estupidez sin otro objeto que potenciar al omnipotente y arrodillar al impotente?
Sólo las dictaduras encadenan. Material y espiritualmente. Sólo las dictaduras imponen estatales imperios mediáticos. Sólo las dictaduras cierran medios, aherrojan periodistas, encarcelan disidentes, entronizan a sus amos. Sólo las dictaduras universalizan la imagen del tirano. Es el perverso, el obsceno exhibicionismo cotidiano del tirano.
Por: Antonio Sánchez García
Política | Opinión
29 Abril, 2011