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ELÍAS PINO ITURRIETA: Hugo en La Carraca

“El culto a su personalidad…”

 

■ Sobre la prisión de Chávez se puede tejer una fábula que está en marcha desde las cúpulas “revolucionarias”.

Otro tema de actualidad ocupó la columna del pasado domingo, a pesar de que tenía necesidad de detenerse en la conmemoración de la salida del teniente coronel Chávez de la cárcel de Yare, ocurrida hace 17 años y a la cual están tratando de transformar en hito histórico los aduladores de rigor. Se dio entonces preferencia al disparate de la Instrucción Militar resuelta por el ministro de la Defensa, pues se pensó que requería atención inmediata, pero el detalle de la excarcelación del actual Presidente convertida en hito de la historia contemporánea no se debe subestimar. De allí que su crítica sea la oferta de hoy para los lectores.

En principio, de que las prisiones de los políticos sean peldaños en la escalera de la popularidad no debe quedar duda en un país que ha formado un sitio especial dentro de su sensibilidad para el lienzo de Michelena sobre la prisión del Precursor. La pintura de Miranda en La Carraca, pese a que no refleja la incomodidad de quien es su protagonista, mueve los sentimientos de los espectadores frente al sacrificio de un prócer hasta ubicarlo en la cima de la reverencia popular. El lienzo, pese a que no se ocupa de retratar a los responsables del horror que seguramente significaron los barrotes para el Generalísimo, ni de mostrar la aspereza de esos barrotes, provoca efusiones de respeto debido al cual, aunque también por otras sobradas razones, dicho sea de paso, se ha hecho del universal venezolano una de las figuras más socorridas del repertorio patriótico. Hasta copiaron la pintura en Haití para honrar a uno de los fundadores de su nacionalidad, sin duda por la trascendencia estética del original, pero también por los sentimientos que puede provocar la imagen de un hombre encerrado en una ergástula por la defensa de sus ideales. Las Carracas pueden dar muchos dividendos en un país cuyas sucesivas generaciones, cada una en su oportunidad, han multiplicado recuerdos de enaltecimiento para el grande hombre que murió encerrado en Cádiz.

Menos espacio han ocupado en los sentimientos del pueblo otras prisiones y otros prisioneros de la posteridad, pese a que merecen especial recordación. Venezuela tiene un inventario nefasto de represión que se inicia con la dictadura de José Tadeo Monagas y llega hasta el presente, pero no ha merecido la gloria del pincel ni el enaltecimiento de las conmemoraciones masivas. Los enclaustramientos ordenados por los “mazorqueros” de Guzmán, las torturas dispuestas sin empacho por Cipriano Castro, el horror infinito de los calabozos gomecistas, los tormentos y las muertes de la Seguridad Nacional durante el perezjimenismo, las sangre derramada en el período de la democracia representativa… apenas forman parte de las memorias de los deudos, sin que el calendario de los sucesos notables les haya ofrecido adecuado lugar. Quizá porque descubran la oscuridad que no pocas veces ha sido nuestra historia, tal vez debido a que pensemos que el olvido de las cadenas nos quita responsabilidades como sociedad en relación con su dolorosa multiplicación, o porque fluye con mayor comodidad el pensamiento sobre sucesos placenteros, lo cierto es que, después de La Carraca de Miranda, la mayoría de las otras ergástulas y la nómina de los otros cautivos no forman parte de la mentalidad colectiva.

Se dijo antes que las mazmorras dan dividendos a los políticos, pero también se habló de su olvido y del olvido de sus moradores. ¿Cómo aproximarse al asunto sin equívocos, entonces? En primer lugar, recordando la prisión de Pérez Jiménez y lo bien que le fue cuando salió en libertad después de pagar justa condena por ladrón. La relación de los crímenes que cometió durante una ominosa década no fue suficiente para que quedara para siempre en la lista negra de la nacionalidad, ni las pruebas presentadas en el tribunal sobre sus depredaciones bastaron para que el pueblo lo tratara merecidamente como apestado, es decir, como se trata habitualmente a los delincuentes en las democracias respetables. Al contrario, el furor de los electores terminó por elegirlo senador. La cárcel fue un auspicioso temperamento para él, aunque también una demostración poco edificante de la multitud que lo quiso sacar en hombros como si hubiera hecho la faena de su vida después de que le cortaran la coleta.

En segundo lugar, recordando que sobre la prisión de Chávez se puede tejer una fábula como parte del culto a su personalidad que está en marcha desde las cúpulas “revolucionarias”. Los objetos y los lugares relacionados con el protagonista de la liturgia son fundamentales para acelerar su ascenso hacia el tabernáculo. Como se hizo en el caso de muchos abanderados del comunismo soviético, las lecturas canónicas del superhombre habitualmente abultan la versión de un derrotero de sacrificios en el cual cae de perlas un calabozo, así sea el benévolo lugar de Yare que en la estada del teniente coronel se caracterizó por la permisividad de unos carceleros parecidos a los pajes. La jaula de oro de Yare no funciona como primera estación del vía crucis del personaje que está a punto de subir a los altares de la patria, pero no importa. Es cuestión de aderezar el lugar con espinas que no existieron. Al cuento no le faltarán seguidores, pese a que de la rapidez y de la benevolencia de esa cárcel fue cómplice la sociedad de entonces. Pero no importa, pensarán los autores del nuevo culto personalista: si le funcionó a Marcos Evangelista, también le servirá a Hugo.


Por: ELÍAS PINO ITURRIETA
eliaspinoitu2hotmail.com
Opinión | EL UNIVERSAL
domingo 10 de abril de 2011