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El Editorial: La complicidad, con Muamar Gadafi

Con Muamar Gadafi, la complicidad

 

Mientras la ONU y sus laberintos deliberan, y las sanciones aprobadas por el Consejo de Seguridad se diluyen y sumergen en el tremedal de la indecisión, el coronel Muamar Gadafi va diezmando a su pueblo hora tras hora, de manera implacable y brutal. El juego de intereses entre las potencias impide las decisiones unánimes.

Es comprensible que cualquier gran país se abstenga de tomar medidas unilaterales. Hemos condenado estas acciones en el pasado y no podemos invocarlas ahora. Las decisiones tienen que se unánimes y multilaterales, y de estas dificultades se beneficia el dictador.

Genocidio es la palabra que define la guerra a muerte declarada contra el pueblo libio. Todas las armas de guerra acumuladas en los arsenales del autócrata han sido lanzadas contra los ciudadanos desarmados o armados con rudimentarios recursos, pero por sobre todo, con la voluntad irrenunciable de echar del poder al dictador enloquecido y a su dinastía depredadora.

El mundo pierde el tiempo en la retórica. Pero Gadafi lo “gana” en su guerra de exterminio. Cada minuto equivale a cientos de muertos en Libia. Esto no conmueve a los aliados del coronel.

Da vergüenza ver cómo Venezuela se destaca en las noticias internacionales como “el único país del mundo que hace desfiles y manifestaciones a favor de Gadafi”. Ni en Cuba.

Contra esta actitud de complicidad que nos humilla ante la conciencia democrática, hay ejemplos como el de Francia que reconoce al Consejo Nacional Libio y envía un embajador francés a Bengasi, como un gesto definitorio de que el reinado del coronel ha llegado a su final, y que de nada le servirán sus maniobras de chantajear a Occidente con la tesis de que él es “el único bastión contra Al Qaeda”. Nadie le encuentra explicación a la posición solitaria de Venezuela, Nicaragua y Cuba.

Lo cierto es que hay países de la Alba que no se juegan su prestigio por la defensa incondicional del gran déspota, y entre ellos las islas del Caribe, cuyos líderes tienen una formación ética que no se cotiza en la bolsa, y un respeto absoluto a los pueblos que los eligen. Son líderes que rinden cuentas. No son imitadores de Gadafi y ni de sus métodos.

Más de 40 años de autocracia entran fatalmente en el ocaso.

50 millardos de dólares anuales han sido los ingresos del coronel Gadafi en 4 décadas. En una de sus demenciales arengas le reclamó a los libios su inconsecuencia “porque él les daba de comer”. Porque él “les había construido algunos hospitales”. Y, por consiguiente, deben callar, o exponerse a morir. Y, en efecto, prefieren morir que prolongar tanta indignidad.

Gadafi y sus amigos deben entender que no hay vuelta atrás.

Puede el coronel exterminar a su pueblo con su arsenal de bombarderos y tanques, con sus mercenarios y cómplices, pero su tiempo se ha acabado. Se acabó su tiempo y el de sus hijos millonarios y soberbios que sembraron de corrupción el mundo.


Por: Redacción
Política | Opinión
EL NACIONAL