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SUMITO ESTÉVEZ: Mato, luego existo: cuatro aristas


El mayor reto del hombre no ha sido
evitar la muerte, sino ordenarla

 

Hábiles como somos para endulzar los oídos con palabras que legitimen nuestras vergüenzas, nuestra metódica carnicería depredadora debe revestirse de una palabra fundamental: sustentabilidad. En el mundo de cazadores y cazados, no podemos hablar de guerra, sino del equilibrado ritual del que corre y el que se esconde. La vieja discusión sobre qué animales son “políticamente correctos” para comer y los que son una inmoralidad asar siempre queda saldada en el mismo momento en que alguien decide tener por mascota un conejo o ponerle nombre propio a una gallina. Comemos animales y lo grave no es discutir la moralidad detrás de nuestra omnívora condición genética, sino entender que hemos logrado una finura tecnológica tal que, a la hora de perseguir, nos hizo evolucionar desde nuestra condición de depredadores y entramos al exclusivo club de exterminadores. Sabemos, sin pudor ni vergüenza, que estamos acabando con nuestra despensa proteica y, a partir de ahora, nuestra discusión ecológica es una de supervivencia: o nos fajamos a cuidar o desaparecemos.

Una de las aristas detrás del concepto de sustentabilidad, la de la cría, está bastante resuelta. En tiempos pretéritos trabajamos arduo para pacificar y domesticar aquello cuyo sabor nos atraía y, quizás, el giro irónico detrás de nuestra asombrosa capacidad para reproducir en corrales que anteceden a mataderos es que, de no existir estos hacinados dormitorios de paso, hace rato estarían extintos sus habitantes. Tal como en su momento pasó con el cuasi desparecido bisonte o con los bonitos mamuts. El reto moderno es otro, y se nos presenta con tres aristas adicionales.

Sigamos por la arista más agresiva: “son ellos o nosotros”. Recientemente se levantaron en Venezuela las sirenas ante la llegada a nuestras costas del forastero pez león, uno de lo depredadores marinos mas feroces que existen no sólo por su voracidad, sino también porque carece de enemigos. El sibaritismo del ornamental pescado lo lleva a preferir como alimento a los alevines (es decir, a los recién nacidos) de todos aquellos peces que casualmente nos gusta comer. Semejante y desleal competencia en la carrera depredador-víctima es inaceptable y nos enfrenta con la nada deseable posibilidad de un mar que, más que despensa, pase a ser acuario. En este caso, lograr sustentabilidad únicamente es posible desde la óptica del exterminio: o acabamos con todos los peces león (que por cierto son comestibles y bien sabrosos) o nos quedamos sin alimento. Extraño aliado le surgió a la fauna marina.

Afrontamos la tercera arista del problema cuando hemos tocado los límites y, de no tomar cartas inmediatas en el asunto, tenemos que agregar una línea más a la lista de especies extintas. Un caso que ejemplifica lo compleja que puede llegar a ser la veda absoluta lo tenemos con el tiburón y su hijo predilecto, el cazón. Todos los entes especializados saben que, de no establecerse una veda absoluta en la pesca de tiburones para darle tiempo a su población de recuperarse, a la vuelta de la esquina nos encontraremos con avistamientos (la palabraeufemismo preferida por la humanidad cuando arrasa).

Sin embargo, por otro lado, una prohibición de este tipo puede tener consecuencias importantes tanto para la economía artesanal como para la economía de comunidades que tienen en el guiso onotado de cazón una de sus banderas de mercadeo importantes. Es triste decirlo, pero no sería la primera vez que la afición golosa a un plato ha llevado a la desaparición de una especie animal.

Finalmente, la cuarta arista del problema de la sustentabilidad proteica es aquella que tiene que ver con los productos de cacería o pesca.

Es un caso bastante más fácil de manejar gracias a nuestra forma científica de encarar la muerte en masa. Basta que entendamos las condiciones de hábitat, psicología, costumbres y ciclos de reproducción de aquello que queremos matar, y rápidamente estaremos en capacidad de generar los manuales y el marco legal para hacerlo de forma correcta. Casi siempre la única pared con la que nos enfrentamos en estos casos es la erigida por nuestra propia cultura: nos da grima matar lo que nos parece bonito (no es casual la alharaca ecologista que se arma con el consumo permitido de chigüire en nuestra Semana Santa), consideramos necesario hacerlo con bichos feos como el pulpo y nos es indiferente si el animal es lejano como un jabalí.

A la hora de matar, todo es cuestión de orden. No queremos que nos recuerden que somos una especie que para dominar el fuego tuvo que dominar primero la lanza y el cuchillo.


Por: SUMITO ESTÉVEZ
SUMITO@SUMITOESTEVEZ.COM
Política | Opinión
EL NACIONAL

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