“Es amigo de Gadafi…”
Le falta oxígeno político y lo persiguen jueces por acostarse con menores.
Es corrupto. Machista. Xenófobo.
Como ha escrito en esos días el historiador inglés Timothy Garton Ash, “si la Italia de Berlusconi tuviera que solicitar su ingreso a la Unión, quizás no la admitirían”.
Cosa seria.
Pero 31% de los italianos quiere que il Cavaliere siga en el poder como si nada hubiera sucedido.
“Se trata dicen los electores de asuntos privados sin importancia”. Habría que ver. Porque justamente lo privado habla de cada uno de nosotros de manera esencial.
Y esta columna trata sobre asuntos privados. Viajemos por un momento al año 1958, y detengámonos en un hotel de lujo de Cannes, en la Costa azul. Allí transcurre una fiesta. Sobran las celebridades.
En ese dolce far niente cruzan sus vidas un marqués del norte de Italia, Camillo Casati Stampa di Soncino; un playboy dominicano, Porfirio Ruborosa, y una mujer muy bella venida de Nápoles, Anna Fallarino.
Ella tiene los hombros desnudos y es voluptuosa. El dominicano no resiste la tentación y le pone una mano en el cuello, la seduce.
El marido se enfurece y comienza la pelea. El marqués defiende a la dama atribulada.
Esta mujer del sur de Italia viene de un hogar pobre. Emigró a Roma, fue modelo y actriz de reparto en una de las peores películas de Totó. Finalmente, se casa con un ingeniero de dinero, Giuseppe Drommi. Asciende socialmente, pero no es feliz.
Anna descubre que se ha enamorado por primera vez en Cannes. Ha sido cautivada por el marques Camillo, descendiente de longobardos con un abolengo de 1.000 años y amigo de la aristocracia negra.
Como informa Corrado Augias en su libro Los secretos de Roma (Debate, 2008), Camillo vive bien: tiene una casa de lujo en Roma; otra en Milán; una villa de vacaciones en la isla Zannone; un castillo en Cusago; y una joya patrimonial en las afueras de Milán, un palacete en Arcore con 10.000 libros y una pinacoteca fastuosa.
Camillo estaba casado con una bailarina, Letizia Izzo, con la que tuvo una hija, Annamaria. Un año más tarde de los sucesos de Cannes, se libera del matrimonio, de su esposa y del marido de su prometida. Y se casa en 1959.
El marqués hace todo esto para ver cómo Anna se acuesta con otros hombres. Durante años compone un diario con detalles de lo que observaba en el baño, en la playa, en habitaciones de hotel… Y toma 1.500 fotos. Parecía que ambos sólo podían amarse a través del cuerpo de los que iban y venían.
Pero Anna Fallarino comete un error: se enamora de un joven fascista, algo matón, medio gigoló: Máximo Minorenti. Se ven a escondidas. Anna no quiere que la observen cuando hace el amor de verdad.
El marqués enfurece. Los cita en la casa de la vía Puccini 9, dentro de Pinciano, en Roma. Allí los ejecuta con una escopeta, a sangre fría. A ella le dispara en los pechos, que revelan la silicona de una operación. Y luego se vuela la cabeza.
La herencia de la fortuna de Camillo recae en su hija, Annamaria Casati Izzo. Es menor de edad.
Y su madre también ha fallecido.
Queda sola y acepta como tutor al abogado Cesare Previti, amigo de la familia de Anna Fallarino, y fascista sin escrúpulos.
Annamaria se va a vivir a Brasilia, quizás para olvidar el melodrama familiar. Y Previti busca compradores para la casa de la calle Puccini. Aparece uno que ofrece 500 millones de liras, cifra con la que se puede adquirir un pisito en Roma. Engañan a la muchacha, que a la distancia acepta y firma. Quiere quitarse ese peso de encima.
El comprador era Silvio Berlusconi, que después de firmar la compra hipotecó la propiedad en 7,3 millardos de liras, un precio más real. Il Cavaliere le pagó el favor a Previti: fue el abogado de Fininvest, el holding de Berlusconi. También llegó a ser senador por Forza Italia y ministro de Defensa.
En la vía Puccini 9 queda la casa que Silvio Berlusconi “le expolió a Annamaria Casati’’ (Enric González dixit). Allí ocurrieron tres asuntos privados: el ajusticiamiento de unos amantes infieles, el suicidio de un voyeur desesperado y el expolio de una heredera a la que la mala suerte no quería dejar en paz.
Para 31% de los italianos estos hechos parecieran no tener importancia. Lo que no deja de ser inquietante.
Por: SERGIO DAHBAR
sdahbar@hotmail.com
Política | Opinión
EL NACIONAL