Las sociedades modernas
han pisado el acelerador
Las tecnologías permiten recorrer el mundo a velocidades que hace unas décadas parecían una fantasía de ciencia ficción y ahora forman parte de la vida cotidiana. Pero tras esa apariencia de rapidez e inmediatez se esconde un estilo de vida agotador y estresante. Es como si metieran al hombre a competir entre una manada de caballos.
Esperar frente a una computadora a que se cargue una página web durante más de unos segundos, o hacer la cola en la caja del hipermercado son actividades que se pueden volver insoportables. El aquí, el ya y el ahora son estados de ánimo que el hombre ha incorporado a su vida con severidad. El latiguillo anglo americano: time is Money – el tiempo es dinero- unido a la velocidad, propiciada por la digitalización y la tecnologización, se ha extendido a todas las facetas posibles de la vida moderna. No es casualidad que la compañía estadounidense Google haya sacado Google Instant, con él dice que ahorrará más de 3.500 millones de segundos cada día si se acumulasen las esperas de todos los usuarios. Toda una vida.
El ritmo del día a día se acelera. La vida de los ciudadanos venezolanos (as) se desarrolla a trompicones, corriendo de allá para acá, para sacarle al tiempo el máximo partido. El corazón bombea todo lo que puede y hasta que puede, pero no es un órgano que no padezca los ajetreos que se le imponen. En apariencia no se queja, pero lo siente. Algunos estudios de la Fundación Española del Corazón y la Sociedad Española de Cardiología que he leído en Internet en Diario Médico, apuntan a un mayor riesgo de episodio cardiovascular en las personas con perfil competitivo, autoexigentes, apegados al trabajo y obsesionados con el éxito.
La velocidad se impone en la sociedad venezolana. Donde antes se podía tomar un café sentado cómodamente en un sillón con apoya brazos, ahora ponen un mostrador sin apenas un rincón en el que poder apoyarse, para que el paso por el establecimiento sea mucho rápido. No importa lo que consumas, sino la velocidad a la que lo hagas. Es una sencilla regla de tres: a más clientes, más consumo y más beneficios.
La comida rápida es uno de los símbolos de esta forma de vida. Un comestible que representa el usar, tirar y el volver a empezar. Una manera de estar en el mundo, donde pasar de puntillas y de forma superficial es más rentable, al menos en apariencia, que pararse a disfrutar y a llegar al fondo de los asuntos. No es falta de interés, pero cuando
el abanico de posibilidades es tan amplio: o entras en la dinámica de la velocidad o el tiempo no da para hacer mucho más.
Este ritmo galopante también se puede apreciar en los medios de comunicación. Los artículos de opinión de fondo van menguando y no son publicados porque no interesan y, con más frecuencia, sobre todo los más jóvenes, se informan a través del Twitter o del Facebook. En la actualidad, con las posibilidades que dan las Redes Sociales, es más cómodo visionar el mundo en 140 caracteres que entenderlo leyendo un artículo de mil palabras. Los mayoría de las personas ya no leen los periódicos y menos las páginas de opinión, ya prefieren Facebook o Twitter a contar cosas en un blog, que parece ser una herramienta del pasado. Ni que decir tiene lo que los jóvenes opinan del periódico en papel impreso.
A comienzos del siglo XX Filippo Tommaso Marinetti y sus colegas futuristas, desde la tranquilidad florentina del Café Giubbe Rosse, lanzaban loas a la velocidad como símbolo de la modernidad. Hoy ese símbolo está en su momento de máximo apogeo. Un siglo después, nadie sabe hacia dónde va todo esto. No sería extraño entonces, que más de uno de aquellos futuristas que alentó la velocidad en su poesía, hoy sintiera vértigo.
Por: Zenair Brito Caballero
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